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Es una tendencia muy humana, que lo que pensamos modifica la percepción de lo que vemos, es decir, vemos en los demás lo que somos (ley del espejo), por ende, existe una inclinación a hacernos historias en nuestra mente en base a lo que creemos ver, por lo que muchos pueden vivir sugestionados interpretando todo a la ligera y únicamente en base a su propio parecer, según a su propio gusto y pensar, sin entender siquiera la realidad concreta, sin una interpretación objetiva ni darse el trabajo de ejercitar un pensamiento amplio, reflexivo, analítico, crítico y creativo.
La interpretación objetiva es aquella actividad hermenéutica dirigida a desentrañar la común intención, por ejemplo, de las partes que celebraron un contrato, lo cual involucra no sólo lo manifestado o declarado (texto) sino también aquellos comportamientos previos y posteriores (extratextual) al acto negocial.
Lo más complicado es cuando esa manía de hacernos historias en nuestra mente a la ligera (es decir, que no responden a la realidad) es aprovechada por la politiquería como una forma de manipulación social en base a la mentira y al engaño (esto es, sin ética en la función pública), con el propósito de distraer a los demás, encubriendo sus verdaderas y deshonestas intenciones. Y al momento en que los demás recién se dan cuenta es demasiado tarde porque ya consiguieron sus fines.
Bajo esta perspectiva, cuando existen demasiadas historias juntas, todas ellas al mismo tiempo y de forma secuencial por episodios fomentando paulatinamente la anarquía, no solo encierra una gran y monumental distracción social, sino que también se avanza hacia justificar luego posibles acciones que conlleva incumplimiento de deberes y obligaciones por parte del administrador sobre el administrado, arremetiéndose en contra de las libertades, los derechos y las garantías de este último (instaurándose regímenes autoritarios, de hiperterrorismo y de represión selectiva, consiguiendo impunidad absoluta para todos sus gerifaltes o capitostes).
En momentos de violencia, dramatismo, falta de orden y de respeto a la ley, muchas veces esta confusión y distracción es aprovechada para dar vía libre, a lo clandestino, lo ilícito e ilegal. En palabras de Paolo Ricci (Le origini della camorra, Sintesi, 1989): para las mafias la violencia es un factor ordenador y de regulación social cuya finalidad es reconstituir un orden que se pretende alterado o suspendido (el orden que la racionalidad mafiosa quiere articular).
Una vez conseguido ese supuesto “orden” deseado, recién el caos y el desorden no convienen en absoluto al crimen organizado, tal como explica la investigadora Sonia Alda Mejías, afirmando que luego “este es el primer interesado en la existencia de cuerpos de seguridad (disolutos) y de un sistema judicial (débil) que garanticen un orden social estable para poder desarrollar sus negocios sin complicaciones ni perturbaciones. Sin embargo, además de este entorno, dicho sistema de seguridad ha de proporcionar protección a los criminales. Para ello el ámbito de la informalidad es imprescindible porque es, en este espacio, donde la ley puede ser negociada o directamente ignorada mediante el soborno a los representantes estatales que integran el sistema de seguridad y justicia. El objetivo último en este caso es lograr la impunidad que significa falta de castigo, lo que explica violación de una profusa legislación penal, mediante la cual se endurecen penas” pero no llega a los más poderosos y jamás existe reparación del daño causado.
Por todo lo expuesto, es menester que los administrados en cada país, puedan entender que también existe esta otra lamentable lógica perversa; y, en consecuencia, puedan percibir con otros ojos, las situaciones que ocurran, más allá de lo obvio.
Por lo tanto, más que conducirse por emociones, que incentivan mayor caos y acracia, puedan, por el contrario, más bien, exigir en sus respectivos países, el cumplimiento de sus propias Constituciones, exigiendo leyes oportunas en sintonía con ellas, además de compeler el acatamiento a todas sus autoridades y servidores públicos al cabal cumplimiento de su normativa nacional, ejerciendo recio control social en búsqueda de una auténtica responsabilidad, recuperación, reparación y resarcimiento de los daños ocasionados tanto por particulares, políticos y funcionarios públicos vigentes, corruptos, abusivos, cínicos y/o violentos.
Se debe responsabilizar a aquellos que sólo llegan para trastornar, para compartir quejas, desdichas, problemas, que incentivan la falta de autoestima, que sugestionan, inventan, provocan y/o promueven historias tristes y desastrosas, inculcan miedo, violencia, división, confusión, prejuicios y perjuicios a los demás. Si alguien busca un cubo para echar su basura (toda esa su toxicidad), se debe procurar que no sea en nuestra mente (no más bloqueos mentales).