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Llega otro 6 de agosto y todo hace prever que será un aniversario más de Bolivia marcado por discursos oficiales huecos, cargados de retóricas mentirosas. Una vez más tratarán de pintarnos un país de ficción, recurriendo a cifras que hablen de logros económicos u otras que simulen un estado de paz y armonía, inexistentes hoy. Ya casi escucho un entusiasmo forzado, siguiendo la línea del anticipado mensaje presidencial difundido en la víspera y dirigido a los bolivianos que residen en el exterior.
“(…) tengan la certeza que cuando retornen a nuestra amada Bolivia, encontrarán un país que habrá avanzado en procura de una sociedad más justa, sin pobreza, sin desigualdad, más equitativa, igualitaria y con oportunidades para todo”, se escucha decir al presidente Arce, poniendo como referencia de un nuevo punto de partida para Bolivia el 2025, año del bicentenario. Dos años es nada en la preparación de un nuevo rumbo que, de ser cierto, demandaría mucho más que un par de discursos y una avalancha de promesas.
Basta recoger los datos crudos de la realidad para darnos cuenta que estamos a años luz de ese país ideal pintado por el primer mandatario. Datos que van más allá de los siempre señalados en un primer relevamiento para conocer la realidad socioeconómica del país, como son los de salud, educación y economía, y que alcanzan más bien a esa otra parte de la fotografía que escapa del primer plano y tiene que ver con valores, moral y ética, y con el peso que tienen éstos en el ejercicio del poder y de la ciudadanía.
No es necesario hacer un gran y demorado estudio de situación para dar con una buena imagen que nos muestre esa otra cara de la Bolivia que no aparece en la foto oficial. Hace solo unas horas recogí una radiografía compartida por Carlos Toranzo en el programa de radio que dirijo en Marítima 100.9, en la que aparece nítida esa realidad ausente en los discursos oficiales. Una realidad dura, dolorosa, que detalla las malformaciones vistas en esta Bolivia agobiada hoy -como antes, o más que ayer- por la ausencia de valores.
La corrupción, el narcotráfico penetrando todas las estructuras de poder, el cinismo como política de Estado, la apuesta por clubes de amigos trogloditas y autoritarios, la práctica de la violencia como método “disuasivo” para imponer voluntades, son apenas algunos de los rasgos más notorios que sobresalen hoy en Bolivia, a los que habrá que sumar otros recogidos desde una sociedad civil imperfecta, que carga sus propios males como el del corporativismo, autoritarismo, caudillismo, clientelismo, prebendalismo y más.
Una descomposición acelerada en las últimas casi dos décadas, cierto, pero a la que llega Bolivia no por acaso, sino por la acumulación de desaciertos e incapacidad -vistas a lo largo de casi dos siglos- para sentar las bases de un país distinto, de ese país de ficción que nos volverá a pintar hoy, seguramente, el poder político de turno. Un país de ficción que sigue insistiendo en ocultar verdades que duelen, como la que exhiben a Bolivia como el paraíso de la informalidad y del narcotráfico, solo por citar un par de males.
Seguro que habrá voces reclamando esta mirada tan negativa compartida aquí y ahora de Bolivia en estos 198 años de vida independiente. Lamentablemente, es la que cargan hoy mis retinas, golpeadas a diario por tantos hechos que recogen a lo largo y ancho del país. Claro que hay algunos rayitos de luz que aparecen tímidos por las rendijas de esta dura realidad, como me dijo también Toranzo. La familia, la gente solidaria que encontramos todavía en nuestro camino, los tercos soñadores, los que luchan contra los cínicos… sí, en medio de tanta desazón y oscuridad, hay luz y esperanza en otra Bolivia posible.
En este 6 de agosto voy a ir tras esos rayitos de luz, para no caer en la desesperanza, que es la peor comapañía. Voy a buscar a esos portadores de buenas nuevas, a los que están decididos a remar contracorriente, a los que no se curvan ante los impostores, a los que dejan de lado los discursos mentirosos. Voy tras es otra Bolivia posible. La necesito para seguir de pie, para sostener en pie a los míos.