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Frente al retroceso de las democracias a nivel global se yerguen de manera incontestable modelos autoritarios de ejercicio del poder. Una ola de regímenes híbridos y autocráticos emergen en el planeta encubiertos tras fachadas democráticas en algunos casos o con un rostro bestial y cínico de extrema violencia en otros.
El debilitamiento de la civilización occidental y del orden internacional liberal creado después de la segunda guerra mundial ha llevado a la idea de construcción de un nuevo orden mundial y el reconocimiento de la alteridad.
Empero, ese proyecto, a diferencia del socialismo y del comunismo, no promete la felicidad ni el bienestar. Por el contrario, en su menú de posibilidades, tras defenestrar la visión judeo-cristiana del hombre y del mundo, solo ofrece la alternativa de consolidar Estados depredadores que perviven gracias a la miseria de sus pueblos.
Los oligarcas de “cuello blanco” y los del “oro blanco” abrazan la idea del control total y el disfrute desenfrenado de los placeres materiales. El hedonismo se convierte en una nueva religión y el pragmatismo en la nueva reserva ideológica para justificar los nuevos estilos de vida dionisiacos.
La racionalidad occidental se resquebraja a pedazos sin terminar de entender que se encuentra sometida a una guerra cultural. Ataque impulsado por el bloque antioccidental en el que se engarzan las tecnologías de poder viejos fundamentalismos, terrorismos nómadas, socialismos de viejo cuño, sociedades gobernadas por el crimen organizado, modelos de capitalismo autoritario y todo caudillo dictatorial exitoso.
Para imponer la idea de la “decadencia occidental” se esgrime la lógica de las “dictaduras del miedo”. Regímenes que usan viejas y clásicas tecnologías de dominación suprimiendo libertades, censurando y controlando los medios de comunicación, militarizando el Estado o reprimiendo con violencia las manifestaciones pacíficas.
Más aún, en el último tiempo los poderes autoritarios no solo se dedicaron a concentrar el poder político en manos de caudillos populistas, quienes gobiernan discrecionalmente y sin restricciones normativas, sino que la violencia se ha organizado desde el Estado para desplegarse a nivel social. Grupos armados por el Estado, sicarios, mercenarios y equipos de inteligencia siembran el terror en términos reales y virtuales en las sociedades contemporáneas.
Estas maquinarias de terror empero se han sofisticado en el nuevo milenio para la generación del miedo individual y colectivo. Articulan los avances tecnológicos para un seguimiento algorítmico de los opositores con el rescate de viejas tecnologías de poder de periodos premodernos y la elaboración de nuevas tecnologías de sometimiento y aplastamiento de la identidad e individualidad humana.
Las nuevas tecnologías de poder se desarrollan en base a la idea del “despojo” moral e identitario de los rebeldes. Aquellos que se oponen a los autoritarios son despojados de su libertad, bienes inmuebles, propiedades, fuentes laborales, así como de sus posibilidades de generación de ingresos e, incluso, de sus títulos profesionales. Se trata, en suma, quitar a los individuos su “identidad” y destruir su entorno social, anulando con ello sus posibilidades de expansión y el deseo de poder.
En este marco, los países del mundo occidental se encuentran arrinconados pensando que el mundo no comprende las bondades de la democracia y del ideal de libertad, falsa lectura que les impide ver que la democracia les ha sido arrebatada y que se la ha minado desde sus entrañas.
Lo que ha emergido, entonces, es una camada de engendros autoritarios que se constituyen, por de pronto, en las únicas estructuras vivientes organizadas. Las fuerzas democráticas hoy en día están en retirada y desorganizadas, sin visión y sin liderazgos creíbles, crisis que las condena a un futuro incierto y poco promisorio. Momento histórico que exige, sin embargo, recuperar el “principio esperanza” como motor de un nuevo tiempo.