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La percepción ciudadana coincide en opinar que el país está en su peor momento. La crisis económica, la ineptitud gubernamental, el desasosiego político y una profunda sensación de que los derroteros que Bolivia había construido a lo largo de toda la historia republicana están aniquilados invade el espíritu ciudadano y lo cubre de sombras. Todo indica que el fallido proyecto plurinacional masista devastó todos los derroteros que la nación se había fijado desde mediados del siglo pasado y en su lugar solo dejó ruinas, mierda y corrupción. El Dr. Santiesteban en una entrevista con Magy Talavera lo expresó de una manera brillante; “el MAS no ha dejado nada”, dijo.
Evidentemente los 19 años de masismo fueron una sucesión de fracasos estrepitosos que por momentos pasaron desapercibidos gracias a los ingentes presupuestos de acción mediática del régimen y su incuestionable capacidad de mentir, empero, a estas alturas ya nadie duda de su fracaso. José Luis Bedregal, un joven político nacional hizo no hace mucho una síntesis muy ilustrativa; emprendieron con el litio -dijo- y fracasaron, emprendieron con el gas y fracasaron, emprendieron en el campo de la educación formal y fracasaron, emprendieron con la reivindicación marítima y fracasaron, emprendieron con la protección a la Pachamama y fracasaron, emprendieron en el intento de indianizar las culturas mestizas y fracasaron, quisieron imponer una lengua originaria y fracasaron, incursionaron en la era espacial con un satélite trucho y fracasaron, intentaron inventarse un Estado en sustitución de la Republica y fracasaron, pretendieron transformar a Evo en un caudillo icónico y fracasaron. El paso del MAS por el poder solo puede calificarse como una desastrosa historia de fracasos que terminaron, como era de esperarse, en un país en caída libre hacia las profundidades de una crisis inédita en la historia nacional.
Podría alguien decirme que el momento de la hiperinflación y la crisis del 81-83 fue la peor de toda la historia nacional, y es cierto en la esfera económica, nada fue tan duro y devastador pero el país era en esos momentos una estructura con instituciones funcionando, una nación que tenía conciencia de su identidad, con un gobierno sincero y directo y no un tropel de cínicos mentirosos en funciones estratégicas como hoy, una sociedad que a pesar de sus divergencias sentía que hacía parte de un proyecto conjunto, una nación que reconocía sus debilidades y falencias y que, a pesar de su pobreza hacia los mejores intentos por superarlas. Una nación que comprendía que la democracia era el escenario del disenso, de la confrontación constructiva, el MAS y sus caudillos no pudieron nunca (ni aun hoy que se caen en pedazos) comprender que las naciones son más poderosas y tienen mayor futuro cuando la pluralidad es verdadera y no solo un discurso de emisión, un recurso demagógico o la coartada de la corrupción.
Después de casi 20 años de desgobierno el peso de los fracasos, la corrupción y la mentira han terminado devorando sus propias entrañas. No es que entre Evo y Arce hay divergencias (lo que los separa son intereses personales) al fin y al cabo ambos son autores y responsables directos de la debacle que arrastra la nación, lo que sucede es que el peso de sus fracasos ha terminado haciendo del MAS una juntucha de corruptos, ineptos y racistas que ha perdido el horizonte, y junto a él terminó en el basurero de la historia un proyecto estatal plurinacional fallido.
A pesar de todo, a estas alturas ya comprendieron que perdieron la mejor oportunidad para hacer historia de la buena; se aplazaron, y parece que cada vez se percatan con mayor precisión que se trata del peor gobierno que tuvo Bolivia. Me dirá usted amable lector que peor fueron las dictaduras militares y la respuesta es no, el MAS fue de principio a fin otra dictadura, solo que esta vez, a la usanza del siglo XXI, tan mala corrupta e ineficiente como las que nos dieron los generales del siglo pasado.