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La coyuntura política y económica se encuentra nublada por una feroz disputa de interpretaciones y narrativas sobre la curiosa, asustadora y rápida toma militar de la plaza Murillo por un general revivido de los años 70.
Pero, a pesar de lo jugoso, intrigante, grotesco e inclusive hilarante de los hechos del 26 de diciembre, no pueden ocultar, para siempre ni siquiera postergar por meses, la necesidad de reconocer y afrontar la crisis económica en curso. Para la cual, por supuesto, hay salidas técnico-económicas, hay caminos macroeconómicos por recorrer y políticas públicas por construir. No es, la primera vez, que el modelo primario exportador rentista y comerciante se agota. En la vitrina de la historia está la caída de la plata, el estaño y ahora, el gas natural. El guion se repite una y otra vez. Crisis de balanza de pagos que se traduce en hecatombe fiscal, que después provoca devaluación (implícita o explicita) e inflación.
En suma, fórmulas y opciones económicas para salir de la crisis existen, pero estamos frente a un desafío de inteligencia colectiva e ingeniería política que no tiene actores acordes con el momento. En este teatro de los horrores y los errores, la mayoría de la clama por soluciones y un horizonte de certidumbres.
Aquí me permitiré esbozar salidas económicas (por temas de espacio no hablaré de los desafíos institucionales y sociales) que tienen que ver con el corto plazo y otras, más complejas de implementar, que tienen que ver con la reinvención de la esperanza en democracia y libertad. Comencemos por esta última.
El país necesita enamorarse de una visión/misión de desarrollo que nuevamente nos permita construir un “nosotros”. Algo por lo cual nos levantemos todos los días y estemos seguros de que, desde cualquier trinchera que nos encontremos, estaremos haciendo lo nuestro, sumado un granito de arena a la construcción de la nueva esperanza.
Necesitamos una misión grandiosa que nos permita ampliar el horizonte. Probablemente, no hay una sola misión, pero por deformación profesional (soy un profesor de toda la vida), y porque soy producto del aprendizaje (salte de la escuela público Cornelio Saavedra a la Universidad de Harvard) creo que una de las misiones vitales de la nación es: la conquista del planeta educación.
Este desafío toca todas las familias de la patria. Mire a su alrededor y vera a sus hijos, nietos, a millones de jóvenes que constituyen lo más valioso de nuestros hogares y país. En sus corazones y mentes están los recursos renovable más poderosos del siglo XXI: Las ideas. Estas nacen y se convierten en productos, servicios, tecnología, acuerdos, solidaridad, las buenas ideas surgen de gente mejor y más preparada. Por lo tanto, el capital humano que debería constituirse en la nueva base del patrón de desarrollo.
Rumbo al Bicentenario desde los cimientos de la sociedad, las familias, las instituciones, las empresas, los gobiernos y de manera, absolutamente obsesiva, deberíamos reconstruir el país en base a la educación.
Pero estamos frente a un desafío complejo. Hacer reformas estructurales profundas y al mismo tiempo, en pleno vuelo de un avión que tiene enormes dificultades, debemos hacer ajustes que nos permitan recuperar dólares, generar empleo de calidad, mejorar la salud, cuidar de la gente de la tercera edad, bajar la inflación y conseguir carburantes para que funcionen nuestras casas y negocios. Concentrémonos en el corto plazo y enfaticemos que todas las propuestas de políticas públicas girar en torno a cuidar y/o fomentar la educación.
¿Cómo armamos un paquete macroeconómico integral y no parches de políticas públicas?
Comenzaré por el tema fiscal que el gobierno se rehúsa, si quiera, ponerlo en la agenda de los desafíos. Hace 11 años gastamos mucho e invertimos mal y nuestros ingresos públicos han bajado. Entre el 2014 y el 2022, registramos un déficit público que, en promedio anual, está en torno de 7.5% del producto interno bruto (PIB). Para el año 2023 ya llegamos a casi 11% del PIB. Entonces la pregunta es: ¿Cómo cerramos este abismo que se está comiendo a la economía?
Por el lado del gasto se deben hacer cortes importantes en propaganda, viajes y otros gastos innecesarios; cerrar empresas públicas ineficientes; racionalizar la inversión pública; reducir el personal innecesario del sector público; cerrar empresas estatales ineficientes y tal vez, el desafío más complejo, es restructurar los subsidios del sector hidrocarburos. De manera concreta, creo que debemos reactivar la idea de hacer subastas de diésel (esta propuesta surgió del acuerdo entre el gobierno y los empresarios). Así mismo, debemos mantener subvenciones que beneficien a los más pobres de manera directa y a través del transporte público. Los automóviles de alta gama deberían dejar de recibir los subsidios. Los recursos obtenidos por esta vía deben ir directamente a un fondo para la educación.
Por el lado de los ingresos, se debe recuperar las exportaciones de gas natural, cambiando la Ley de Hidrocarburos, que ciertamente tendrán un efecto positivo de mediano y largo plazo. y discutir en profundidad una reforma tributaria que baje los impuestos para la gente del sector formal que siempre los ha pagado e incluir a los nuevos ricos de Bolivia a un sistema impositivo progresivo. Eso significa que cocaleros, grandes gremiales, cooperativistas mineros del oro, agroindustriales deben contribuir con más ingresos al Estado. Para proteger los recursos del país urge aprobar una Ley de Responsabilidad Fiscal poniendo techos al déficit público, que no debería pasar de 2 o 3% al año.
Para conseguir dólares se debe hacer una real liberación de las exportaciones, aumentar la productividad de estos sectores generadores de divisas y realizar un gran pacto por el turismo. Estudios nos dicen que a través de este sector podríamos conseguir unos 3000 millones de dólares al año. También debemos apostar a una nueva minería, vinculada a la trasformación energética mundial en curso, a la revolución de los servicios tecnológicos y a la exportación de alimentos.
Así mismo, de manera gradual debemos retornar a un tipo de cambio flexible con intervenciones parciales del Banco Central de Bolivia, es decir volver al Bolsín. Es probable que en un periodo de transición se necesite un crédito puente de algún organismo internacional.
No hay la menor duda que muchas de estas medidas requieren de acuerdos políticos básicos que parecen muy difíciles en el momento preelectoral que se avecina, pero la reconstrucción de equilibrios económicos mínimos es fundamental para llegar los 200 años como nación sin crisis.
Bolivia necesita de un verdadero golpe, un golpe de esperanza, un golpe de educación, un golpe del timón macroeconómico que nos permita salir, simultáneamente, del pantano del corto plazo, pero que nos encamine un nuevo patrón de desarrollo basado en un mejor capital humano.