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Si alguien pensaba que la división en el MAS era simplemente un juego, una farsa destinada a concentrar la atención mediática, se dará cuenta ahora que no había tal, que las cosas han llegado a un punto en el que sanar las heridas y comenzar a cerrar las cicatrices es poco menos que imposible, porque las cosas han llegado a un punto en el que ya nadie, ningún militante, de mayor o menor peso, se abstiene de emitir una opinión, generalmente controversial, sobre lo que está pasando en filas de ese partido.
Los últimos días fueron de alineamiento. El propio ex vicepresidente, Álvaro García Linera que había mostrado su lealtad a la intención original del proyecto – el liderazgo indígena -, pero no necesariamente al personaje – Evo Morales -, ahora señala abiertamente que Morales se equivocó y que su candidatura está destinada a la derrota si no busca resolver los problemas internos. Es más, le pidió humildad y una mejor lectura de la realidad para salvar al instrumento político.
Si algo caracterizó a Morales fue más la intuición que la reflexión, y una actitud de revancha que estuvo siempre detrás de muchas de sus decisiones con relación a sus adversarios. Para el expresidente, Luis Arce es un traidor, porque seguramente incumplió el compromiso que contrajo cuando fue postulado a la presidencia en 2020, de dejar el camino libre al líder histórico para procesos posteriores. No contó con que el efecto del poder suele debilitar las lealtades y poner en riesgo los compromisos.
El discurso de Arce evolucionó del elogio a la crítica, de hacer referencia al legado de Morales a eliminar su nombre de los discursos, todo en un contexto de tensión que se fue agravando con el tiempo y que llegó a su instancia crítica cuando la crisis económica obligó a ambos a distinguir las responsabilidades. Eso, además de la lucha antidrogas, un capítulo escabroso de la gestión, donde no pocos – masistas y ex masistas, entre ellos – observan una pelea entre grupos de interés por el control de territorios.
Si los medios son el espacio elegido para un debate cada vez más cargado de mensajes políticos envenenados, el Chapare es el campo de batalla real, donde parecería que se tocan los asuntos más críticos. La destrucción de innumerables y extraordinariamente bien equipadas fábricas de droga, la incautación récord de cocaína en diversos puntos del país, podrían ser también elementos que están detrás de la creciente tensión partidaria.
La división va dejando al descubierto el lado más oscuro del proyecto. Son los dirigentes de ambos bandos, más que algún opositor o crítico gubernamental, los que abierta o subrepticiamente muestran el hilo conductor que lleva a un nuevo escándalo, que a la postre evidencia la profunda descomposición interna.
Los militantes, de uno y otro lado, ahora prueban la eficacia de las “armas” de desprestigio que se utilizaron antes contra los adversarios. Las nuevas narrativas están dirigidas contra los enemigos internos. La lucha por el control partidario tiene más relevancia hoy que el ajuste de cuentas con el ayer, aunque eso no se deje del todo de lado.
La nueva polarización es una cuestión de lealtades. Estás conmigo o estás en mi contra. Eres “arcista” o “evista”. No hay una diferencia de puntos de vista o visiones de país. Es solo un asunto de ambición personal, de intereses en pugna, de acomodos en los espacios del poder. La decadencia llega cuando importan más los cargos que las ideas, cuando el debate transita de la ideología a las miserias.
Al votante del MAS, lo dicen los estudios focales de Diagnosis, no le gusta está pelea entre “políticos tradicionales”. Los evistas creen que Arce es un traidor y los arcistas que Morales no está capacitado para gobernar. Ya el voto se dividió y no hay quién lo una.
Ahora sí, indudablemente, asistimos al fin del ciclo hegemónico del MAS. Por ahora queda el vértigo ante un vacío que todavía nada, ni nadie, ha podido llenar.