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Si bien cada país tiene una dinámica propia, el conjunto de América Latina muestra un comportamiento más bien decepcionante. El ingreso por habitante (PIB per cápita) está en un nivel similar al de 2013, lo cual no tiene nada que ver con la pandemia sino con un declive estructural de la región.
Incluso si se observa la producción industrial latinoamericana, ésta se ha estancado desde 2014, a diferencia de la dinámica del resto de las economías emergentes, que están 30% por encima respecto a lo observado ese año, según la Oficina de los Países Bajos para Análisis de Política Económica.
En los meses pasados varios organismos alertaron que 2023 sería un año difícil para la economía mundial, previendo incluso que uno de cada tres países entraría en recesión. Pero, según el FMI las perspectivas al inicio de este año son menos pesimistas por la recuperación más rápida de China como resultado de una política sanitaria distinta y por la caída más rápida de las presiones inflacionarias en otros países.
Nuestra región no se beneficiará plenamente de esta mejora.
Mientras que Asia emergente aumentará su crecimiento de 4,3% en 2022 a un promedio de 5,2% en el bienio 2023-24, Latinoamérica disminuirá su ritmo de expansión de 4% el año pasado a apenas 2% en estos dos años.
A nivel particular, la dinámica de cada país es menor y más incierta.
En el caso del Perú, la inestabilidad política ya comenzó a afectar la actividad económica, principalmente en la zona sureste cercana a Bolivia. Mientras que en los años previos los cambios de presidente no afectaron el crecimiento, ahora la conflictividad pasó a las calles y existen más dudas que certezas.
Esto nos afecta directamente porque aproximadamente 60% del comercio exterior se realiza por el Pacífico, de los cuales un tercio va y viene por/del Perú. Una interrupción tiene efectos en una parte de las exportaciones no tradicionales, así como en la recepción de bienes intermedios y de capital.
Por su parte, Argentina continúa con la desaceleración crónica y severos desequilibrios, que han generado distorsiones como tipos de cambio múltiples, además de una inflación que acabaría en tres dígitos este año. Esto también nos afecta principalmente en la entrada de bienes de contrabando y la consecuente salida de divisas, en una situación de muy baja liquidez externa en nuestro país.
Otro vecino nuestro, Chile, que destacó como una economía de tasas de crecimiento “asiáticas” (en torno a 7%) tres décadas atrás, será el país sudamericano que entrará en recesión este año. Una parte es el fuerte ajuste después de la expansión desmesurada al salir de la pandemia; pero otra parte se relaciona con una caída del crecimiento potencial o de mediano plazo en un entorno interno más incierto, en especial en lo normativo.
A su vez, Brasil y Colombia crecerían a un magro 1% en este año, también aquejadas de un entorno menos amigable para la inversión nacional y extranjera. La excepción es Paraguay que crecería incluso a 10% este año y se constituiría en la economía más dinámica de la región este año.
Por tanto, tenemos un mundo que parece menos incierto en el ámbito económico por la mejora de actividad y la caída de la inflación. Pero, a la vez está una Latinoamérica en desaceleración principalmente afectada por las condiciones internas, fundamentalmente de orden político.
La inquietud sobre el panorama social y económico de los habitantes de nuestra región es legítima y sus aspiraciones para tener un mejor futuro y una vida pacífica y estable son fundadas.
Aunque suene cliché, la responsabilidad es de todos. Gobernantes porque tienen que hacer transformaciones estructurales en cada país, no sólo cambios cosméticos y de fácil aplauso, junto con una política social que de la viabilidad política a las reformas.
Y de gobernados porque las demandas desmedidas y que por simple lógica sabemos que no tienen solución rápida, llevan al desastre en el mediano plazo.
Ojalá pasemos pronto de la frustración a la esperanza.