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No es nuevo que los populismos seducen a las masas desorientadas, y tampoco es nuevo que esas mismas masas que persiguen a ciegas a los populistas, resultan luego desencantadas por la corrupción, el autoritarismo y la impostura.
Esto viene sucediendo desde hace muchos años y nos hace pensar otra vez que los pueblos se merecen los dirigentes que tienen, porque los encumbran y luego lloriquean. Sucedió con Collor de Mello en Brasil, a principios de la década de 1990, y sucedió con Fujimori en Perú en esos mismos años. Lo mismo pasó con Abdalá Bucaram en Ecuador, destituido por incapacidad mental para gobernar.
El repudio por las viejas figuras políticas y la fascinación por cualquier rostro nuevo con un discurso demagógico es parte de la tradición en América Latina. Es la misma actitud de los que se adscriben a las capillas de los predicadores evangélicos en busca de desahogo y salvación.
En Bolivia, una figura “nueva” encandiló a principios de este siglo a las grandes mayorías y también a intelectuales tan incautos como oportunistas que eligieron a Evo Morales a la presidencia durante varios periodos, con las consecuencias que estamos viviendo ahora y que padecerán futuras generaciones en un país devastado, endeudado y convertido en escombros no solamente en su economía sino en su moral y ética. En cambio, un “viejo” conocido, como Paz Estenssoro, pudo sacarnos del pozo de la hiperinflación, con racionalidad y coraje.
Los prestidigitadores de la palabra siguen ganando adeptos como las iglesias evangélicas. En El Salvador, Nayib Bukele se posicionó apoyado por nostálgicos de las dictaduras militares. Con su aspecto juvenil y deportivo, Bukele seduce mientras cambia las leyes para atornillarse en el poder y para montar un gigantesco aparato represivo que no solamente sirve para controlar a las temibles maras, sino a la oposición política.
Con excepción de Lula (Brasil) y Mujica (Uruguay), los líderes del llamado “Socialismo del Siglo XXI” fueron figuras que salieron de la nada para convertirse en la esperanza de sus pueblos, a los que traicionaron con discursos diametralmente opuestos a lo que hicieron en la práctica. El carisma de Chávez y la corrupción que instauró hizo de Venezuela el país de cuatro millones de expatriados que conocemos ahora. La traición de Daniel Ortega (y su caricatural bruja) a los principios del sandinismo, convirtió a Nicaragua en una dictadura bananera donde una sola familia controla todo el aparato del Estado. Comparativamente, Somoza queda en la historia como un aprendiz torpe.
Rafael Correa y Evo Morales, también figuras seductoras de incautos y oportunistas, llevaron el discurso del “buen vivir” a su nivel más degenerado: la entrega de concesiones mineras y petroleras a empresas depredadoras del medio ambiente, y a avasalladores que calcinaron millones de hectáreas de bosques para beneficio de especuladores de tierra y agroindustriales sin conciencia. La “Pachamama” (tan cacareada) sufrió como nunca antes en la historia, las consecuencias de políticas extractivistas salvajes. Los rostros “nuevos” han sido sistemáticamente los más peligrosos porque se revelaron en el poder como la imagen invertida del espejo, lo opuesto a lo que habían ofrecido: depredadores, corruptos y autoritarios con afanes de apropiarse indefinidamente del poder. Una suerte de Dr. Jekyll y Mister Hyde.
Y ahora aparece Javier Milei en Argentina, un energúmeno desaforado que parece enojado con la vida y con el mundo mientras vocifera palabrotas y distribuye injurias con ventilador, a unos y a otros: ni el papa Francisco se libra.
Lo peor es que Milei se reclama libertario… lo cual es un insulto para todos los anarquistas y libertarios del mundo, cuya filosofía del poder es diametralmente opuesta a la de este impostor. Mi querido Liber Forti debe estar revolviéndose en su tumba, de rabia o de risa, frente a ese esperpento de político que tiene posibilidades de convertirse en presidente de Argentina, un gran país con pésima suerte en sus gobiernos.
Queda claro que los culpables del crecimiento exponencial de Milei y de su discurso de odio son los Kirchner, cuya mala gestión y corrupción galopante llevó a Argentina a la situación económica y social en que se encuentra ahora. Milei no existiría sin las barbaridades que cometió Cristina y su pálido sucesor. Entonces se confirma lo que decíamos antes: cada pueblo se merece los dirigentes que elige. Argentina se irá al bombo con su gran ego.