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La historia de Bolivia está marcada por momentos de cambio estructurales que reordenan las relaciones de poder, la relación estado – sociedad y estado economía. Las más de las veces estos cambios se hallan enmarcados dentro del conjunto de transformaciones y tendencias a nivel internacional. Prueba de ello son los ciclos económicos y políticos que caracterizaron el decurso de los dos siglos precedentes.
El momento actual que atraviesa Bolivia no es una excepción a esta aparente regularidad que nos coloca detrás de los pasos de la lucha entre las grandes potencias por sus intereses geopolíticos. De este modo, Bolivia se halla alineada a la potencia en ascenso de China y su área de influencia, orientada a cambiar el orden mundial y las estructuras de poder hasta ahora vigentes después de la segunda guerra mundial, encabezada por los Estados Unidos.
En su búsqueda de hacer méritos en esta nueva relación del país con el gigante asiático, se ha alineado en la región sudamericana, de manera ortodoxa, al proyecto de socialismo del siglo XXI en general y al de Nicaragua en particular. De ahí que, el incremento en la dosis de autoritarismo, ante la pérdida de su sustento de legitimidad con base en el discurso indígena, haya sido cada vez más recurrente, abierto y sin restricción normativa alguna.
El problema de la guerra fría, signado por la lucha entre capitalismo y comunismo, se ha actualizado de manera virulenta. Más aún, se ha profundizado merced a la utilización de la tecnología y los modernos descubrimientos sobre el funcionamiento del cerebro humano. En esta nueva disputa hegemónica, sin embargo, la dimensión del conflicto se desarrolla a nivel planetario, combinado los recursos del poder blando y duro, con consecuencias aún impredecibles para la humanidad.
Lo dramático del caso es que, Bolivia se ha sumergido en esa lucha cultural global en la que se disputan los valores de la civilización occidental. Una de las estrategias centrales del MAS para alcanzar tal cometido, a nivel interno, pasó por impulsar la “división”, es decir, profundizar las fracturas sociales estructurales entre indios y blancos (racial), centro – periferia (regional), económico social (campo – ciudad). Más aún, activó una estrategia orientada a exacerbar las divisiones religiosas, de género, etaria y cultural y atacar las instituciones base de la sociedad como la familia, la educación y la religión.
En ese escenario, las fuerzas de oposición solo atinaron a plantear una estrategia de redistribución territorial del poder, alejada de la magnitud de transformaciones que viene impulsando el partido de gobierno desde el año 2006. La fórmula federal, además de ser insuficiente, consolida la imagen de división y fragmentación esgrimida por los adláteres del socialismo del siglo XXI. Estrategia regional que, además, se reconcentra en el departamento de Santa Cruz, ocasionando, consecuentemente, su propio aislamiento de las otras regiones del país.
Ambos proyectos, en la práctica no enfrentan el problema medular de la sociedad boliviana como es de la “diversidad”. El MAS, en el último tiempo renunció a considerar fórmulas alternativas para gestionar la diversidad en nuestro país y optó por un modelo de imposición y sometimiento de la población boliviana a la cultura aymara. La oposición, por su parte, de manera reactiva, no considera la diversidad como un problema de carácter político y renuncia a plantear fórmulas más audaces e innovadoras que interpelen a la población. En todo caso, de consolidarse cualquiera de estos dos proyectos nos llevarían a profundizar la división interna y la inviabilidad del país.
Una tercera ruta entre estos dos proyectos, en un escenario de crisis política institucional, fragmentación social y manifestaciones de crisis económica, obliga a pensar en la necesidad de impulsar un proyecto de país unificador en términos regionales, raciales, culturales y simbólicos. Un proyecto de “reconstrucción nacional” que recupere los referentes de unidad, asegure la paz y rescate los valores constitutivos del “republicanismo” y de una “ciudadanía activa” preocupada por el bien común a nivel nacional e internacional.