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Durante los 14 años del gobierno de Evo Morales, su partido, el Movimiento Al Socialismo (MAS), tendió a parecerse al Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV): una estructura vertical con mando único y –a pesar de las heterogeneidades corporativas en su seno– con posturas monolíticas en el terreno parlamentario.
Esto cambió radicalmente tras el fraude electoral y la posterior renuncia de Morales. Si bien el masismo retomó el poder un año después, lo hizo con el ex ministro de economía de Evo a la cabeza, Luis Arce Catacora, de quien muchos esperaban que fuera un simple títere. Las cosas no resultaron así, para pesar del propio Morales, quien probablemente quería una administración provisional que adelantara elecciones y le devolviera la presidencia del Estado en corto plazo.
El punto de ruptura entre Arce y Evo se dio entre diciembre de 2021 y enero de 2022, cuando el segundo, que sigue ostentando la presidencia del partido, exigió un cambio de gabinete que incorporase a figuras de su entorno.
Esa primera batalla se zanjó a favor de Arce, con la detención de Maximiliano Dávila, ex jefe antinarcóticos de Evo, buscado por la justicia estadounidense por proteger a una red de narcotraficantes. Aunque Dávila no fue extraditado, permanece en la cárcel de San Pedro como una carta importante para el arcismo en el peligroso juego de la interna masista.
Esto significó en su momento un duro golpe para el evismo, pero no impidió que tiempo después se reactivaran las ofensivas del ex mandatario, que han seguido in crescendo hasta la actualidad. Los desencuentros han incluido varias denuncias de corrupción, hechas por parlamentarios afines a Morales contra el gobierno de Arce, y la disidencia del evismo durante el tratamiento de la Ley del Censo.
En cambio, en proyectos claves para el salvataje de un modelo económico en crisis y para la hegemonía represiva, como la Ley del Oro y el reglamento de preselección para las elecciones judiciales, el evismo se hizo esperar y puso condiciones, pero finalmente votó junto al arcismo, mostrando los límites de las desavenencias. Queda claro que ambos bandos tratan de imponer con ferocidad a su propio candidato presidencial para el 2025, pero al mismo tiempo intentan que esto no afecte al dominio sistémico del MAS sobre el resto de la sociedad boliviana.
Sin embargo, esa intención puede verse desbordada por el conflicto desatado entre clanes del narcotráfico, algunos de los cuales se han visto perturbados por acciones selectivas del Ministerio de Gobierno contra laboratorios y pistas clandestinas.
En síntesis, el MAS, que comenzó buscando aproximarse al paradigma ultracaudillista del chavismo, ha terminado pareciéndose a la poliarquía del peronismo: una disonante acumulación de facciones en abierta pugna interna, que simultáneamente tratan de presentar un frente unido de cara al proceso electoral que ya empieza a dibujarse en el horizonte.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo