Opinión

El doble aplazo

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Dos datos de las últimas horas muestran una alarmante realidad que estaba ahí, subterránea en todas las regiones del país, y que no fue advertida por los distintos niveles del Estado.

El primero es el proporcionado por el diario Página Siete de La Paz en su edición de este miércoles 5 de enero. De las 833 personas que murieron por Covid-19 en la cuarta ola, desde el 1 de noviembre del año pasado hasta la fecha, 666 no estaban vacunadas, es decir que 8 de cada 10 fallecidos no habían recibido la primera dosis.

El segundo dato es el aportado por las redes de televisión del país desde principios de esta semana, ya que en la mañana, a mediodía y en la noche muestran a miles de personas agolpadas en los puntos de vacunación que hace semanas atrás eran lugares abandonados y solitarios.

Los sondeos que realizan los periodistas de las cadenas nacionales de Tv dan cuenta que gran parte de quienes están en las colas interminables, son personas que están buscando ser inoculadas por primera vez contra el covid y ensayan en cámaras las más inverosímiles justificaciones de por qué no se vacunaron.

Una primera constatación es que los no vacunados no son unos cuantos irresponsables con su salud y la de sus familias. Son decenas de miles que parece que hubieran salido de las catacumbas y están colapsando los puntos de vacunación que fueron ampliados en número y en horario en las grandes ciudades del país.

Es gente que tenía decidido no vacunarse contra el Covid-19 y que vio pasar la segunda y la tercera ola sin decir nada, habiendo retomado sus actividades cotidianas sin remordimientos, exponiéndose al contagio y siendo un factor de riesgo para sí misma, para su entorno y para el conjunto de la sociedad.

Si en esta cuarta ola no se hubiera dispuesto la obligatoriedad de la presentación del carnet de vacunación, con toda seguridad que esas decenas de miles de personas estarían mimetizadas entre los 7,3 millones de bolivianos mayores de 18 años que fueron convocados a la vacunación en enero de 2020 por el presidente Luis Arce.

Es gente que esgrime razones religiosas, culturales e ideológicas, poco creíbles por cierto, pero en mi criterio son personas a quienes en el fondo les dio pereza ir a buscar un punto de vacunación cuando le tocó a su grupo etario y cumplir con el país protegiéndose y protegiendo a los suyos.

Una segunda constatación es el doble aplazo de la administración de Arce en términos comunicacionales, sociales y políticos en esta preocupante temática.

El Ministerio de la Presidencia, particularmente el Viceministerio de Comunicación, deben admitir que en un año de lucha contra la pandemia, nunca se dotaron de una estrategia de comunicación clara, creíble, innovadora y convocante sobre la vacunación y penosamente el gobierno fue derrotado por mensajes más efectivos de los grupos antivacunas.

La comunicación institucional se ha limitado a ser un eco, una reproductora de comunicados, de las medidas que se han ido tomando de acuerdo al comportamiento de la pandemia.

Pero también queda claro el aplazo político de la administración de Arce en su relacionamiento con los sectores sociales que se supone deberían haber sido los principales puntales de la campaña nacional de vacunación contra el coronavirus.

A estas alturas, observando a tanta gente que busca vacunarse solo para obtener el carnet, me pregunto si el actual gobierno ha perdido los vasos comunicantes con los sectores sociales, sobre todo con las bases, a los que tanto dice representar, o es preso de las mentiras y medias verdades de los eternos dirigentes de esos sectores.

Me inclino por lo primero. De otra manera no podría entenderse que maestros rurales, iglesias que operan en sectores populares, productores de hoja de coca, campesinos del occidente y sectores de clases medias emergentes se muestren tan opuestos a la vacunación contra el coronavirus.

Epidemiólogos bolivianos y extranjeros coinciden en que se vienen nuevos embates del virus y sus variantes. Deberían se asumidos por la administración de Arce como una oportunidad para que el gobierno se dote de una buena vez de una estrategia de comunicación específica sobre el Covid-19 y la vacunación, además de retomar el relacionamiento político e institucional con los sectores a los que dice representar y que hoy aparecen como sus principales opositores.


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