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El Rodrigazo

Javier Medrano

Licenciado en periodismo y Ciencias Políticas de la Universidad Gabriela Mistral de Santiago, Chile.

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Todos, sin excepción, analistas y expertos en campañas siempre coinciden en afirmar que ningún candidato puede o podría ganar un proceso electoral sin tres elementos críticos: Estructura (casas de campaña, gente que movilice alrededor del candidato, que marque presencia del candidato en vecindarios y juntas de vecinos), recursos (el dinero suficiente para pautear la campaña en medios digitales, tradicionales, armar eventos políticos, viajes, sumar a celebridades, contar con recursos brandeados, vallas, desde gorras hasta poleras y banderines, lo más básico) y narrativa (una identidad diáfana del cliente que se diferencie del resto y que construya su posicionamiento en la mente del elector. Un posicionamiento fuerte del candidato y de su identidad discursiva, en la mente del elector).

Nada de esto sucedió con Rodrigo Paz. No tuvo recursos; tampoco estructura (no tenía ni siquiera una casa de campaña en Cochabamba y en otras ciudades del país), pero sí una identidad política fuerte pero cuya voz era muy bajita. Casi inaudible. Casi hasta mimo gestual. Pero que, de alguna manera, impactó en una masa electoral de barrio, de comuna, del plan, de los bailarines de Oruro y de las fraternidades de La Paz y El Alto. De voto popular.

Se caminó todos los municipios, se reunió con todas las juntas de vecinos del país, desde hace dos años. Se apegó a todas las bases sociales posibles. Uno a uno. Bailó con ellos, bebió con ellos, comió con ellos y se abrazó con ellos. A pie. En taxi. En minibús. En flota. El solo. Y construyó sus bases. Su músculo oculto. Y luego se sumó un policía honesto y fustigado por la maquinaria corrupta de la policía. Un hombre de barrio, básico. Simple, pero con una meta política clarísima: limpiar a la Policía Nacional. Y juntos lograron lo impensable: ganar las elecciones presidenciales para forzar una segunda vuelta. ¡Brutal!

Al final, hubo batacazo. El senador y exalcalde de Tarija, el centrista Rodrigo Paz Pereira, hijo del expresidente Jaime Paz Zamora (MIR) venía ganándole al MAS de Evo Morales varias veces. Como alcalde, como congresista. Fue un gancho al hígado y un verdadero “manazo” electoral sacado de la chistera. Golpe que cultivó y que venía amasando silenciosamente en las últimas semanas, para al final, consagrarse como ganador de las elecciones en Bolivia con el 31,7% de los votos, según el conteo rápido.

Paz disputará la presidencia en una segunda vuelta el 19 de octubre con el exmandatario de derecha Jorge “Tuto” Quiroga, que logró el 27,2%. Un candidato que tampoco mostró muchos recursos o los suficientes para montar una intensa campaña electoral. Su campaña fue bastante vacua y llena de errores de su VP.

Lo que Rodrigo logró fue afianzar el primer balotaje en la historia del país entres dos políticos de derecha y centro derecha y que pone fin a 20 años de gobierno del Movimiento al Socialismo, el partido de Evo Morales, atrincherado en su feudo del Chapare, donde se resiste a una orden de detención de la Justicia por trata de menores. Morales llamó a anular el voto: según los resultados preliminares, los votos nulos alcanzaban el 18%. Que no es un tema menor. Sus bases cocaleras del pedófilo y prófugo de la justicia aún lo aúpan.

Su mensaje, desde unas gradas de El Prado de la ciudad de La Paz, improvisado, a diferencia de los otros candidatos que tenían hoteles y pantallas listas para celebrar sus victorias, arengó – rodeado de personas dispares, espontáneas y hasta anónimas -,“lo que queremos es construir la reconstrucción de la Patria. Que la economía sea de la gente y no del Estado. Yo tengo un dicho: ‘Nada se gana hasta que se gana’. Por eso tenemos que seguir trabajando estos dos meses. Bolivia no solo está pidiendo cambio de gobierno sino un cambio en el sistema político”. Rompió la agenda de la “billetera”, de las corporaciones. De los de círculos de poder. El voto de base popular y mixturado sigue más vivo que nunca.

Otra gran sorpresa de la jornada electoral fue que el empresario Samuel Doria Medina, de Unidad Nacional, que quedó en tercer lugar con el 19,6% de los votos – su techo histórico -, fue derrotado por cuarta vez en su intención de llegar a la presidencia, luego de su fracaso en los comicios de 2005, 2009 y 2014.

Por la noche, Doria Medina – denso y hasta casi ensimismado – reconoció su derrota y expresó su apoyo a Paz y tras un lacónico viva Bolivia, se dio la vuelta y se retiró. Nuevamente su lectura es inexacta. Su rol, ahora, debe ser muy proactivo. De él depende darle a Rodrigo viabilidad congresal, para cambiar leyes, reducir el déficit fiscal, la balanza comercial y reestructurar un Estado elefantiásico. Su rol en política ha crecido. No fue electo, pero tiene una plataforma de senadores y diputados muy importante. En otras contiendas, jamás habría podido lograr semejante bancada. Ahora depende de él, pavimentar la gestión del próximo gobierno.

Otro punto fundamental es que el capitán Lara ahora es la bestia negra de la policía nacional. La dura reestructuración que deberá enfrentar la Policía Nacional de Bolivia y que el expolicía está decidido a liderar, será una de las batallas más duras que enfrentará una de las instituciones más desacreditadas del país por sus severas y profundas brechas de corrupción y ligazones a la mafia organizada.

Lara se ratificó – en una entrevista al vivo a nivel nacional a horas de saber su victoria electoral -, que le espera “mano dura” a la policía y que su reingeniería será muy profunda y hasta agresiva. Los policías de base, ojo, verían con muy buenos ojos este hecho. La cabeza de los “estrellados” parecería estar debajo de la guillotina de Lara, para la algarabía popular.

¿Será posible esto? ¿Habrá amotinamientos? ¿Habrá respaldo a la gestión de Gobierno cuando se produzcan bloqueos, marchas? ¿Tendrá el Gobierno apoyo de la policía para establecer el orden y la paz en un país que sigue mangoneado por Evo y sus hordas?

Por el momento, la verdadera dupla ganadora – de esta primera parte de la historia electoral, por lo menos -, tiene ocho semanas de campaña muy dura. Ahora deberán tomar aire de nuevo y tratar de equivocarse lo menos posible.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Javier Medrano

Licenciado en periodismo y Ciencias Políticas de la Universidad Gabriela Mistral de Santiago, Chile.

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