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La pregunta sobre qué hacer frente a la escasez de dólares en el país es cada vez más recurrente, pero los árboles (y los economistas con serios errores de concepto) están impidiendo ver el bosque. Por eso cabe abordar primero el diagnóstico sobre lo que sucede antes de aventurarse en remedios apresurados que solamente podrían agravar la situación (como cuando la idea de devaluar antes de 2023 era consenso).
Antes que nada, la crisis actual surge de la persistencia del gobierno en mantener un modelo económico con profundas contradicciones. Por un lado, ha impuesto desde 2006 un modelo económico típicamente keynesiano y populista, que se sabía que tarde o temprano fracasaría, así como ocurrió en los años 80. Este modelo, diseñado para beneficiar a aquellos que logran privilegios concedidos por el Estado y el partido, no está pensado para crear riqueza para la ciudadanía en general, sino que se basa en exceso de gasto público y acumulación de déficits y endeudamiento.
Por otro lado, la política de nacionalización monetaria (más conocida con el eufemismo de “bolivianización”), ha exacerbado la contradicción entre la política conservadora y largoplacista de cambio fijo y la populista cortoplacista de estímulo monetario y fiscal keynesiano. Esto ha generado una situación explosiva en la que el sistema bancario y financiero ha sufrido el contagio de la ruina de las finanzas públicas desde que comenzaron a financiar el gasto público con las reservas del Banco Central y comenzaron a devaluar el boliviano.
En este sentido, el gobierno ha despertado el genio de la lámpara, pero no entiende que no está aquí para conceder deseos, sino para cobrar las facturas de la fiesta a la que nos han involucrado durante 18 años.
Frente a problema que ha nacido con las políticas que ellos mismos recomendaron durante años, suponiendo que así se lograría mayor competitividad, mayores exportaciones y mayor crecimiento, los actores políticos, empresariales y economistas opositores proponen la liberación de las exportaciones para superar la crisis, que hubiera ayudado a aliviar el problema, pero ya estamos en la etapa. Primero, no se puede liberar exportaciones sin liberar importaciones al mismo tiempo (tenemos un modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones); y segundo, porque la naturaleza de la crisis no es de iliquidez aislada en el sistema, sino de insolvencia general del propio modelo.
Más aún, luego de tanto tiempo negándolo, se sigue considerando que este es un problema aislado y pasajero de balanza de pagos, que afecta únicamente a importadores y exportadores, sin tener en cuenta que en realidad son la oferta y demanda del conjunto de la población las que establecen la cantidad óptima o necesaria de dólares para ahorrar y realizar transacciones en virtud la capacidad de depósito de valor que esta moneda tiene frente al boliviano en una economía bimonetaria.
Entonces, lo que se requiere no son medidas tecnocráticas, sino de un nuevo modelo que sea capaz de darle un giro de 180 grados a la economía, con ideas más ambiciosas enfocadas en plantear soluciones a largo plazo, pero de esto no hay nada, probablemente porque, a pesar de todo, se pensaba que “estábamos bien nomás”, que “de todas maneras no había quién se hiciera cargo”.
En definitiva, de nada servirá concentrarse únicamente en la fiebre que mide el termómetro de la balanza de pagos si no se comienza a lidiar con la infección crónica de la que adolece el propio modelo.