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Como una enfermedad crónica que no fue tratada a tiempo, la crisis de balanza de pagos que enfrentó Bolivia entre 2023 y 2024 ya no es un evento en desarrollo, sino una etapa superada. Sin embargo, como ocurre con los pacientes que sobreviven a un infarto, la recuperación no implica sanación, sino una adaptación costosa.
L Hoy, la economía boliviana se encuentra en un proceso de ajuste, no planificado ni deliberado, sino forzado por las circunstancias. Un ajuste que, aunque silencioso, ya está en marcha.
Este ajuste espontáneo tiene varios síntomas evidentes. Las importaciones han caído drásticamente: 25% entre 2022 (antes de la crisis) y 2025 (dato anualizado a febrero), sobre todo de insumos productivos y bienes de capital, no por sustitución interna sino por falta de dólares.
El tipo de cambio paralelo se ha consolidado como el verdadero precio del dólar, desplazando al oficial y duplicándolo estos días. Y, las cifras oficiales muestran una inflación del 14,6% en marzo (a 12 meses), con aumentos notorios en alimentos, transporte y materiales.
No es una corrección ordenada desde la política económica, sino una autodepuración impuesta por la realidad. Una economía puede operar con cierta normalidad mientras acumula desequilibrios: déficit fiscal insostenible y sobrevaluación cambiaria. Luego viene el episodio agudo: la escasez de divisas, la ruptura del tipo de cambio fijo y el colapso de reservas. Finalmente, si no se interviene de forma deliberada, la economía ajusta sola.
Para entenderlo mejor, podemos volver a la analogía médica. Es lo que ocurre cuando el paciente cambia su dieta no por convicción, sino porque ya no puede comer como antes.
Lo vivido durante la pandemia de 2020 ya había ofrecido una señal. En aquel entonces, el empleo agregado no colapsó debido a la informalidad, pero si los ingresos reales, que cayeron más de 10% respecto al promedio 2016-19. No hubo una política de ajuste oficial, pero las familias corrigieron su ingreso y empleo por necesidad.
Hoy sucede algo similar. Las personas reorganizan sus presupuestos, priorizan lo esencial, evitan deudas y buscan refugio en el dólar. Las empresas operan con menos inventario, postergan inversiones y tienen nuevas estrategias de precios.
Tal como señalé en el Shopper Day de Kantar y Cainco el pasado 9 de abril, la etapa actual implicaría que los hogares están priorizando alimentos y servicios básicos, mientras sacrifican bienes durables y ocio.
Esto corresponde a un escenario donde el país ajusta mediante cantidades (recesión y escasez) en lugar de precios (devaluación y tasas de interés), lo cual tiene mayor costo social y económico.
Esto no es nuevo en América Latina. Argentina en la era de los controles cambiarios y Venezuela tras el colapso del petróleo también ajustaron por las malas. En ambos casos, el mercado corrigió el desequilibrio externo, pero a un costo altísimo en términos de pobreza, recesión y desinstitucionalización.
Bolivia, aunque aún lejos de esos extremos, debe tomar nota. La resiliencia económica no puede confundirse con fortaleza estructural.
La paradoja actual es que el Estado mantiene su patrón de gasto y subsidios, como si la crisis no hubiera ocurrido. No hay señales de corrección fiscal. Mientras tanto, el mercado sigue ajustando. Pero una economía no puede rehabilitarse sola. Ignorar el tratamiento no resuelve la enfermedad: apenas la disimula.
Somos como una persona con diabetes tipo 2 mal controlada, que tuvo una crisis hiperglucémica y se vio obligada a cambiar su estilo de vida y controlar su dieta. Pero si no toma medicación, el colapso es un peligro latente.
Un ajuste espontáneo puede corregir desequilibrios superficiales, pero no resuelve los problemas estructurales.
Bolivia evitó el colapso, pero quedó más frágil, más desigual, más expuesta. El tiempo para actuar no ha terminado, pero sí se acorta. Y como en toda recuperación médica, el peor error es creer que, porque ya pasó el susto, no hay nada más por hacer.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo