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El gravísimo riesgo de ser insustancial en política

Javier Medrano

Licenciado en periodismo y Ciencias Políticas de la Universidad Gabriela Mistral de Santiago, Chile.

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En estos tiempos espesos, disponer de una evaluación – aunque ésta sea mínima – de escenarios políticos y económicos, seguramente, se llegará a la misma conclusión: nada es posible de leer bajo estándares o principios propios del análisis político y económico. Todo está torcido. O, en el mejor de los casos, desviado.

Hemos normalizado lo anormal. Hemos aceptado el caos, como una rutina. Hemos instalado en nuestras vidas diarias lo inadmisible. Desde la corrupción diaria del poder y su ruin proceder contra todos los bolivianos, hasta niveles inimaginables de negligencia y absoluta desidia que han hecho posible una doble instalación política en Bolivia de una suerte de cacocracia y caquistocracia, juntas. Algo absolutamente inverosímil.

Lo más grave de este modo de vida desquiciado, es que este vuelto parte de la cultura social y económica de los ciudadanos. Es normal robar en una institución pública. Por supuesto ue tienes que tomar ventaja económica y de poder desde un cargo. Obviamente debes aprovechar la coyuntura para beneficiarte de licitaciones. De lo contrario, serías anormal. Y es acá donde está el mayor riesgo: Partir de la certidumbre de que aquel proceso de normalización de muchísimas dinámicas agresivas en contra del ciudadano de a pie, de hacer rutinarias una infinidad de humillaciones permanentes de las instituciones públicas para abatir a los bolivianos legales y formales, es algo inocuo. ¿Cómo es posible esta aberración?

Estamos tan apabullados por lo absurdo, que nos hemos quedado sin un mínimo de sentido común frente a algo que es, a claras luces, ilegal o irracional. Sería, más bien, desquiciado, que una u otra institución, funcione correctamente. Como debería ser. O como la norma así lo establece. Sería casi rayano en ciencia ficción.

Pero, además, esta extrema polarización que vegetamos provoca otra crisis social que es un daño severo al tejido social de los bolivianos y es el hecho de que cuando los segmentos sociales de una misma comunidad o región se enfrentan cada vez más por causa de dificultades severas para – por lo menos -, mantener simples conversaciones, ya no abiertas o fructíferas, sino simple y llanamente pláticas corrientes entre personas que piensan distinto. Ya es imposible emprender este camino. Y uno o se autocensura – que es espantoso – o te abres a recibir toda clase de denostaciones de todo tipo y a través de todas las plataformas posibles. Hemos cruzado aquella línea que muchos radicales, de uno y otro bando, incitaron con mucho delirio.

Cuando se habita en este territorio estéril, ya no existe ningún incentivo para abrir un canal de diálogo con los “otros” o con los “contrarios”. Hasta incluso, algunos, niegan y cuestionan hasta la propia humanidad o existencia de la antípoda. “Son indignos de vivir”. A ese ras hemos desfallecido como sociedad.

Estas conductas incívicas conducen a la población a encerrarse en una especie de burbujas o casi séquitos donde todos deben pensar absolutamente igual. Todos deben ser planos y homogéneos. Se debe eliminar cualquier espacio seguro para el disenso y despedazar una de las piedras angulares de la democracia: la capacidad del consenso en el disenso. Reconocer el valor del desacuerdo como un factor productivo y que consiste en la peripecia de poder seguir trabajando juntos pero todos por un bien común: el bienestar de todos.

Pero para encarar tremenda tarea, desde las posiciones del poder, se debe mínimamente tener argumentos legítimos y visión de país. Se debe demostrar, fehacientemente, carácter y liderazgo. Ser sustantivo y sustancial. Ser valiente y decidido. Ser capaz de levantar anclas, soltar amarras e inflar las velas en busca de un norte conjunto. Benjamín Constant (1830)  – cuyo pensamiento liberal fue invaluable para el proceso de la llamada Restauración de Francia (1814- 1830) – fue quien advirtió, precisamente, hace siglos atrás que el problema del poder absoluto no radica en quién lo ejerce – ya sea un tirano, una mayoría o un parlamento legítimo -, sino en su carácter absoluto; es decir, ningún hombre – justo o injusto -, debería poder concentrar todo el poder. Sino todo lo contrario, al poder se le debe dar contrapoder.

Hoy debemos ver con sangre en la cara, un griterío y competencia de farfullos porque ni siquiera llegan a ser una sola opinión decente; partidos políticos huecos, actores políticos despiadados los unos con los otros, siendo sólo parte de una sorna. O nos toca mirar estupefactos la presencia de politiqueros histriónicos y ensordecedores que se posicionan como populares en TikTok. Algo completamente insólito.

Hoy asistimos a una carpa derruida y desvencijada, cuyos actores son absolutamente insustanciales en tiempos críticos para el país.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Javier Medrano

Licenciado en periodismo y Ciencias Políticas de la Universidad Gabriela Mistral de Santiago, Chile.

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