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El dilema de los partidos políticos

Renzo Abruzzese

Sociólogo

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Seguramente a estas alturas los ciudadanos de a pie se preguntan qué deparará el 2023, y casi de inmediato, desde un horizonte político, que podrá pasar el 2025 año electoral. Las preocupaciones emergen porque a menos de 2 años de las elecciones generales, la oposición lo único que ha logrado es fracturarse, encriptarse en fracciones que despliegan una profunda crisis interna en unos casos, o que simplemente decidieron abandonar a pequeños grupos parlamentarios de su bancada en una lucha denodada frente al oficialismo masista, abandonando por completo cualquier esfuerzo que permita estructurar una fuerza con capacidades electorales, programas y proyectos alternativos al decadente proyecto del MAS, que, entre otras cosas, ha entrado en una fase de descomposición producto del fin del ciclo estatal (el del 52) que le dio vida.

En la banda opuesta, el MAS se ha transformado en la caja de resonancia de la crisis de estado que ha producido el proceso de transición histórica entre el fallido proyecto pluricultural, y el diseño de un nuevo proyecto que dé continuidad histórica al proceso de consolidación del estado nacional iniciado en 1952, y concluido con el último gobierno de Evo Morales (2019). En otras palabras, el precio que el MAS tuvo que pagar por su fallido ensayo, es la descomposición y fraccionamiento de su propio movimiento.

Si la situación se mantuviera inalterable, con una oposición fragmentada y sin posibilidad de constituir una fuerza electoral poderosa, el 2025 las opciones electorales por las que deberá decidirse el votante, serán aquellas que hoy constituyen las fracciones internas del MAS, es decir, los evistas, los arcistas y los choquehuanquistas, repetirán de esta forma el error que hizo posible la victoria del MAS con Arce Catacora a la cabeza, cuando cada cual decidió lanzarse por su propia cuenta.

La situación se agrava si pensamos que, de alguna manera, su presencia actual se ha transformado en una camisa de fuerza que inhibe el surgimiento de nuevas fuerzas políticas. El decepcionante rol de perro del hortelano que no hace ni deja hacer, es sin duda el mayor inconveniente en la desesperada búsqueda de una solución de continuidad capaz de ampliar los horizontes estatales de la República, y reducir las pulsiones autoritarias y hegemónicas del MAS.

La pregunta entonces es: ¿por qué no logran transformarse en fuerzas capaces de apropiarse de la historia después de la era masista? Podrían sin duda existir varias respuestas, sin embargo, yo creo que el factor determinante es que son fuerzas políticas cuya acumulación histórica expresa el fenómeno político de finales del siglo pasado, y las fuerzas que podrían perfilarse como opciones reales ante la crisis estatal, son, básicamente, expresiones propias del siglo XXI.

La lucha política actual enfrenta un grupo de partidos moldeados en los paradigmas inscritos en las jefaturas verticales, las “ideologías” dominantes traducidas en lecturas bipolares sobre la realidad (los buenos contra los malos, nosotros contra los otros, los ricos contra los pobres, los cambas contra los collas, los indígenas contra los mestizos, etc.) Estas fuerzas políticas aun no metabolizaron adecuadamente las perspectivas propias de un mundo flexible, liquido, (en palabras de Bauman) sin dogmas y sin más principios que aquellos definidos por todo aquello que apunta a la conquista de la felicidad humana más allá de los grandes discursos que dominaron el mundo capitalista de occidente desde al menos el siglo XIX. Esta imposibilidad estructural los desplaza cada vez con mayor fuerza al bando de los conservadores, siempre aferrados a todo aquello que en el pasado constituía una pulsión capaz de construir poder.

Las nuevas generaciones de políticos no se alienan a ideologías, ni caudillos, ni dogmas infranqueables, se asimilan al curso de la naturaleza, a las fuerzas del medioambiente, a la búsqueda de la felicidad como una expresión subjetiva más allá de las clases sociales y sus propios tabúes. No es que la lucha de clases hubiera desaparecido (esto no pasará mientras las leyes del capital y la acumulación capitalista sobrevivan) es que alejados del dogma marxista entienden que el capitalismo puede adoptar un rostro más humano. Tampoco es que los partidos vayan a desaparecer, de lo que se trata es de transformarlos en estructuras ciudadanas capaces de representar la multiplicidad en sociedades cada vez más complejas, donde ya poca cabida tiene la lucha de clases, las contradicciones ideológicas y los caudillos irremplazables, por mencionar solo lo más visible.

Lo que estamos experimentando es en realidad (de la mano de una crisis estatal general) el fin de una época marcada por la herencia del tormentoso siglo XX, y la desesperada búsqueda de un horizonte que nos permita construir una sociedad diferente, una democracia más real, un conjunto de sujetos históricos asimilados a la vorágine de la sociedad del conocimiento y las comunicaciones, un ciudadano que sienta que aquellas pequeñas cosas de las que se conforma su existencia, hagan  parte de la gestión del Poder y el imaginario de un mundo mejor.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Renzo Abruzzese

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