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Antonio Gramsci definía la hegemonía como la capacidad de dirigir y dominar el espectro completo de la sociedad a través de un amplio consenso social y político que, en el mejor de los casos, concluía estructurando un bloque histórico, es decir, desplegando el poder del Estado en un solo movimiento que articulara las funciones de dominación y las funciones culturales propias de las sociedades multiculturales más allá de las clases sociales.
Sin duda usted y yo estamos pensando –junto a Gramsci– que la sociedad boliviana decidió en 2005 votar por Evo Morales porque representaba precisamente una diferencia y un reencauzamiento de la sociedad nacional, un nuevo bloque histórico y una nueva hegemonía más allá del Estado fundado en 1952; no sabíamos en ese entonces que en realidad el MAS era la fase final de ese Estado y que, en consecuencia, no significaba nada diferente, era aquello que el MNR dejó trunco a pesar de ser lo más importante: intentar una inclusión real y no solo formal, entre otras cosas.
Estos argumentos que hacen parte de la propuesta política que elaboré hace algo más de un año en un breve libro titulado El fin de un ciclo y el futuro de la democracia boliviana, me han brindado la oportunidad de asimilar la actual coyuntura en un horizonte de comprensión en el que el Gobierno de Luis Arce representa una expresión desesperada por encontrar lo mismo que busca la oposición: identidad propia, lectura correcta de la realidad y proyecto histórico.
Desde esta perspectiva, es evidente que la oposición no ha encontrado aún un paradigma que contenga las características y la naturaleza de la Bolivia del siglo XXI, y por ello, parece girar en torno a todos los elementos que hacían parte sustantiva de la política a lo largo de los últimos 74 años.
Algo similar pasó con el MAS que, al cerrar el ciclo del 52, se quedó sin discurso. Todo lo que la historia le había encargado hacer intentó hacerlo de buena manera, pero lo hizo mal: una oleada de racismo a partir de una concepción aymara (etnocentrismo puro), eclipsó todas sus buenas intenciones y terminó cerrando el Estado del 52 de la peor manera posible. Ese es el origen de la actual crisis política, que podría definirse como un momento de transición entre dos modelos de Estado: uno conocido y el otro por conocerse, de ahí que, si en algo se parecen la oposición y el MAS, es que ninguno tiene un proyecto de Estado y de sociedad que engrane con el siglo que corre, habida cuenta de que el proyecto “plurinacional” fue un intento fallido de zafarse del Estado del 52.
Estamos pues en un momento crucial de la historia nacional, no solo es entrar en campaña y ver qué pasa, es constituir una solución de continuidad histórica y un proyecto estatal capaz de lograr una Bolivia para estos tiempos.