Grupo de Puebla, grupo de populistas
El IX encuentro del grupo evocó su verdadero motivo: compartir mesa con líderes democráticos y representantes de dictaduras acusadas de crímenes de lesa humanidad. La autocrítica estuvo ausente.
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Por Sebastian Grundberger1
La presencia espiritual de Fidel Castro, del Che Guevara y de Hugo Chávez se podía sentir el fin de semana en Puebla, declaró el canciller cubano, Bruno Rodríguez. Como ovacionado invitado especial del IX encuentro del Grupo de Puebla, el alto funcionario de la dictadura más longeva del continente aprovechó para celebrar el actual momento político en América Latina, en el cual se habría producido «una tendencia irreversible del progreso y del paso de un sistema unipolar, de una globalización neoliberal opresiva y de dominación hegemónica del imperialismo, a uno multilateral de nuevo tipo».
Pero no fue suficiente para el Grupo de Puebla dar un tratamiento estrella a un régimen autoritario como el cubano. También fue ovacionada la vicepresidenta del régimen venezolano. Delcy Rodríguez se dedicó a fustigar «los ataques permanentes contra la revolución bolivariana» y variados supuestos intentos de invadir a Venezuela. Ninguno de los presentes habló de las violaciones sistemáticas a los derechos humanos en ambos países. Estas han sido acreditadas, entre otros, en múltiples informes de organizaciones no gubernamentales y de las Naciones Unidas. No levantó la voz el expresidente del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero, ni la canciller de México, Alicia Bárcena. Tampoco el ministro de defensa de Argentina, Jorge Taiana, o alguna de las más de doscientas personas reunidas en el Museo Internacional del Barroco de Puebla.
En unidad avanzamos
Al encuentro bajo el título «En unidad avanzamos» no faltó prominencia política. Bernardo Arévalo, presidente electo de Guatemala, denunció un «golpe de Estado en proceso» de las autoridades de su país y exigió garantías democráticas desde la misma mesa desde la cual el canciller de la dictadura cubana pregonaba su propaganda. Ernesto Samper, expresidente colombiano demandó una «desdolarización» del sistema internacional y una moneda común latinoamericana, mientras que enfatizó que es imposible «hacer integración con gobiernos de derecha».
Con la presencia del embajador chino en México y periodistas de los medios de propaganda del Estado ruso, Sputnik y Russia Today, que reportaron ampliamente sobre el encuentro, los asistentes dedicaron mucho tiempo para alabarse mutuamente. Así elogió el coordinador del Grupo de Puebla, el excandidato presidencial chileno Marco Enríquez-Onimami al expresidente Rafael Correa. Lo calificó como uno de los «de los liderazgos más lucidos del progresismo en América Latina y el mundo».
La diputada chilena del Partido Comunista, Carol Kariola, denunció que Cuba y Venezuela eran «pueblos sometidos». No por sus propios regímenes sino por las sanciones económicas de Estados Unidos. Además, denunció el «lawfare» contra líderes «progresistas». Y mencionó a Lula da Silva, Dilma Rousseff, Cristina Fernández de Kirchner y los asistentes al encuentro Evo Morales y Rafael Correa. Este supuesto «lawfare» también es el tema del libro que el Consejo Latinoamericano de Justicia y Democracia (CLAJUD), espacio de juristas allegados al Grupo de Puebla, presentó en los márgenes del encuentro.
Alabanzas mutuas
Un lugar destacado en las intervenciones tuvo la alabanza hacía el proyecto político mexicano de Andrés Manuel López Obrador. Como anfitriones del evento fungieron el gobernador de Puebla, Sergio Salomón, y la candidata presidencial de Morena, Claudia Sheinbaum. Algunos líderes latinoamericanos no estuvieron presentes pero mandaron saludos virtuales. Entre ellos, el presidente del gobierno español Pedro Sánchez —cuya ministra Irene Montero sí asistió—, de Chile, Gabriel Boric, y de Argentina, Alberto Fernández.
También la agresión rusa a Ucrania fue tema en el encuentro, pero no en estos términos. A los periodistas rusos acreditados seguramente les gustó que tanto Carol Kariola como Ernesto Samper hablaran de una «guerra entre Rusia y Ucrania», así como la particularidad de sus llamados a la «paz». La declaración final del encuentro rezaba: «Llamamos a Ucrania y Rusia a decretar un cese temporal al fuego y explorar la posibilidad de un diálogo en busca de la paz, siguiendo las propuestas de varios líderes internacionales como Xi Jinping, Luiz Inácio da Silva y el papa Francisco».
Marcar las diferencias
«En unidad avanzamos», título del encuentro, evocó más el verdadero motivo del Grupo de Puebla de lo que tal vez los organizadores imaginaban. Compartieron mesa y agenda líderes con credenciales democráticas y representantes de dictaduras y regímenes acusados de crímenes de lesa humanidad.
Una lectura del documento final muestra hacia dónde quieren avanzar los líderes del Grupo de Puebla, qué «unidad» y qué «agenda progresista» tienen en mente. Abolir el «modelo neoliberal», terminar con el «injerencionismo de la OTAN y la exacerbación de los conflictos geopolíticos» o rechazar «las medidas coercitivas unilaterales hacia Venezuela y Cuba», atribuyendo la polarización de las sociedades al «crecimiento en Latinoamérica y el Caribe (LAyC) de una derecha antidemocrática que avanza, sin embargo, democráticamente, con esa vieja ideología, el fascismo, que consiste en dividir entre “amigos y enemigos”, y cuyas posturas en contra del progresismo ponen en riesgo el pluralismo». La autocrítica en el documento está tan ausente como el compromiso con los derechos humanos universales o la democracia liberal.
Es tiempo para los demócratas de la región, especialmente también para la izquierda democrática, de marcar diferencias claras e inequívocas con el Grupo de Puebla. Este ha demostrado una vez más ser un Grupo de Populistas.