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Los partidos se extinguen cuando pierden el sentido de la política, estancan su ideario y olvidan sus principios políticos. Como mecanismo de sobrevivencia se encapsulan y apartan de la realidad, abandonando sus promesas y frustrando las esperanzas que el país depositó en ellos. La maquinaria creada por el MAS para destruir a los opositores, se aboca ahora a perseguir disidentes internos, iniciando una guerra fratricida que acarreará la confrontación y posterior división. Paradójicamente, esta se acrecienta cuando el adversario —la derecha enemiga— es débil y no tiene la capacidad de disputar la hegemonía política.
Los imperios más poderosos se hundieron, presidentes memorables son derrocados, los partidos centenarios se desvanecen o están en la intrascendencia, y los jefes indiscutibles acaban arrinconados por los nuevos actores políticos. Lo señaló en una aleccionadora metáfora Felipe Gonzales con admirable y sabia entereza, advirtió que “los expresidentes son como los jarrones chinos en apartamentos pequeños. Todos le suponen un gran valor, pero nadie sabe dónde ponerlos y, secretamente, se espera que un niño les dé un codazo y los rompa”.
El principal problema para el MAS está en sus entrañas, no encuentra la manera de aparcar a su jarrón chino: Evo Morales. El inconveniente radica en quien le dará el “codazo” y cuándo llegará el momento de sustituirlo o darle un lugar simbólico ¿Tendrá el Jefazo y su clan la entereza de dar paso a nuevos líderes? ¿Le surgirá de pronto la disposición de regenerar el partido? ¿Tiene los ideales y el interés de mejorar las pésimas condiciones de vida del pueblo? ¿Fue un simple eslogan de campaña electoral la oferta del “Vivir Bien”? La cuna de un sindicalismo sectario, sin cultura democrática y con el objetivo supremo de defender los cultivos excedentarios de hoja de coca del Chapare, auguran un caótico desenlace.
La autodestrucción de los partidos políticos y de las organizaciones sociales, sobreviene porque es innato al ser humano la acumulación de poder y la vanidad de creerse insustituible; se amplifica cuando el líder se considera el único elegido para encarar el rol histórico y pretende sustituir al sujeto político: la organización partidaria. Para un fanático y sectario, es difícil compartir el poder, desprenderse del egocentrismo, y superar la tentación de la perpetuidad.
Es inocultable que el MAS desde sus orígenes está amordazado por el evismo, no supo aprovechar el tiempo para modernizar su estructura partidaria y se sometió plácidamente a las directrices de la escuela cubana —cepa estalinista—, bajo el esquema de un jefe exclusivo, intolerante al pluralismo, aspirando al modelo de partido único, conductor y propietario del Estado. El último Congreso Orgánico del Movimiento al Socialismo efectuado en agosto de 2021, fue una hábil maniobra para persistir en este conocido modelo impulsado desde La Habana.
Pero no debemos equivocarnos, el motivo central de la disputa interna en el MAS, no es ideológica, no busca renovar al partido, es una lucha por acaparar espacios en la administración pública y usufructuar del erario nacional. Las afiliaciones en las diferentes facciones internas, giran en torno a la conquista de las pegas más apetecibles, no importa la manera ni los mecanismos que se empleen para acceder a un puesto, tampoco interesan las calificaciones profesionales y los méritos. Lo importante es llegar y luego retribuir a los que brindaron su apoyo.
Por las razones señaladas, considero poco probable que el MAS-IPSP, pueda escapar al ineludible destino de la implosión orgánica. Todo es cuestión de tiempo.
Los actores partidarios y sociales de oposición no deben quedarse de brazos cruzados, no hay que actuar con mentalidad derrotista, es necesario construir una alternativa capaz de disputar el espacio político al MAS. Hay que evitar la instalación de un clima de terror y que mediante el miedo se pretenda paralizar la participación activa de la ciudadanía.