Escucha la noticia
“¿Fetichismo? Pues adelante con el fetichismo, que también es una forma de amor. O mejor dicho, cualquier amor -balbuciente o sublime- siempre es una forma de fetichismo”, nos previene Fernando Savater en su libro Aquí viven leones (2015), en cuya tapa aparece también el nombre de Sara Torres, la escritora que fue su esposa y que falleció en el proceso de gestar esta obra.
La obra es llamativa porque ofrece inmiscuirse en la vida privada de ocho grandes escritores (que iremos mencionando cuando sea pertinente), tras cuyas huellas ha viajado Savater con Sara Torres, para conocer los lugares donde vivieron, sus bibliotecas, sus ciudades, y percibir quizás en los muros y en las calles una presencia que trasciende lo estrictamente literario.
El interés principal, sin embargo, es el propio relato de Savater, gran humanista y demócrata que ha remado muchas veces a contracorriente de las modas políticas, y ha acabado teniendo la razón, como le ha sucedido también a Vargas Llosa. Aquí no habla de política actual, y tanto mejor, porque disfrutamos sin reserva su prosa suelta y clara, y su gran erudición de la que, sin embargo, no hace bulla.
El libro comienza con Shakespeare, a quien Harold Bloom calificó nada menos que de “inventor de lo humano”. Savater es muy cauto y evita repetir aquellos mitos poco probables que giran en torno a la figura del más grande escritor en lengua inglesa. Por el contrario, avisa que habrá de ceñirse a los datos verificados, por ejemplo, sobre el nivel educativo del autor de Romeo y Julieta o Hamlet. No sólo describe los lugares y las casas en las que vivió, sino que ofrece información sobre la lucha del autor por posicionarse como un escritor serio, en una sociedad demasiado solemne como para aceptar sus juegos de humor y de abierta o velada crítica social. La de Shakespeare no fue una vida fácil, ya que sus obras recién fueron publicadas después de su muerte, a pesar de haber sido reconocido como la figura más importante del teatro en Inglaterra. Esta parte es interesante porque muestra que sus dramas y comedias se transformaban contínuamente y se enriquecían sobre las tablas antes de quedar transcritos en su forma definitiva.
Con Ramón del Valle-Inclán sucede algo similar: el escritor (y actor ocasional) pugna por lograr reconocimiento y lo hace creando su propio personaje, inmortalizado en esas fotografías en las que destaca sobre todo la seriedad de su rostro con gruesos anteojos y una larga barba blanca que cultivó con premeditación y alevosía. Don Ramón escribía en la cama, así lo describe Savater cuando visita lugares emblemáticos como excusa para imaginar a estos escritores en vida y creando su obra. Sobre don Ramón, que parecía viejo desde que era joven, hay detalles sabrosos, entre ellos cómo perdió el brazo izquierdo en una disputa de café a los 32 años, herido por un amigo con el que mantuvo, antes y después, una cordial relación. Vuelven las ganas de leer Luces de bohemia y Sonata de otoño, sus obras mayores. Y por supuesto Tirano Banderas, precedente ilustre de toda la saga latinoamericana de novelas sobre dictadores.
Se vale del polaco Stanislaw Jerzy Lec, “a ciertos genios sólo pueden descubrirlos otros genios”, para referirse a Poe, ignorado al principio en Estados Unidos, pero descubierto, traducido al francés y de alguna manera “mejorado” por Charles Baudelaire, nada menos. No hay que olvidar otra traducción célebre de los cuentos de Poe, la que hizo Cortázar al castellano (Alianza Editorial). Todos los elementos que se reiteran a lo largo de la obra de Poe están en su historia familiar compleja y oscura: el alcoholismo, la tuberculosis, la pobreza, el fuego devastador, la enfermedad, la muerte en toda su belleza… El “tenebrismo romántico” y dos símbolos ineludibles: el cuervo y el gato negro. Otro Poe se revela: el escritor que desde muy joven inventa su propia leyenda de viajes y aventuras, de las que no existe en absoluto evidencia. Cuando se le abrían horizontes, el propio Poe era el primero en cerrarlos con su comportamiento errático, como si no quisiera escapar del molde de poeta maldito. Le fascinaban las mujeres bellas… después de muertas.
Ya había leído obras de todos los escritores que incluye Savater en este recorrido fetichista, menos a Leopardi, pero nunca es tarde para colmar mi ignorancia. Raquítico, jorobado, asmático… era un personaje deformado con una sonrisa maravillosa y una creatividad que puso en alto la poesía italiana. Savater fue hasta Recanati, la pequeña ciudad donde nació en un palacio burgués y revela varios datos anecdóticos interesantes, que hacen fascinante al personaje, más allá de su obra. Por ejemplo, que aprendió castellano con un preceptor mexicano, que no se separaba desde entonces de su ejemplar de El Quijote, o que fue enterrado en Posillipo pero años después se abrió la tumba y no había calavera…
De Agatha Mary Clarissa Miller, mejor conocida como Agatha Christie, leí sus 66 novelas y varios libros de relatos cuando tenía 14 o 15 años de edad. Poirot o Mrs Marple fueron mis guías para iniciarme como lector, casi inmediatamente después de Enid Blyton y al mismo tiempo que Emilio Salgari o Julio Verne. Yo también busqué las huellas de la escritora inglesa en Palma de Mallorca, el año 1972, cuando fui nostálgico a Pollensa, donde se sitúa una de sus obras. En el pueblito de Deiá visité a Robert Graves, sin saber en ese momento que había sido muy amigo de Agatha Christie, ojalá lo hubiera sabido. Savater le dedica otro capítulo señero donde nos recuerda que es la escritora inglesa más leída y traducida después de Shakespeare, lo cual no es poca cosa. En descargo del género policiaco o detectivesco, señala: “… porque la literatura no sólo es caviar sino también sardinas en escabeche…” La vida de Christie no es tan interesante como su obra, pero tiene episodios memorables. Tomó para siempre el apellido del marido con el que pasó solamente una noche de luna de miel, fue enfermera durante la Primera Guerra Mundial y en el oficio aprendió el arte de mezclar sustancias venenosas, algo que aparece en varias de sus mejores obras, como la inolvidable Cianuro espumoso (1944). La desaparición de Christie durante 11 días en 1926, a raíz de la infidelidad de su marido, ha sido motivo de especulaciones, relatos e investigaciones, aunque ella no menciona el misterioso episodio en su propia autobiografía.
En la ciudad de México visité la Capilla Alfonsina, la casa-biblioteca de Alfonso Reyes, y lo mismo hizo Savater para seguir las huellas de ese extraordinario escritor que no es tan leído fuera de México como otros de su país, pero que tiene una obra inmensa en cantidad y calidad. Puede ser una nimiedad, pero el escritor me interesó desde el principio por el nombre y apellido coincidentes, casi, con los de mi padre. Savater nos dice que era un hombre pequeño y amable, dotado de fino sentido del humor, lo cual queda probado cuando para casarse con Manuelita Mota, su compañera de toda la vida, le puso dos condiciones: que le diera un hijo más alto que él y que le alcanzara los libros que estaban en los estantes superiores de su gran biblioteca. Reyes viajó mucho por Europa y América del Sur, ocupando cargos diplomáticos o como periodista. Algo que yo no sabía y que me acerca más a su obra es que durante su estadía en Madrid, Reyes escribió regularmente crítica de cine en el semanario España que dirigía José Ortega y Gasset.
En su variada selección de escritores Savater continúa con Flaubert, ese monstruo de escritor francés sobre el que escribió magníficamente Vargas Llosa después de estudiarlo a fondo como nadie. Savater esboza un retrato más accesible del personaje, de quien nos dice que nació pudiente y tuvo una infancia feliz. En este libro hay dos clases de escritores: los que tuvieron una vida sin apreturas económicas porque nacieron con fortuna (o la hicieron pronto) o porque ocuparon cargos diplomáticos, y los que pasaron muchas dificultades para sobrevivir y lograr su meta de convertirse en escritores y ser reconocidos por ello. En ambos casos, nos han dejado obra magnífica, lo cual confirma que el talento y la voluntad están por encima de las circunstancias sociales y económicas. La descripción que hace Savater complementa lo que podíamos saber sobre el autor de Madame Bovary. No hacía más que escribir, en una gran soledad, durante largas horas día y noche para avanzar en una obra inmensa, “durante varios años por cada libro”. Es fascinante el relato de que ponía sobre la mesa tres hojas en blanco: en la primera escribía espontáneamente lo que le salía a borbotones, en la segunda tachaba y escribía con estilo, y en la tercera “pasaba a limpio el resultado de tanto tejer y destejer”. Luego, el paso final era saber cómo sonaba lo escrito: en escenas casi cinematográficas Savater describe a Flaubert “recitando a gritos las líneas que acababa de concluir y que quería dar por definitivas” en el paseo de una alameda contigua a la casa donde escribía. Como todo ser humano, era complejo y contradictorio, “mucho más sincero en sus apasionamientos que en sus principios”.
El último capítulo está dedicado a Stefan Zweig, el gran biógrafo que se suicidó junto a su esposa Lotte, el 22 de febrero de 1942 en Petrópolis, cerca de Río de Janeiro, donde se habían establecido un año antes. Ese fue el fin de un largo itinerario impulsado por su fama como escritor. Estuvo en exilio durante el nazismo en Francia, Suiza, Inglaterra, Estados Unidos, Argentina y Brasil (entre otros). Dice Savater que llegó a convertirse en una suerte de “institución caritativa” porque en la medida de sus posibilidades ayudaba a muchos emigrantes centroeuropeos que huían del fascismo. Esa generosidad “no siempre le ganó simpatías o afecto, porque ya se sabe que pocos necesitados son capaces de perdonar del todo a quien está en posición de hacerles favores”. Sabia frase. Savater se refiere a la pasión de Zweig por escribir las biografías de los grandes hombres y por adquirir sus diarios, cartas manuscritas y borradores, que parecían interesarle más que sus grandes obras: “antes que lo creado le fascinaban el acto mismo de crear y la voluntad creadora, con todas sus vacilaciones, enmiendas y aciertos geniales. El borrador reflejaba mejor esa voluntad en marcha que el manuscrito una vez acabado y corregido”.
Lo mismo podría aplicarse al propio Savater en este libro de fragmentos de búsqueda que apasiona por la calidad de los personajes y por el relato lleno de sorpresas.
Leer un buen libro es como regodearse con un fruto dulce y jugoso. Ese placer se lo debemos esta vez a Savater.