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En su libro de 1967, Memorándum sobre política exterior boliviana, José Fellman Velarde señalaba que Bolivia no carecía de una posición en sus relaciones internacionales; lo que en verdad le faltaba era una doctrina. Fellman fue canciller de Paz Estenssoro cuando Bolivia rompió relaciones con Chile por el desvío del río Lauca. La “doctrina” Fellman adoptó la ruptura de relaciones diplomáticas como un castigo al vecino, medida que solo levantamos por las negociaciones de Charaña en los años 70.
La ruptura de relaciones con Chile no tuvo consenso en las filas diplomáticas nacionales. Víctor Andrade, figura de las relaciones exteriores como embajador de Villarroel y del MNR en Estados Unidos, opuso rápidamente su correcta discrepancia a Fellman. Para Andrade, si incluso en la Guerra Fría las potencias mantenían relaciones, no tenía sentido romperlas con un vecino, por más diferencias que hubiera.
En su libro y quizá sin saberlo, Fellman estaba formando un cuerpo doctrinario lleno de pasión. Si Bolivia quiere poner los puertos chilenos a competir, Fellman proponía con algo de esperanza púber que para eso estaba Ilo y el compromiso peruano contraído ante Fellman en julio de 1963, mucho antes de que Paz Zamora y Fujimori firmaran los acuerdos de Ilo. Si se trata de impugnar el Tratado de 1904, ahí está Fellman alegando su nulidad por haberse suscrito en condiciones de fuerza. Incluso en la controversia sobre el río Lauca, Fellman apunta que Bolivia aceptó no reclamar el inicio de obras porque estaban en curso las negociaciones de 1950 con Chile, pero añade con hipérbole que el desvío de aguas fue una amenaza a la integridad territorial boliviana.
Y si usted ha oído a algún amigo proferir que, si de acrecentar sus riquezas se tratara, el único país contra el que Chile haría otra guerra sería Bolivia, pues ese argumento paranoide tiene también su lugar en el libro de Fellman. Este también acusa a Chile de incumplir el Tratado de 1904. Fellman insistía en que los costos de los puertos hacen que el tránsito de bienes y personas bolivianos no sea en verdad libre ni irrestricto y que Chile no pagó indemnizaciones a los bolivianos con propiedades confiscadas en el territorio cedido.
Un conocedor de las relaciones internacionales me contó una vez que al preguntarle a Paz Estenssoro quién creía que era el “amauta” de nuestras relaciones exteriores, aquel respondió (quizás también porque fue uno de los suyos) que Fellman. Este acabó su carrera en el golpe de Natusch Busch, en 1979, como parte del elenco golpista, pero su influjo en las relaciones exteriores, particularmente con Chile, se ha mantenido con una vigencia tan llamativa como el olvido en que se ha sumido a Fellman.
Incluso quienes tienen a menos la Revolución Nacional o critican al MNR siguen la senda de Fellman en materia exterior como un tributo inconsciente a sus ideas. Y tal vez esas ideas son parte de una tradición boliviana en las relaciones exteriores, algo así como su sentido común. Acaso Fellman sea únicamente el compilador más ducho de esa corriente apasionada, pues, ahí está su libro con ideas que 55 años después se siguen invocando.
Dada su perdurabilidad, censurar a Fellman sería injusto e inútil, tanto porque no puede ya defenderse como porque contenidos de su libro se repiten a diario, aunque ya nadie recuerde a su autor. No es éxito menor el suyo: en algún sentido nuestras relaciones exteriores se han detenido donde él las dejó, dentro de las líneas maestras de su pensamiento.
Pero ocurre que sesenta años han pasado. Por ejemplo, Bolivia y Chile mantienen relaciones diplomáticas, aunque sean nominalmente a nivel consular para honrar la tradición inaugurada por Fellman. Pocos se preguntan si esa política guarda utilidad aún. Anclados en Fellman, no hemos construido una doctrina que remplace la suya. Hemos probado hasta ir a La Haya, con escasa suerte. Y tal vez un retorno al realismo diplomático sería menos genial, pero más aterrizado. Mientras eso pasa, aquí seguimos con que Fellman vive, la lucha sigue, diciendo.