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La Constitución de la tierra

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El académico italiano Luigi Ferrajoli ha publicado los fundamentos y el proyecto de lo que denomina una Constitución de la Tierra. Y lo hace convencido de que existen problemas globales que no forman parte de la agenda política de los gobiernos nacionales, como el calentamiento global, las amenazas a la paz mundial, el crecimiento de las desigualdades, la muerte de millones de personas todos los años por falta de agua potable, de alimentación básica y de fármacos esenciales, o las masas de migrantes que huyen de las condicione de miseria y degradación de sus países.

El jurista advierte que la humanidad se encuentra hoy en una encrucijada, seguramente la más dramática y decisiva: sufrir y sucumbir a las múltiples catástrofes y emergencias globales, o bien hacerles frente, oponiéndoles la construcción de idóneas garantías constitucionales a escala planetaria, proyectadas por la razón jurídica y política.

Todo esto está desde hace muchos años a la vista de todos, documentado de manera coincidente por una inmensa literatura. Incluso los responsables de estas emergencias y estas amenazas —los gobernantes de las mayores potencias y los grandes actores de la economía mundial— son totalmente consciente de que el cambio climático, la elevación del nivel de los mares, la destrucción de la biodiversidad, las contaminaciones y los procesos de deforestación y desertificación están trastornando la humanidad y son debidos a sus propios comportamientos. Y lo peor, seguimos actuando como si fuésemos las últimas generaciones que viven sobre la Tierra.

Así nació la idea de dar vida a un movimiento —cuya primera asamblea se celebró en Roma el 21 de febrero de 2020— dirigido a promover una Constitución de la Tierra capaz de imponer límites y vínculos a los poderes salvajes de los Estados soberanos y de los mercados globales, en garantía de los derechos humanos y de los bienes comunes de todos.

La globalización de la economía y de las comunicaciones ha reducido el poder de los Estados, deslocalizando a escala global gran parte de las decisiones que inciden sobre nuestra vida. Este fenómeno ha estimulado la integración y la interdependencia entre todos los pueblos de la Tierra, haciendo cada vez más necesaria la construcción de una esfera pública supranacional.

 Hace 70 años, el mundo parecía mucho más grande que el actual, y sabíamos poco o nada de lo que estaba pasando en otros continentes, y lo que sucedía en ellos era para nosotros en parte extraño e irrelevante. Hoy el mundo parece haberse hecho bastante más pequeño, dado que todos los seres humanos, además de hallarse sometidos al gobierno global de la economía, están virtualmente interconectados, gracias a la revolución digital, y cada quien puede comunicarse cotidianamente con otro en cualquier punto del planeta.

Lo cierto es que la humanidad forma ya una sociedad civil planetaria. Sin embargo, está atravesada por conflictos y fronteras que le impiden hacer frente a sus muchos problemas globales, que requieren respuestas políticas e institucionales también globales que, ciertamente, no están al alcance de los Estados nacionales.

De ahí porqué en ausencia de límites y vínculos constitucionales, 196 Estados soberanos, diez de los cuales cuentan con armamentos nucleares, un capitalismo global y depredador y un sistema industrial ecológicamente insostenible, puedan sobrevivir mucho tiempo sin exponerse a la devastación del planeta, hasta hacerlo inhabitable, a las guerras endémicas sin vencedores, al crecimiento de las desigualdades y de la pobreza, y, al mismo tiempo, de los racismos, los fundamentalismos, los terrorismo, los totalitarismos y la criminalidad.

El académico italiano considera que solo una Constitución de la Tierra, que prohíba todas las armas como bienes ilícitos, comenzando por la nucleares, e introduzca un fisco e instituciones idóneas globales de garantía en defensa de los derechos de libertad y en actuación de los derechos sociales puede realizar el universalismo de los derechos humanos. El proyecto de esta Constitución no es una hipótesis utópica, sino la única respuesta racional y realista capaz de limitar los poderes salvajes de los Estados y los mercados en beneficio de la habitabilidad del planeta y de la supervivencia de la humanidad.

 

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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