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Hace un año atrás se me ocurrió lanzar una provocación: llegará el día en que mas de la mitad de los bolivianos habrán nacido en Santa Cruz. Sin embargo, la falta de acceso a información estadística reciente hace que estimar esta provocación sea un ejercicio irresponsable, aunque es un hecho que esa realidad sucederá en este siglo. Será quizás el hito que corone el festejo de los 500 años de la fundación de nuestra matria, bella tierra de mi corazón.
Fue un lunes, empezando la semana, hace 212 años. Un cabildo en un escenario que hoy es completamente diferente, una muestra, de las tantas que hay del progreso impresionante de estas coordenadas en nuestro planeta. Ninguno de los edificios de aquella época, en la Plaza de Armas que se celebró el cabildo que marcó la libertad, está hoy de pie. Celebrábamos en aquel día la fiesta de Nuestra Señora de la Merced, fieles a nuestra costumbre profundamente católica y apenas a 200 metros de la única iglesia de aquella época que sigue en pie, a pesar del incendio de 1817.
Una ciudad, bueno, seamos honestos, una aldea de menos de 10 mil habitantes cuyas calles seguramente no tenían nombres. Desconectada y muy inaccesible para el mundo, un lugar olvidado para los gobernantes de Buenos Aires, Lima o Charcas que seguramente veían en ella al lastre con que les tocaba cargar. Ni rica, ni pobre, porque en aquella época las diferencias más venían marcadas por el titulo de libre o esclavo.
Pasó mas de un siglo, pasaron Cañoto, Ibañez, Rene Moreno, el memorándum de 1904 y la constancia de trabajar para crecer, sin mendigar nada, pero reclamando con altura lo que consideramos justo. Aprendiendo a crecer. ¡Y cómo aprendimos! En los últimos 70 años nuestro tamaño se multiplicó por 60 veces. De ser la quinta ciudad de Bolivia a ser la primera; de menos de 50 mil habitantes a más de 3 millones. A pulso de trabajo, lucha e inmigración. De entender de que las potencialidades de esta tierra solo requerían de un pequeño empujón que se dio a fuerza de presión y al cual el contexto histórico privilegió.
Si entendemos la historia como un río, Santa Cruz trae la fuerza de un turbión, poniéndose de pie, como ya lo decía Raul Otero. Aun nos falta mucho, sobretodo comprender mejor los valores de la tolerancia y el respeto, elegir a nuestros líderes por su capacidad de dirigir y no por el tamaño de su billetera, desarrollar nuestra inteligencia colectiva en las artes más oscuras del cálculo político, defendernos unidos, pero sigilosamente. Porque si hay algo que debemos entender, entre todo lo que arrastramos en nuestro turbión, es que también hay envidia, también hay odio, también hay rencores del pasado, que debemos aprender a transformar, a construir en positivo con la fuerza del liderazgo y con la inteligencia de los nietos de esos hombres que soñaron y construyeron la impresionante historia de esta tierra. Conociendo que en nuestra alegría dicharachera está nuestra virtud que no puede opacar nuestra inteligencia.
Y aunque perdimos la oportunidad de tener una edición especial de un perfume de Carolina Herrera en nuestro 212 aniversario, logramos defender uno de los símbolos de nuestro desarrollo: la loseta.
Y aunque el destino aun traerá muchos desafíos para nuestra tierra, todo lo logrado debe permitirnos sentir mucha esperanza, porque la historia nos respalda y un profundo orgullo que nos permita gritar, sin rencores, pero con mucha energía: ¡Viva Santa Cruz!