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Desde el inicio de los tiempos existió la traición, quienes la traman, viven buscando justificaciones, crean argumentos para explicar sus actos y de esta manera ocultar su desleal comportamiento. Normalmente el traidor no tiene un objetivo noble, todo lo contrario, lo caracteriza la codicia, está inundado de envidia y siente recelo por los que le rodean. Va preparando el acto de romper con el entorno en el que se mueve y es un hábil oportunista para aprovechar los escenarios polarizados. Busca hacer de la traición, un ajuste de cuentas con quienes no lo respaldan o apoyan.
El posicionamiento del alcalde de Santa Cruz durante el último paro cívico y la actitud sumisa con el régimen de Luis Arce, no es casual, obedece a una serie de compromisos y acuerdos velados, los empezó a orquestar desde el momento que se disponía a ser candidato y posteriormente cuando forjó con el MAS la mayoría en el Concejo Municipal, que le permitió blindar su gestión.
Como es de larga data su convivencia con el MAS, a nadie le pareció extraño que el oficialismo permitiera un trasvase circunstancial de votos a favor de un potencial aliado, esto le sirvió para ganar —estrechamente— la elección aproximadamente por 6.500 votos.
Todo acto de traición es controversial, en esto se apoya la felonía. Por ello, no podemos cegarnos y dejar de advertir que la complejidad socio-cultural de Santa Cruz fue aumentando en la medida que crecía su economía, la migración y la población; por lo tanto, la cohesión social y cultural no tienen la misma solidez de hace cincuenta años. Lo sorprendente, es que la élite cruceña no haya elaborado un proyecto regional con similar fortaleza y coherencia que el Memorándum de 1904. Desperdició la oportunidad de cimentar un discurso más integrador y quedó atrapada en el éxito del “modelo cruceño”; aislando —paradójicamente— a la región del escenario nacional. Los discursos y posturas regionalistas, aumentaron el recelo natural que se tiene a todo lugar y actor prospero.
Nadie puede desconocer el gran avance agropecuario e industrial de Santa Cruz. Sin embargo, es muy importante entender que la incorporación de los migrantes del interior del país a las labores productivas y de servicios, no significa automáticamente su inserción cultural, ni la asimilación de la identidad regional. Eso que “el cruceño nace donde le da la gana” demostró ser una verdad a medias, y fue arrinconado por el auge de un discurso identitario andino centrista, con la habilidad de ser mas transversal en la nación.
Es un error inconcebible subestimar al traidor. Una vez que decide actuar públicamente, sabe perfectamente que perdió todo pudor y la única manera de aumentar su autoestima, es actuar a contracorriente, aprovecha la fractura social que existe en el territorio, para resaltar las bondades de los que lo apoyan y utilizarlos para contrarrestar a los que lo difaman. Facilita visibilidad e instrumentaliza a los “interculturales”, para enfrentar a los que lo atacan y dotarse de una base social. Ignora que estas jamás serán sus “bases” propias, acudirán a su llamado en la medida que atienda sus caprichos y exigencias, siempre desmedidas, a costa del erario municipal y de la coherencia del desarrollo urbano.
El traidor no sabe que ya no es dueño de sus actos, desde el momento de la felonía, pasa a ser un súbdito del actor superior, el que verdaderamente detenta el poder y el que efectivamente mueve los hilos de los acontecimientos. Sin darse cuenta, se convierte en una marioneta.
Por la salud democrática del país, es imperioso que la élite cruceña caiga en cuenta de que la principal crisis en el departamento es de orden político. Solo la podrá superar, contribuyendo talentosamente a la gestación de un programa y proyecto regional con mayor vocación nacional, capaz de seducir a todos los bolivianos, dejando el trillado discurso de que el centralismo andino es el principal obstáculo para el desarrollo y bienestar del departamento.