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“El comunicado de la cancillería boliviana no refleja el sentimiento de solidaridad del pueblo boliviano con el pueblo palestino. (…) Cuando un pueblo defiende su soberanía lo llaman terrorista. (…) Desde Bolivia condenamos las acciones imperialistas y coloniales del gobierno sionista israelí”. Con estas declaraciones execrables, Evo Morales se alineó con la defensa de las milicias de Hamas, que días atrás llevaron a cabo un gigantesco pogrom antisemita en el sur de Israel, con al menos 860 víctimas civiles que incluyen a niños, mujeres y ancianos.
El insípido comunicado de la cancillería (que amplía su récord de omisión en cuanto a las violaciones a los derechos humanos, cuando provienen de actores “multipolares”) tampoco era defendible en absoluto. Y está claro que la asociación con los poderes fundamentalistas es otro de los ítems donde el arcismo debería poner aún más distancia con el legado evista.
Lo sucedido es, en realidad, el inicio de una guerra no convencional o por delegación, de la teocracia iraní contra la única democracia del Medio Oriente como es Israel, país donde la minoría árabe cuenta con muchos más derechos políticos y civiles que en todo el resto de la región.
En cambio, el dominio de Hamas sobre la Franja de Gaza no es otra cosa que una dictadura totalitaria, donde otros sectores palestinos como Al Fatah son reprimidos con ejecuciones extrajudiciales, los derechos de las mujeres son inexistentes y se arroja a los homosexuales desde las azoteas de los edificios.
Con sus enormes defectos, la Autoridad Nacional Palestina (ANP) que funciona en Cisjordania es harina de otro costal. Y después de lo sucedido, si en el futuro vuelve a hablarse de un Estado palestino, esa posibilidad tendrá que estar restringida a esos territorios, sin Gaza.
El ataque combinado de Hamas desde el sur y de Hezbollah desde el norte (Líbano) confirma la mano de Irán en el asunto, que en lo regional quiso desactivar la normalización de relaciones diplomáticas entre varios países árabes e Israel, mientras que en lo global ha procurado darle oxígeno a Rusia en Ucrania, abriendo un segundo frente para Occidente.
Es llamativo el apoyo internacional, explícito o por omisión, de la izquierda dura a Hamas. Llamativo pero no inexplicable, si tenemos en cuenta que desde hace décadas se teje una extraña alianza que podríamos denominar “islamomarxismo”.
Probablemente, el pionero de esa trágica convergencia fue el ideólogo francés Roger Garaudy, que ya a principios de los ’80 llamaba a hacer la revolución “con el Corán en una mano y El Capital en la otra”. En el 2002, Garaudy recibió el Premio Internacional Gadafi de los Derechos Humanos, dudoso galardón de la tiranía libia que al año siguiente también fue otorgado a Evo Morales.