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El eje del odio como principal valor político electoral

Javier Medrano

Licenciado en periodismo y Ciencias Políticas de la Universidad Gabriela Mistral de Santiago, Chile.

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“Cuando el fascismo llegue a América, lo llamarán americanismo”. La frase es de Siri Hustvedt, una escritora, ensayista, poeta y premio Princesa de Asturias de las Letras 2019, que graficó en una columna publicada en Le Monde, la nueva ola del fascismo en el mundo. Y nos alarma sobre el inexorable camino que las democracias de extrema derecha están andando a paso firme y decidido. Milei, Trump, Orbán, Meloni y en países como Francia, Alemania y España, bajo el grito furibundo de sus ciudadanos por recuperar sus ciudades y sus países, a los que ven amenazado por migrantes de diferentes países del mundo, abarrotan las calles con carteles xenófobos y agrediendo a cualquier forastero que se les cruza por enfrente.

El odio es un sentimiento de rechazo irracional hacia “el otro” y que en el accionar político es de larga data. No es una fase emocional temporal o coyuntural o de estos tiempos; Durante siglos se construyeron imperios, se diseñaron guerras o se llevaron a cabo peleas tribales por una inquina que se transforma en ira, en una cólera intensa que provoca o altera las relaciones sociales.

La gran diferencia con otros tiempos es la gigantesca viralidad y virulencia que hoy se puede provocar a través de las plataformas digitales. En estos tiempos de furia, este fenómeno del odio está minuciosamente programado, estudiado, diseñado y ejecutado en el ciber espacio.

De acuerdo con el Instituto Tecnológico de Massachusetts, en un documento académico – precisamente – sobre redes sociales, comprobó que un mensaje falso tiene un 70% más de probabilidades de circular en diversas plataformas e incluso por algunos medios de comunicación, que uno verdadero. Lo falso atrae más. El bulo es más poderoso. Y la razón es porque lo falso siempre es algo insólito. Extraño. Raro. Y lo extravagante obviamente atrae más que lo convencional.

Pero, además, detectaron otro fenómeno: un mensaje agresivo se reproduce seis veces más que uno moderado. La verdad ya no es atractiva. No es seductora. La acometividad sí lo es.

Por estas épocas, todas las estructuras llamadas – si se quiere – serias, se fueron horadando. Deteriorando, pulverizando, disolviendo.

La función que tiene hoy un político – cualquiera, sin importar si es de alta o bajísima valía – es movilizar el odio. Administrarlo, dirigirlo, excitarlo, potenciarlo. Por ello es que Hustvedt nos plantea la idea de que el odio, la animadversión, el rechazo a algo, es mucho más movilizante en la política actual que la adhesión a algo, a un programa, a una idea. Y toda esta manipulación de sentimientos y la aparición de un nuevo tipo de maquinaria política está ligada a una gran revolución que se dio en el mundo de la democracia y la política: IA.

Ya planteaba en otra entrega, ¿quién será la primera víctima de la guerra sucia con IA en estas elecciones? Me escribieron y llamaron muchos para apostar por nombres y hasta incluso, muchísimos se animaron hasta asegurar la clase de campaña sucia que se implementaría. Hay de todo y para todos los gustos. Pero es una comprobación fehaciente de que será inevitable.

Entonces, ¿Cómo hacemos para zafar de estos ataques? ¿Cómo hacemos para salir de estas encerronas? ¿Cómo hacemos para minimizar, ya no siquiera para neutralizar, estos furibundos ataques cibernéticos? Los asesores de distintas campañas en otros países recomiendan atacar y contra atacar. Movilizar mucho más la furia, la ira, la bronca, el resentimiento contra aquellos a los cuales la gente les atribuye sus pesares. Una guerra fratricida. Una lógica de perder-perder lo menos posible.

Es una abierta y descarada campaña por el “odio”. Ya no son mensajes agresivos, toscos o burdos. No. Es una clarísima convocatoria para odiar. A odiar lo más que se pueda. Acá es donde surge un cuestionamiento muy oportuno: una vez que odiamos ¿qué podría seguir al odio? ¿Qué le hacemos a aquellos a los que ya odiamos lo suficiente?

Hoy odiar es una profesión.

Y como miembros de una secta, de una cofradía o de una religión se vomita odio. ¿Cómo? Planteando teorías conspirativas, incitando al odio racial, cultural, regional, haciéndole sentir a uno que hay un culpable con nombre y apellido, una figura personalizada. Un blanco al que disparar. Hoy pueden ser los periodistas, los empresarios. Todos. Da lo mismo. El fin es generar odio y viralizar ese odio.

El problema es que así no se construye democracia. Así nos e tienden puentes, concertaciones. Todo lo contrario, se pulverizan todas las posibles huellas o sendas que nos posibilitan salir de las profundidades del bosque, de una cueva o de un escenario farragoso.

Así que, si alguien quisiera ganar unas elecciones, siguiendo esta lógica mal habida y estéril, debe tener muy en claro que es el eje del conflicto, de la radicalización y del fanatismo lo que mueve las masas. Esa es la forma más eficiente para conquistar el poder.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Javier Medrano

Licenciado en periodismo y Ciencias Políticas de la Universidad Gabriela Mistral de Santiago, Chile.

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