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J.S. Mill y la esclavitud de las mujeres

Guillermo Bretel

Politólogo y Sociólogo de la Julius-Maximilians-Universität Würzburg

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Ana siempre creyó que hacerse cargo de los niños era su obligación natural. Se crió conviviendo en casa con su madre, mientras su padre se desvivía por poner el pan sobre la mesa. Además, en la sociedad en que vivía, predominaba la creencia de que el instinto maternal –inherente a toda mujer– le otorgaba este rol específico. Por ello, decidió voluntariamente abandonar su sueño de ser ingeniera, poniendo por delante la carrera académica de su marido. Luis tenía a la esposa perfecta, pues, cuando volvía diariamente del trabajo, la casa estaba reluciente, los niños, acostados, y la cena, lista.

Aunque en menor medida, ideas como ésta continúan siendo reproducidas en distintas sociedades. Por tanto, vale la pena revisar qué pensaba John Stuart Mill al respecto, uno de los pensadores más influyentes del siglo XIX, filósofo liberal y feminista. En su libro “La esclavitud de las mujeres”, con colaboración de su esposa Harriet Taylor, Mill desmantela las ideas que nacen de cualquier supuesta “naturaleza de la mujer”, a la cual la sociedad constantemente apunta en el intento de justificar los roles de género. Para Mill, tanto la sumisión y conformidad de las mujeres con estos roles, así como su menor representación en historias de éxito fuera del ámbito familiar, son construidas socialmente, en el sentido de que no son sino resultado de leyes, costumbres y tradiciones que las limitan y condicionan.

El descubrimiento más estremecedor de Mill, sin embargo, yace sobre las características de la sumisión de las mujeres. Comparando ésta con la esclavitud racial, concluye que un esclavo –a diferencia de una mujer– es consciente de la opresión que sufre y se pasa la vida imaginando formas de liberarse. Empero, la esclavitud de la mujer es más profunda, pues cala en su mente, a través de la educación y socialización, hasta hacerla creer que lo que le corresponde por naturaleza, e incluso le conviene, es mantener el status quo. Justo lo que pensó Ana al abandonar sus sueños para hacerle la vida más cómoda a su marido, aun cuando podría haber sido, al mismo tiempo, una gran madre e ingeniera, tal como era su deseo.

¿Por qué decidieron ambos priorizar la carrera académica de Luis? Mill aduciría dos motivos: el primero tiene que ver con la falsa idea de que, por naturaleza, la mujer debe concentrarse en la crianza de los hijos y el cuidado de la casa, mientras el hombre debe ser el proveedor. ¿Es que los hombres no pueden cambiar pañales, ayudar a los niños con sus tareas o preparar la cena? Exacto, no es que no sean capaces de hacerlo, lo que nos lleva al segundo motivo. Mill sostiene que la sociedad asume una supuesta inferioridad física y cognitiva de las mujeres en comparación con los hombres, porque la naturaleza de ambos sexos estaría siendo medida, erróneamente, en base a la cantidad de historias de éxito profesional. No obstante, esta generalización se vuelve absurda en vista de que, ya sea por leyes, tradiciones o costumbres, las mujeres no acceden a las mismas oportunidades educacionales que los hombres. En otras palabras, Mill pone el argumento machista de cabeza: las mujeres no tienen menos éxito profesional que los hombres porque sean naturalmente inferiores, sino que parecen inferiores y tienen menos éxito, porque la sociedad no les permite acceder a las mismas oportunidades que los hombres. Quizás a Ana le hubiera ido mejor como ingeniera que a Luis como académico, aunque eso nunca lo sabremos, porque el imaginario social le cerró las puertas a la educación y a una carrera profesional.

Pero Mill no se queda ahí con su crítica social, radical para su tiempo. Desde su perspectiva, la subordinación de la mujer implica un freno para el progreso de la sociedad en su conjunto. Al limitar la individualidad y autonomía de las mujeres, la sociedad desperdicia el potencial y talento de la mitad de la población mundial, que bien podría emplearse para mejor la vida de todos, incluidos los hombres. En ese marco, Mill defiende apasionadamente la igualdad de derechos y oportunidades para las mujeres, y aboga por la eliminación de las barreras legales y sociales que limitan su libertad y autonomía. Asimismo, insta a promover la inclusión de las perspectivas y experiencias femeninas en el ámbito público, puesto que reconoce la importancia de sus contribuciones para alcanzar sociedades más libres y justas.

Sin duda alguna, “La esclavitud de las mujeres” se ha convertido en un clásico del feminismo temprano debido a la manera elocuente y bien argumentada en que deconstruye la opresión ejercida por los roles de género sobre las mujeres y desafía los valores tradicionales de las sociedades del siglo XIX. Si bien se han dado grandes pasos desde su publicación, esta obra nos recuerda, enérgicamente, que la lucha por la igualdad de género sigue en curso, pues la crítica de Mill, aunque en menor medida, continúa siendo válida para nuestros tiempos. Los principios de justicia, libertad e igualdad, planteados en su obra, deben seguir presentes para crear una mejor sociedad para todos, especialmente para los millones de Anas que siguen viviendo en opresión.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Guillermo Bretel

Politólogo y Sociólogo de la Julius-Maximilians-Universität Würzburg

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