OpiniónInternacional

El reino de Putinistan

Javier Medrano

Licenciado en periodismo y Ciencias Políticas de la Universidad Gabriela Mistral de Santiago, Chile.

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En este preciso momento, Putin debe ser el hombre más feliz sobre la tierra. La Unión Europea está desnuda, resquebrajada, peleada; está en quiebra y el granizo que les cae sobre sus cabezas, los agarró sin ningún paraguas – mucho menos nuclear y satelital -. La Europa que fue el faro de la civilización occidental, de la cultura, de la intelectualidad, en estos santiamenes, hace aguas por todos lados.

Trump no sólo les pateó la mesa, sino que se metió en su patio trasero y azuza gobiernos de extrema derecha, incluso, hasta neonazis. Las democracias occidentales están en riesgo, están erosionadas. Estos movimientos autocráticos – en extremo muy poderosos y articulados -, están obsesionados con un cambio de una forma que dañará el tablero de juego y la competencia en igualdad de condiciones.

Ha llegado el tiempo de la “captura del Estado” en su totalidad para desmantelarlo, desarmarlo y destruirlo con el único objetivo de cerrar grandes negocios entre amigos y leales. Es a tecno dictadura que apunta desmoronar todo el stablishment en beneficio de un grupo de mil millonarios caóticos y absolutamente incultos e inmorales.

Son tiempos de iliberalismo, indecencia y de aplicar el manual de comportamiento de la mafia en su forma más pura.

Sumaron en sus cajas de herramientas políticas tecnología, dinero y propaganda barata para monopolizar el poder y minar la democracia en el resto del mundo. Tarea fundamental para sus objetivos globales. Además de un fuerte combate ideológico contra los derechos universales.

Rusia pasó de ser un imperio a una mafia organizada. A un imperio corrupto y que, en lugar de optar por el derrotero de la prosperidad y la apertura al mundo, se cerró, se empobreció y se fijó una autocracia, francamente indecente. Putin empeoró la vida de los rusos y su guerra en Ucrania causó la muerte de más de 700 cientos mil jóvenes, cuyas madres recibieron en el día mundial de la mujer, por parte de Putin, con una tarjeta y moño rojo incluidos, unas picadoras de carne. Sí, unas picadoras de carne a las madres que perdieron a sus hijos en su insana guerra contra Ucrania.

¿Qué le queda a Putin?

Ya no tiene a ese gigantesco aparato político de la Unión Soviética que durante la guerra fría empobreció a millones de habitantes y a quienes persiguió y asesinó a mansalva. Tampoco le queda el legado de Lenin o Stalin. No tiene de base a una ideología. De hecho, nunca tuvo una ideología. Era un agente corrupto y asesino de la KGB. Ese era y sigue siendo su credo. De ese enorme país, sólo le queda una Rusia atrincherada, muy lejos de aquel imperio soviético.

Entonces, sólo le queda sus oligarcas mafiosos, de quienes ya está distanciado. Dinero y poder. Pero una cosa más: el sueño de refundar esa Rusia imperial.

Esta fijación de este petiso mafioso con las exrepúblicas soviéticas no se ha desvanecido en absoluto con el tiempo. Por el contrario, han aumentado después de la exitosa anexión de la península de Crimea y la guerra civil que se encendió en el Donbass. La nostalgia de Rusia de lo que alguna vez fue parte de su territorio no es más que un pretexto para intentar neutralizar cualquier gobierno disidente en la región y subyugar tanto como sea posible a los países que componen su zona de amortiguación, por razones de seguridad y financieras.

La economía rusa esta pasando por un crítico momento. Su aparato estatal es demasiado grande y costoso y corrupto. Su temible ejercito rojo, quedo en evidencia en su atraso y su absoluta indisciplina militar. Durante años, Estados Unidos piso el acelerador del armamento bélico junto con China y Putin abrió la puerta a granes negociados de sus generales, erosionando su fuerza militar. Ahora depende de otro desquiciado Kim Jong-un con más de 30 mil soldados locos que como pájaros extraviados se entregaron en bandadas a las balas del ejercito ucraniano. Fue una masacre.

Pero ahora, todos sus esfuerzos de desestabilizar las elecciones norteamericanas, de generar inmensas olas de desinformación y bulos y hasta caos social en beneficio de su hijo putativo Trump, le dio resultado. Ganó – Putin – las elecciones presidenciales y en menos de dos semanas, ya tiene a Ucrania bajo su bota. Hasta con show de televisión mundial incluido de postre.

El Viejo Continente busca ahora un sistema de disuasión militar que sustituya al de Washington, y Francia parece ser el único candidato capaz de hacerlo, aunque con limitaciones.

Putinistán es el reino del caos y de un grupo de mafiosos cuyo erotismo se inflama con la impunidad de hacer lo que se le viene en gana, vivir sin controles ni contrapesos, sin nada que le impida hacer lo que les cante en gana y disfrutar del derrumbe del mundo occidental. Sin límites.

Lo más peligroso es que están empezando lentamente a conseguirlo. El reino de Putinistán está de fiesta y su principal invitado es Trump – quien tampoco tiene principios y solo está interesado en sí mismo, su dinero, su poder, su ego y, tal vez, en sus amigos leales, claro está -.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Javier Medrano

Licenciado en periodismo y Ciencias Políticas de la Universidad Gabriela Mistral de Santiago, Chile.

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