Gobernar en la Argentina anómica
No es verdad que, ante el fracaso del Gobierno, la mayoría quiere dejar de consumir, sufrir, y ahorrar para que en el futuro exista una sociedad ordenada. A nadie en sus cabales le importan el FMI o la inflación, cuando la gente dice que su principal problema es la economía, no habla de subir tarifas o derogar derechos, sino de poder regalarle a su hijo un helado u organizar el asado.
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Me he dedicado a estudiar cómo se genera el poder, cuáles son las dinámicas que lo explican, cómo la política se relaciona con el desarrollo tecnológico, con la forma en que nos comunicamos y con las percepciones que tenemos de la realidad.
Hasta donde se sabe, el tiempo y el espacio de este universo empezaron desplegarse hace unos 13.800 millones de años. Antes hubo otros universos. Pequeñas manchas en la parte inferior derecha del mapa cósmico de microondas delatan que existieron antiguas galaxias, anteriores a la formación del hidrógeno y del helio, formadas en universos anteriores, hecho confirmado por el telescopio espacial James Webb.
El sistema solar y la Tierra se formaron hace unos cinco mil millones de años; la vida, hace 4 mil millones, un asteroide cayó hace 66 millones y terminó con la vida de los dinosaurios. Gracias a su desaparición, los mamíferos pudimos prosperar, y hace 4,2 millones de años apareció el primer homínido, el Australopithecus anamensis.
Hace 300 mil años aparecimos los homo sapiens. Solo pudimos organizarnos en hordas de miles de ejemplares cuando, como dice en Demian Hermann Hesse: “Inventamos dioses, luchamos con ellos, y ellos nos bendijeron”. Formamos sociedades verticales controladas por guerreros y brujos dueños de todos los bienes materiales y espirituales.
A fines del siglo XVIII, se inició el vertiginoso proceso de cambio que vivimos. La máquina de vapor, un artefacto que se movía por sí mismo, ayudó a producir una cantidad de bienes inimaginable. Con el capitalismo algunos crearon riqueza y la acumularan gracias a su trabajo. Aparecieron también otros que quisieron repartir esa riqueza.
Surgió la democracia con la idea de que las sociedades pueden ser gobernadas por mayorías que expresen los intereses de grupos que integran a sociedades recientemente diversas y complejas.
En América, la democracia es algo reciente. Estados Unidos y México han mantenido por más de un siglo sistemas democráticos con presidentes elegidos para un período que se cumple, alterabilidad en el poder, sin intervención de militares y religiosos en la política, pero en los demás países la democracia se va consolidando, sobre todo a partir de que los Estados Unidos dejaron de promover dictaduras militares en la década de los 80.
En Argentina, las fuerzas armadas constituyeron una fuerza política, aliada muchas veces a la Iglesia católica, que tuvo enorme influjo en el país durante casi todo el siglo XX. En septiembre de 1930, un golpe llevó al poder al general José Félix Uriburu iniciando una saga de regímenes militares que gobernaron, intermitentemente el país, hasta 1983.
Entre 1946 y 1953 gobernó Juan Domingo Perón, encabezando un movimiento nacional y popular que volvió al poder en 1973, cuya influencia se extiende hasta nuestros días. En los últimos años, dirigentes que no habían militado en la izquierda, crearon el kirchnerismo, una versión de izquierda pop del peronismo que une a caudillos provinciales con mentalidad feudal, con sindicalistas, miembros de grupos sociales y militantes estridentes que felizmente están más interesados en vivir bien que en matar a nadie. Juntos por la voluntad de poder, fueron muchachos peronistas que iban a vencer “todos unidos”, pero enfrentan una probable derrota por el desastre del actual gobierno.
En el siglo XX hubo otros dictadores que soñaron con eternizarse en el poder aliándose a sectores sindicales y eclesiásticos. Los más relevantes fueron Juan Carlos Onganía entre 1966 y 1970, Emilio Eduardo Massera, integrante de la última Junta Militar, y Leopoldo Fortunato Galtieri, que intentó recuperar las Malvinas por las armas y llevó a la institución militar a una hecatombe.
A lo largo del siglo XX fueron elegidos cuatro presidentes que defendían valores republicanos. Abogados, radicales, asediados por las organizaciones populares peronistas, ninguno de ellos terminó su período. Se instaló la idea de que solo los peronistas podían gobernar el país.
Mauricio Macri fue el único presidente, electo en un siglo, que no se formó en el justicialismo ni en el radicalismo, ni tuvo nada que ver con los gobiernos militares. Fue también el primer presidente no peronista que pudo terminar su mandato constitucional en cien años. En otros países, el dato no sería llamativo, lo hizo la gran mayoría de presidentes latinoamericanos, pero en Argentina es una excepción.
La nuestra es una sociedad corporativista, anómica, más compleja que otras del continente. Los sindicatos, creados por Perón y fortalecidos por Onganía, son parte inevitable del poder. Son organizaciones poderosas, dirigidas por líderes que se inspiran más en la Carta del Lavoro fascista, que en los sindicatos revolucionarios de los que habló Lenin en Qué hacer, pero ocupan un lugar central en la sociedad.
Los empresarios tienen un papel peculiar. No hay otro país de América Latina en el que los hombres más ricos pueden reunirse en locales símbolo de su poder, la Sociedad Rural y el Llao Llao, para que los candidatos presidenciales vayan a recitar sus programas de gobierno y recibir sus observaciones. Es obvio que en todos los países hay candidatos que representan los intereses de los empresarios, pero, aunque sea por hipocresía, no hacen reuniones públicas, que son un acto simbólico de sometimiento. De más está decir que nuestros candidatos no la complementan esta, con otras reuniones con de dirigentes obreros, decanos de facultados de economía, artistas u otros miembros de la sociedad. En otros países, el candidato más aplaudido por los empresarios perdería votos; acá, algunos creen que pasa lo contrario.
Es frecuente que en el círculo rojo sean más aplaudidos quienes ofrecen satisfacer los deseos de los empresarios de forma más radical y en el menor tiempo posible. Desde el punto de vista electoral hay un problema: la mayoría de los argentinos no son de ese círculo social y siempre creen que los ricos quieren hacerles daño. La nueva sociedad, hija de internet, es más horizontal, la política se democratizó, la gente común siente que tiene poder, y cada día es más difícil ganar las elecciones con un programa de gobierno aprobado por los más ricos del país, justamente por eso: porque está aprobado por ellos.
En Argentina nunca fue elegido presidente un representante de los grupos nacionalistas y liberales ideológicamente encuadrados en la derecha que se han candidateado. Ese fenómeno se profundizó con el progreso tecnológico. Vivimos la sociedad horizontal de internet, en la que las formas de la antigua política tienen un rechazo general. Actualmente no habría decenas de partidarios deseosos de reemplazar a los caballos para empujar el coche del presidente, como ocurrió con Yrigoyen. Los presidentes ya no son Doctor o General, son simplemente Cristina o Mauricio.
No es verdad que, ante el fracaso del Gobierno, la mayoría quiere dejar de consumir, sufrir, y ahorrar para que en el futuro exista una sociedad ordenada. Cuando la gente dice que su principal problema es la economía, no dice que quiere un gobierno que suba todas las tarifas y derogue sus derechos. Para ellos, la economía es un problema porque no pueden regalarle a su hijo un helado cuando salen al parque, o para organizar el asadito del fin de semana. A nadie en sus cabales le importa la inflación, ni al Fondo Monetario Internacional. Lo que les interesa es la felicidad de su metro cuadrado, aquí y ahora, no un programa que les lleve a un futuro mejor.
Algunos miembros de la elite adivinan el futuro político del país: saben que la derecha tendrá una mayoría abrumadora en el próximo congreso para dinamitar en una semana las instituciones, los sindicatos, los movimientos sociales y recuperar los antiguos valores, con jóvenes que abandonen el pecaminoso internet, para disfrutar la vereda de su casa cebando mate con su mamacita. Quisieran que imitemos a los padres fundadores de los Estados Unidos que, después de mucho esfuerzo, pudieron comer pavo y fundar un país próspero, que celebra todos los años su Día de Acción de Gracias.
Pero esta no es la realidad. Todos los días roban en el país 5 mil celulares, y no por eso crecen los votos que piden orden. Los habitantes de La Matanza, gobernados durante décadas por el mismo partido que los ha llevado a ser los más pobres e inseguros del país, no van a Recoleta para buscar a un dirigente que los lleve a la prosperidad. Reeligen una y otra vez a los mismos dirigentes incapaces porque se sienten identificados con ellos. No son pobres porque les falta plata, sino porque, aunque se cubran de joyas y manejen coches de alta gama, siguen siendo discriminados por más que se muden a los barrios de la vieja oligarquía, en los que nadie los saluda.
Es indudable que se necesita un cambio radical en todos los órdenes para que el país salga del abismo en el que ha caído. Parte del desastre ha sido la mediocrecracia promovida por Fernández. Se necesita que los argentinos más preparados y patriotas se unan para pensar, planificar y luchar por una Argentina mejor. Pero tiene que ser mejor para todos. Incluyente. No sectaria. Las ideas progresistas se difunden por el mundo de manera imparable y eso no depende de la voluntad de algunos dirigentes que se sentirían mejor si no existieran computadoras y pudieran desempolvar las máquinas de escribir y el papel carbón.
Pero no es solo una declaración de preferencias. No es posible ganar las elecciones ofreciendo más sufrimientos y privaciones a la población. Los votantes posinternet no quieren que se destroce lo que tienen en su metro cuadrado para que construyan una autopista al futuro más cómoda para los ricos.
Si por alguna razón un candidato con esas propuestas llega a ganar las elecciones, es difícil que las pueda poder en práctica si no tiene un plan general político y de comunicación. Es cuestión de ver lo que pasa con Macron, Boric, Castillo. Será el tema del próximo artículo.