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A Graciela Rodo Boulanger (1935) le falta tiempo para cumplir todos los compromisos que tiene con ella misma: pintar un cuadrito cada día del año; ilustrar 100 barbijos, cada uno diferente del otro; tocar una pieza clásica en el piano al atardecer; compartir una galería íntima con sus hijas Karin y Sandra, que es al mismo tiempo un aprendizaje para el profano.
Alejada del bullicio de bloqueos y proclamas, de memes y de insultos, ella cumple con la misión que los ángeles infantiles le encomendaron cuando divisó un atelier a sus cinco años, en la floreciente Oruro. Es gran embajadora de Bolivia, con presencia en los principales países europeos y en las galerías de organismos internacionales, sobre todo en Unicef, en Nueva York, en San Francisco.
Pasar la tarde con Graciela, como tantos otros martes, es comprender que el país tiene aliento capaz de vencer las sombras de la violencia cotidiana y de la emergencia sanitaria.
El miércoles 8 de diciembre, me tocó abrir la exposición de 12 artistas bolivianos, incluyendo un invitado de Estados Unidos y otro de Italia. La gestora Gilka Wara Liberman ha organizado la galería virtual “Akapana”, protegida por la fantástica imagen del Illimani en Uni.
Los cuadros y esculturas coincidían en una evocación sutil de lo femenino, la hembra, la que da vida, la madre, la que amamanta con leche, con nácar, con concha, con madera, con tierra, con arcilla. La muestra se puede apreciar todo este mes en la nube. Una vitrina al arte de la generación que nació después de abril de 1952.
Una semana atrás, asistí emocionada al concierto organizado por la embajada suiza para unir los esfuerzos musicales de instrumentos nativos del altiplano con las voces sublimes de los amazónicos. Aunque llovía, la iglesia colonial de San Pedro estaba llena, respetando las medidas de seguridad.
La directora de la escuela de música de San Ignacio de Mojos, Raquel Maldonado, aceptó llegar a La Paz con sus alumnos para mostrar que se mantiene invencible la vocación musical de los pueblos originarios. Una vez más, el público se abrazaba desde las distancias del covid-19 con lágrimas en los ojos.
Los benianos, casi todos nacidos bajo democracia, reventaron el auditorio de la Unesco en París, conmovieron a las capitales latinoamericanas y lograron un aplauso de pie de los exigentes catalanes en Santa María del Mar. Bolivia, Beni, Moxos: conmoción. Un camino distinto para defender la herencia cultural mestiza y promover la cultura de paz.
Los más jóvenes ofrecen en Sopocachi un nuevo espacio para promover la lectura con clubes y tertulias. “La Recoleta” -nombre tan evocativo para quienes aman la cultura- une el goce de leer, de convencer y a la vez de comer delicias de la gastronomía boliviana de fusión. Aprenden de otras experiencias como la librería “Lectura” con mirada renovada.
En ese grato panorama, se destacó la inauguración del espacio bautizado como “Ágora” en la Universidad Católica Boliviana, con un diseño moderno en la gestión del ex rector regional Flavio Escobar Llanos. Es un lugar abierto para estudiantes, profesores, visitas, donde unos pueden encontrar el rincón para leer, otros para hacer teatro, debajo se baila, a un lado se presentan libros.
Como indica su nombre, es un empujón para recobrar el sentido más profundo de la democracia que nos heredaron los griegos: reflexionar, pensar, hablar y escribir en libertad.
La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo