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Incontinencia verbal y reconstrucción democrática

Renzo Abruzzese

Sociólogo

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El proceso electoral boliviano ha estado marcado históricamente por episodios que ponen a prueba la solidez de las instituciones y la capacidad de los actores políticos para navegar escenarios de alta incertidumbre. En este contexto, las alianzas presidenciales suelen ser presentadas como símbolos de cohesión y garantía de gobernabilidad, aunque no pocas veces la dinámica interna de los binomios revela grietas ocultas que terminan saliendo a la superficie durante los momentos más críticos de la contienda. La actual coyuntura electoral de cara a la segunda vuelta no es la excepción: los impases entre Rodrigo Paz y su vicepresidente Lara han expuesto tensiones que no solo afectan la estrategia electoral, sino, comprometen principios fundamentales de la democracia boliviana.

A medida que avanzamos hacia una definición electoral en el balotaje, el panorama político se ve enturbiado por un fenómeno tan inédito como alarmante. La fórmula presidencial de Rodrigo Paz y Edman Lara, (que resultó victoriosa en la primera vuelta) enfrenta hoy su mayor desafío no en su adversario, Tuto Quiroga, sino en una implosión interna que se desarrolla a la vista de todos. Las reiteradas declaraciones de Lara, en las que se arroga un poder superior al candidato presidencial, han excedido la categoría de anécdota para convertirse en el síntoma de una crisis adelantada del futuro poder ejecutivo si eventualmente ellos ganan la segunda vuelta.

El perfil de Edman Lara, un expolicía con una trayectoria política poco conocida, muestra un discurso alejado de las convenciones de lealtad que se presuponen en un binomio presidencial, parece emanar de una concepción del poder más cercana a la cadena de mando de una institución militar que a la relación jerárquica propia de esos niveles políticos. Lara no se presenta como un futuro vicepresidente, sino como el auditor y tutor de un eventual gobierno de Rodrigo Paz. Al poner en duda la autoridad presidencial, complota seriamente en contra de la fortaleza del propio binomio, que es en última instancia, el sustento real del Poder. La verborrea del candidato vicepresidencial, en lugar de mostrar esfuerzos serios por reconstruir los mecanismos de representación social que diezmó el masismo, parece dispuesto a debilitarlos de forma sistemática, lo que termina erosionando las estructuras democráticas y perfila un horizonte dictatorial.

Sin embargo, para una vasta porción de la opinión pública, esta dinámica no responde a una simple torpeza o a una desmedida ambición personal. La sospecha que se ha instalado en el imaginario colectivo, y que actúa como clave para interpretar la situación, es que Lara podría ser un instrumento del Movimiento al Socialismo (MAS) y en ese caso no sería el garante de un nuevo proyecto, sino el caballo de Troya destinado a perpetuar cierto control gubernamental desde las orillas masistas.

Peor aún, Lara encarnaría un perfil terriblemente peligroso para la estabilidad e institucionalidad democrática, es decir, el desafío de reconstruir la democracia boliviana después del MAS se reduce a su mínima expresión con alguien que termina amenazando a su propio presidente.

Finalmente, más allá de la coyuntura electoral, este episodio complota contra la cultura democrática del país. El comportamiento de Lara pone en cuestión las normas de lealtad y confianza que son base de la fortaleza de un equipo de gobierno, dañando la posibilidad de futuras alianzas y reduciendo la política a la mera correlación de fuerzas.


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Renzo Abruzzese

Sociólogo

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