Hijos del viento
Los indígenas de la zona andina llamaron a los españoles “huairapamushcas”, hijos del viento. Este era un término despectivo para designar a personas carentes de raíces, de historia, que llegaban y se iban llevados por el vendaval. La sociedad fugaz de internet ha convertido a muchos en huairapamushcas. Ante el colapso de ideologías y valores, se presentan en todo el continente candidatos que creen ser capaces de refundar mágicamente sus países, sin tomar en cuenta la realidad y lo que opina la gente.
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La noticia que conmovió esta semana a los argentinos más informados fue el enfrentamiento entre dirigentes del PRO a propósito de las elecciones de la Ciudad de Buenos Aires. Es poco probable que por una disputa personal se fracture un proyecto político construido con tanto esfuerzo a lo largo de 20 años. En cuanto a la inmensa mayoría de la gente, el tema no interesa, luce como otra pelea desagradable entre políticos que están interesados en su ego y no en sus problemas.
En lo de fondo no existían discrepancias. La boleta sábana fue un instrumento para el fraude y las elecciones turbias del siglo pasado que desapareció en toda América Latina. Fue reemplazada por boletas únicas o por el voto electrónico. Que haya seguido vigente en Argentina se explica solo por maniobras para enturbiar las elecciones y por el enorme negocio que significa la impresión de millones y millones de boletas que sirven para dar trabajo a unos amigos y para repartir comisiones.
Los partidos democráticos, entre ellos el PRO, impulsaron siempre una democracia más transparente y la boleta única. Cuando terminó el período de Mauricio Macri las elecciones para jefe de Gobierno se hicieron con boleta electrónica. Después, el método se convirtió en obligatorio por una ley promulgada por la Asamblea de la Ciudad. Está claro que no cabían discrepancias internas sobre su vigencia.
Adversarios del PRO dicen que algunos de sus dirigentes quisieron resucitar la boleta sábana para “colgar” a Jorge Macri, tanto de la boleta de Horacio Rodríguez Larreta como de la de Patricia Bullrich, para perjudicar al precandidato radical a la Jefatura de Gobierno, Martín Losteau.
La versión es poco verosímil, porque la crítica a la boleta sábana fue siempre unánime en ese espacio y porque, según las encuestas, Jorge Macri tiene ventaja para las próximas PASO. Es uno de los dirigentes fundadores del PRO, hizo una buena labor como intendente de Vicente López y tiene méritos propios como para aspirar a ese cargo. El juego sucio de la boleta sábana solo habría enturbiado su imagen, lo habría perjudicado.
Por lo demás, en esta época, todos los candidatos deben cuidarse de no aparecer como títeres de otros políticos. En todo el continente fracasaron estrepitosamente los apoyos de expresidentes y líderes importantes a candidatos de menor visibilidad. Estudiamos el tema en Chile, en donde el apoyo de Sebastián Piñera perjudicó al candidato de la alianza de derecha. Pasó lo mismo con el apoyo de Iván Duque y Álvaro Uribe al candidato conservador en la primera vuelta de Colombia. Cuando Rodolfo Hernández pasó a la segunda vuelta, enfrentando a Gustavo Petro y se puso al frente de las encuestas, publicamos en esta columna que la mejor ayuda que podía darle Duque era no apoyarlo. Los políticos tradicionales colombianos no lo entendieron, apoyaron al outsider y lo hundieron. Lasso habría perdido la segunda vuelta en Ecuador si asomaban en la campaña los políticos y partidos que lo apoyaban. Para ganar era necesario que sea él mismo y no títere de nadie.
En las elecciones de Brasil Lula obtuvo el 48,5 por ciento de los votos, consiguió el apoyo de la candidata derechista Simone Tebet, que tuvo el 4%, y del centrista Ciro Gomes, con el 2%. En la segunda vuelta sumó el 51%, frente al 49% de Bolsonaro. En la sociedad pospandemia, el apoyo de otros dirigentes políticos generalmente resta más que sumar.
En ningún caso las observaciones que hago están inspiradas en antipatías hacia los políticos que he sugerido que no participen en las campañas. Por el contrario, tengo buena relación con la mayoría de presidentes de América del Sur, y en alguno de los casos, incluso una buena relación personal con algunos mencionados.
En Argentina nada está dicho, puede pasar cualquier cosa. El peronismo está en crisis, pero es absurdo suponer que simplemente ha muerto la organización política que dominó la escena política del país los últimos ochenta años. Pueden dar una sorpresa si Cristina baja su protagonismo y consiguen un candidato que se vea distinto de un gobierno que se encuentra en caída libre.
Milei es un candidato con posibilidades de llegar a la segunda vuelta. Es distinto. No se lo ve como miembro de la elite política. La tramposa legislación de la boleta sábana lo obliga a buscar fiscales electorales y alianzas locales que pueden manchar su originalidad, pero está en la carrera.
En el PRO deberían analizar fríamente los efectos del protagonismo de Mauricio en la campaña. Tiene todo el derecho a figurar como líder del partido que fundó, pero van a una derrota segura los candidatos que aparezcan como sus títeres. En las simulaciones que se hacen en la Ciudad encabeza, de momento, los resultados Jorge Macri, pero cuando se pregunta a los porteños si les gustaría que el primo de Mauricio sea jefe de Gobierno, el rechazo es abrumador. No se trata solo de la imagen de Mauricio, sino de la tendencia de la gente del mundo a no votar por títeres. Esa actitud se ha reforzado en Argentina por el calamitoso resultado del Gobierno de una vicepresidenta que maneja al Presidente.
Los planteamientos de algunos outsiders del continente se basan en ideas superficiales, que consolidan un voto que no se produce por las propuestas del candidato, sino por el rechazo masivo al establecimiento de los electores. Tienen más votos en la medida en que aparecen más los líderes. En general, estos candidatos ofrecen cosas que, siendo espectaculares, carecen de contenido, pero no hacen daño a la gente real, como dinamitar el Banco Central. En contraste, algunos conservadores aburridos ofrecen dejar en la calle a millones de personas, derogar el código del trabajo o eliminar los planes sociales. Hacer daño a gente real, no a fantasías paranoicas.
Como dicen algunos economistas serios, para que el país funcione no se necesitan juegos artificiales, sino un plan integral que cambie las reglas de la economía, junto con una la reforma radical de la educación y una transformación general de esta sociedad corporativista, anómica y anticuada, en una sociedad moderna, de libre mercado, que supere el pasado y se integre a una humanidad que está conquistando el espacio.
Esa transformación no se producirá porque gane las elecciones un iluminado que domine todas las ciencias. En el tiempo de Galileo, bastó con que un astrónomo observe con un telescopio que existían lunas que no giraban en torno a la Tierra, para que se instale el heliocentrismo. Actualmente, hay cientos de miles de científicos, tan geniales como él, que manejan los programas espaciales, y realizan investigaciones de todo tipo para que avance la ciencia. Pasó el tiempo de los líderes únicos; los países avanzados están manejados por instituciones y equipos de dirigentes con preparación y experiencia que trabajan durante años.
Los indígenas de la zona andina llamaron a los españoles “huairapamushcas”, hijos del viento. Este era un término despectivo para designar a personas carentes de raíces, de historia, que llegaban y se iban llevados por el vendaval. Para ellos lo más despreciable era ese ser humano sin tradición y sin identificación con una cultura.
La sociedad fugaz de internet ha convertido a muchos en huairapamushcas. Ante el colapso de las ideologías y de los antiguos valores, se presentan en todo el continente candidatos que creen ser capaces de refundar mágicamente sus países, guiados por creencias y caprichos, sin tomar en cuenta la realidad y lo que opina la gente.
El Twitter y la mensajería electrónica nos acostumbraron a conseguir respuestas inmediatas a cualquier pregunta. Con la masificación de la inteligencia artificial, esta tendencia se está agudizando. Todos los problemas de un país pueden solucionarse preguntando a cualquier app lo que se debe hacer, siguiendo sus consejos y aplicándolos la primera semana de gobierno.
No toman en cuenta que la información de las máquinas procesa los datos que están en la red, que en muchas ocasiones son falsos, fantasiosos o, simplemente, disparatados. Por lo demás, los ordenadores pueden acumular y organizar más información que cualquiera de nosotros, pero carecen de sentido común y de criterios racionales que solo se consiguen con la experiencia. A una máquina le puede parecer una buena idea cortar un pie a todos los argentinos para conseguir dólares, para conseguir una gran cantidad de zapatos para exportar, pero es poco probable que, con esa propuesta, un candidato gane las elecciones. Si gana, lo sacarán a patadas cuando intente cumplir su promesa de campaña, porque la gente vota por candidatos y por imágenes, y generalmente no se entera de las propuestas.
Hace dos años conocimos candidatos presidenciales que proponían que su país abra relaciones con los gobiernos que están detrás de la cortina de hierro, ignorando que ya terminó la Guerra Fría, y a otro que acusaba a sus adversarios de bolcheviques, ignorando lo que es un menchevique o quién fue Yuli Mártov.
La sociedad de la red ha fomentado la fe en tonterías, teorías conspirativas, permite que terraplanistas y caballeros templarios que nunca conocieron un caballo digan cómo transformar la sociedad. Algunos, con una visión superficial de la realidad social, ofrecen solucionar todos los problemas del país en el primer mes de gobierno, con medidas simplistas que producirán un enorme dolor, pero llevarán al paraíso. Dicen que realizarán un gran ajuste para que la economía funcione y el país se desarrolle en pocos años.
La propuesta tiene algunos problemas. En la sociedad bulliciosa, protestante y lúdica de internet, todos critican, dicen que quieren volar en pedazos al sistema, pero son conservadores. La destrucción del orden establecido es parte del espectáculo del Circo del Sol. Se lo ve comiendo pochoclo si no afecta a nuestra comodidad. Nadie quiere sacrificarse en realidad. Quiere el ajuste, pero del vecino.
Los que ofrecen sacrificios terminarán padeciendo el peor problema de gobernabilidad: quedarse en casa viendo por televisión lo que otros hacen en el gobierno.