El sincretismo religioso
Cada grupo de seres humanos cree que sus costumbres son las “buenas” y que lo que hacen y creen los distintos es, de alguna manera, malo. Con los algoritmos y la sociedad de la red esto se ha exacerbado, nos hemos hecho más totalitarios. Las discrepancias ideológicas se entienden ahora como insultos, no se discuten ideas, sino que simplemente se endosa al adversario un mote que sirve para descalificarlo. Se lo cataloga como “zurdo”, neoliberal, o cualquier otra identidad, y no es necesario discutir más. Cada grupo se cree guardián de la moral y afirma que sus adversarios son corruptos, delincuentes. Este disparate, tonto para quien haya estudiado algo de ética, se ha generalizado.
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En el campo de la religión, a propósito del caso Loan, pudimos escuchar a muchos analistas que hablan de que la religión popular, con altares e imágenes de San La Muerte o del Gauchito Gil, pueden llevar a pensar que el niño pudo ser secuestrado para realizar ceremonias satánicas, sin tomar en cuenta que la religiosidad popular está más vinculada a los ciclos de las estaciones, que a demonios.
En todo el mundo, se produjo una hibridación de teorías que llegaron con la prédica de los misioneros y las creencias locales. Fue así como, Brígida, una diosa celta de la fertilidad, terminó venerada como santa patrona de Irlanda y cómo un soldado romano fundido con la leyenda de un dios que mató a un dragón en Inglaterra se convirtió en el santo patrono de ese país.
Según progresaba el invierno, el día se volvía más corto haciendo temer que el sol agonizaba, lo que provocaba una angustia general. El miedo a que muera el astro, provocó la formación de cultos y la organización de ceremonias para evitar lo que parecía que podía ser una hecatombe. En el hemisferio norte se esperaba con ansiedad que llegara el solsticio de invierno. Solsticio viene de sol y de sistere que significa quieto, designa al momento en que, termina el invierno, el día ni se acorta ni crece, para después renacer con fuerza renovada.
El solsticio de invierno fue una celebración importante de las culturas del norte. Según la mitología azteca, Huitzilopochtli (colibrí-zurdo) el dios de la guerra, fue hijo de Coatlicue (la de la falda de serpientes), que se embarazó cuando guardó en su seno unas plumas de colibrí caídas del cielo. Su hija Coyolxauhqui, enojada por la sospechosa concepción, decidió matarla con ayuda de sus cuatrocientos hermanos. Cuando iban a hacerlo Huitzilopochtli salió del vientre materno, los mató a todos, degolló a Coyolxauhqui, arrojó su cabeza al cielo, convertida en la luna, y él mismo tomó la forma del sol. Los aztecas creían que al final del invierno Huitzilopochtli iba al Miktlan, el lugar de la Muerte, de donde renacía volando como colibrí gracias a los sacrificios humanos que hacían para lograr este efecto.
En esa misma época, el 12 de diciembre, desde varios siglos antes de la llegada de los españoles algunos pueblos indígenas veneraron a una diosa negra de la fertilidad, Tonanzin del Tepeyac, (madre querida del Cerro Narizón). Cuando llegó Cortez destruyó las imágenes sagradas de otras deidades y, previsivamente, los indígenas fundieron el culto a Tonanzin con la imagen de una virgen extremeña que el conquistador traía en su bandera, la Virgen de Guadalupe. Su nombre tenía origen islámico, deriva de la palabra árabe “guadale” que significa “río”, y “lupo”, que en latín significa lobo.
Se debe respetar y comprender la religiosidad sincrética, con su diversidad
Ochocientos años después, la virgen morena sigue convocando a millones de fieles en un emocionante acto de espiritualidad popular, al que todo estudioso de la religiones debería concurrir. No importa si se venera a Tonanzin o a una virgen de Extremadura traída por Cortez, es una de las manifestaciones más interesantes del sincretismo religioso mexicano, que se expresa de distintas maneras.
En Roma, entre el 17 y el 23 de diciembre, desde hace 2.300 años, se celebraba la Saturnalia. El orden social se trastrocaba, los esclavos fungían de señores, reinaba el desenfreno, sacrificaban animales, comían frutas secas, carne, bebían. El 25 de diciembre, culminaban las fiestas con la celebración del renacimiento del Sol, al que llamaban Sol Invictus. Inicialmente las celebraciones estuvieron organizadas por sacerdotes llamados Potifex, constructores de puentes, que entraron en conflicto entre sí. Julio César terminó con los problemas asumiendo el título de Sumo Pontífice, título que detentaron los emperadores romanos durante siglos. Mientras vivió Jesús, los sumos pontífices fueron Augusto y Graciano, el nazareno jamás celebró la Navidad el 25 de diciembre, ni tuvo ninguna afinidad con la religión romana. Cuando el Imperio absorbió al cristianismo, surgió una religión sincrética, más romana que cristiana, en la que siguen celebrando al Sol Invictus, atribuyendo la fecha al nacimiento de Jesús, aunque los estudios científicos dicen que nació entre el año 4 y el 8 antes de la era cristiana, y no lo hizo en diciembre, sino en primavera, por el mes de marzo o abril.
Todo esto no significa que la religión católica sea falsa o verdadera. La religiosidad es un fenómeno profundo que no tiene que ver con la literalidad de los acontecimientos a lo largo de la historia. La fiesta más importante de los cristianos, que ha trascendido más allá de su religión, es la Navidad, que más tiene ver con una religión pagana, la del Sol Invictus, que con las enseñanzas de Jesús.
Una de las advocaciones más importantes de María es la de la Virgen de Guadalupe de México, que se celebra el 12 de diciembre, día de Tonanzin del Tepeyac y no el 8 de septiembre, la fecha de la Virgen de Guadalupe en España.
La discusión teológica sobre el sincretismo religioso tiene muchos autores interesantes, es apasionante en el libro del teólogo alemán Richard Nebel, “Santa María Tonantzin Virgen de Guadalupe, continuidad y transformación religiosa en México”; publicado por el Fondo de Cultura Económica, y también el texto de Miguel León-Portilla, “Tonantzin Guadalupe, pensamiento nahuatl y mensaje cristiano en el Nican Mopohua”.
Cuando la Navidad se trasladó al hemisferio sur todo se hizo bizarro. Santa Claus suda copiosamente en Buenos Aires con ropa inadecuada para lo que en ese sitio ocurre en ese momento, el solsticio de verano. Adornamos la casa con nieve de plástico y comemos alimentos pesados, en medio de un calor infernal.
En la región andina habitaron pueblos que celebraron el 25 junio, el solsticio de invierno del hemisferio sur, con la fiesta que originalmente se llamó del Wawa Intiraymi. (Fiesta del niño Sol). Durante muchos años las comunidades indígenas celebraron esta fecha, más que la del solsticio de invierno del norte, que tenía poco sentido en su vida y en sus cosechas.
Cuando llegaron los españoles, la fiesta se fundió con la celebración de Juan Bautista, el único santo católico canonizado antes de nacer, porque al igual que María y Jesús, nació sin pecado original. Las comunidades andinas quemaban fogatas para producir calor para ayudar al sol en su resurrección, cosa que se sigue haciendo hasta el día de hoy.
San Juan fue la fiesta central del calendario religioso andino. Participé varias veces en “sanjuanitos” en los que los campesinos se disfrazan, beben chicha de “jora” (maíz germinado), mezclada con chahuarmishki, un mezcal que se extrae de la cabuya.
Las comunidades se reunían, comen, beben y bailan, celebraban la “fiesta de los gallos” galopando bajo un cordel del que penden aves a las que les arrancaban la cabeza de un tirón.
Los mapuches celebran el solsticio con el We Tripantu entre el 21 y el 24 de junio, que coincide también con el solsticio de invierno del hemisferio sur. La religión Umbanda también celebra la fecha. La canción de Maria Bethania acerca de Sao Joao menino tiene que ver con lo mismo. “Mi pai Sao Joao es xangô”, una deidad africana. Durante estas semanas vimos en los medios porteños la sorpresa que producía el conocimiento de las religiones propias del pueblo de Corrientes y del noreste argentino. La existencia de altares en las casas de la familia de Loan y de imágenes propias de la religiosidad popular, hicieron pensar a algunos capitalinos que podían haber elementos satánicos en estas manifestaciones religiosas, por el desconocimiento que existe de la realidad de la religión en el mundo.
El relato del apóstol Santiago que se venera en Compostela, de los Reyes Magos en Colonia o de la casa de la virgen que voló de Tierra Santa a Croacia y finalmente aterrizó en Loreto, tienen tantas posibilidades de ser reales históricamente, como San La Muerte, y la virgen de los sicarios de la que habla Fernando Vallejo. Son parte de la religión popular, que es razonable, pero no se debe analizar con la racionalidad cartesiana.
Un verdadero respeto por la religiosidad, supone ser capaz de emocionarse con los altares de la abuela Catalina, los sanjuanitos de Ecuador, Perú y Bolivia, y el canto de las mañanitas a la media noche del 12 de diciembre en homenaje a Guadalupe del Tepeyac.
La visión de que la religión verdadera tiene que ver con demostraciones para que subsistan los negocios de Aerolíneas Argentina o para que el Estado siga entregando dinero para las empresas de la Iglesia en Argentina, y no con las creencias del pueblo, es una concepción muy parroquiana. Jesús nunca estuvo interesado en negocios. Creía que su reino no era de este mundo.
Tal vez sea una posición política válida en la urbi, pero nada tiene que ver con la Iglesia del orbi. Esa es una de las causas para que en los dos países católicos más grandes del mundo, Brasil y México, han dejado el catolicismo un 15% de sus feligreses, que adherieron a religiones evangélicas, carismáticas, o al agnosticismo.
Es importante respetar y comprender la religiosidad sincrética, con toda su diversidad, así como es indispensable que aprendamos a coexistir respetando las diferencias de todo orden con los demás. La negación del otro y la agresividad solo pueden conducirnos a la catástrofe.