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El escritor más conocido de la Academia Francesa es un latinoamericano. El único escritor de la Academia Francesa que ha merecido el Premio Nobel de Literatura es peruano. Cuando uno revisa los nombres de los intelectuales que ocupan las 40 sillas de la Academia Francesa, el único nombre que destaca es Mario Vargas Llosa. A fines del siglo pasado las sillas ostentaban todavía apellidos como Senghor, Yourcenar, Lévi-Strauss, o Cousteau, pero esos grandes hombres y mujeres ya fallecieron y en su lugar hay otros, menos conocidos.
Para el autor de Un bárbaro en Paris (2022), ingresar a la Academia Francesa era tan o más importante que ser reconocido con el premio Nobel de Literatura o los otros importantes reconocimientos que obtuvo a lo largo de su vida. Quizás en su espíritu cultivaba la ilusión de codearse con los fantasmas de Flaubert, Victor Hugo, Malraux, Camus o Jean-François Revel, los escritores franceses que más admira, pero los “elegidos” de ahora no son, lamentablemente, tan importantes. Es más, aparte de dos o tres, los demás son bastante desconocidos para los que no son franceses.
Esa es la parte anecdótica del libro que parece ser producto de una argucia editorial antes que una iniciativa de Vargas Llosa. Bajo el título tentador, la empresa editorial ha recogido el discurso de ingreso de Vargas Llosa a la Academia Francesa, el año 2022 (para llenar la silla 18 que antes ocupaba Michel Serres), precedido de una serie de textos críticos o circunstanciales -ya publicados en revistas y periódicos- que se refieren a la literatura francesa, sobre todo a los grandes amores literarios del escritor peruano.
El título del libro ofrecía algo diferente: un relato sobre la experiencia vivida durante los años que estuvo en París, atendiendo a ese llamado imperioso que le hacía la ciudad por la que tenía que transitar para convertirse en escritor. Ahí escribió dos de sus primeras novelas y otros textos, pero sobre todo leyó mucha literatura francesa y reafirmó su condición de vigoroso narrador en castellano. Quizás Vargas Llosa ya ha relatado (en algún otro libro que no conozco), su experiencia de vida en París a partir de 1959, pero en este, donde menciona específicamente en el título a la ciudad luz, “la capital cultural de América Latina” (como dijo alguna vez Octavio Paz), no dice nada sobre París, como lo hizo Cortázar en cada página de Rayuela y también en otras novelas, cuentos y crónicas. De cualquier modo, Vargas Llosa nos regala estupendas páginas sobre sus lecturas, que bien pudo hacerlas en Barcelona o en Lima.
La colección de artículos es irregular, algunos son breves y superficiales, pero otros nos permiten adentrarnos con lucidez y pasión en la vida y obra de los escritores que figuran en su altar personal, que al terminar de leerlo se convierte también en un altar nuestro.
Cómo no coincidir con sus apreciaciones en textos tan ricos como los que nos regala sobre Flaubert, Victor Hugo, Camus, Sartre, Bataille, Malraux y Jean-François Revel. Sobre cada uno de ellos nos regala páginas magníficas, que nos invitan a leerlos de nuevo bajo el lente del peruano. Su amor por la literatura francesa no lo ciega, por el contrario, le permite reconocer, con años de distancia, que en algún momento cedió a la tentación del momento de poner a Sartre por encima de Camus, de tomar partido por el primero como si fuera el requisito para ingresar a una secta. La vida lo hizo rectificar sus posiciones políticas y también literarias. Ha sido criticado por lo primero, pero el paso del tiempo le ha dado la razón, sobre todo cuando se erige en contra de todo autoritarismo y corrupción.
He sido parte de ese tramo final de la generación que eligió París como la Meca cultural del mundo, y le dio la espalda a Estados Unidos, donde muchos bolivianos preferían ir. Mis seis años en Francia fueron estimulantes, debí escribir entonces una novela o cuentos sobre esa experiencia, al menos un testimonio del ambiente de los exiliados, pero no lo hice, de modo que mi reproche a Vargas Llosa es injustificado.
Otros autores como Julio Cortázar han escrito de manera magistral y abundante sobre París. La diferencia con Vargas Llosa es que éste vivió y bebió la literatura francesa como el intelectual serio que es, antes que la cotidianeidad de los espacios y las relaciones humanas.