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En el mundo el turismo genera más de 10 mil millones de dólares anuales. Es un factor altísimo de empleabilidad que genera año contra año cerca de cuatro de cada diez fuentes laborales y es un dinamizador brutal de la economía porque su impacto es trasversal. Es una industria sin chimeneas – lo que significa que no contamina – y una fuente de ingresos (divisas frescas) de altísimo valor para los mercados locales.
De acuerdo con los recientes estudios, Bolivia recibe – aproximadamente – por la industria del turismo, cerca de 700 millones de dólares anuales (aproximadamente 500 millones de bolivianos al cambio oficial), lo que representa una inyección de capital y de divisas muy importante para la economía nacional.
Cifra que podría fácilmente triplicarse en el corto plazo si hubiera políticas de gobierno que impulsen, de manera decidida, la captación de turismo regional y global. España, por ejemplo, recibe anualmente alrededor de 85 millones de turistas internacionales visitaron España y el gasto por turista alcanza a un promedio de 1.278 euros, lo que genera de manera directa más de 3 millones de empleos. Lo que significa que el gobierno ibérico recibe cerca de 108.662 millones de euros cada año. El 12% del PIB del país.
Los principales destinos turísticos en la región – sacando a México de la ecuación por su volumen gigante de sus atracciones turísticas que raya anualmente los 45 millones de turistas – están, primero, Colombia, Argentina, Brasil, República Dominicana y Perú. Más menos en ese orden. En total, se tiene un flujo cercano a los 120 millones de turistas anuales que viajan por América Latina y el Caribe.
En Bolivia, en cambio, la historia es diferente. A lo largo de estos 20 años, el país perdió casi la mitad de afluencia de turismo en el país, cayendo de un promedio de casi un millón y medio de turistas al año a apenas quinientos mil, con suerte. Es una caída libre desgarradora. La creación de trabas burocráticas, visas innecesarias y una serie de barreras para los países no alineados a una ideología, mermaron severamente el turismo en Bolivia y, por consecuencia, a la hotelería, a los operadores y toda una cadena transversal a la que impacta la industria del turismo.
El promedio de gasto de un turista en el país oscila entre unos 340 a 500 dólares americanos (aproximadamente 3 mil bolivianos al cambio oficial), que en comparación con otros destinos turísticos es casi nulo. Es turismo de base y no existe un enfoque de captación de turismo de alta gama, cuyas inversiones son muy superiores. Además de que Bolivia se ha convertido en un país de turismo por rebalse y no por primera o segunda opción. Inseguridad, bloqueos, inestabilidad, y una sarta de problemas estructurales que hacen de la percepción de Bolivia, bastante negativa.
Por ello es que es tan vital el diseño de una política de estado que promueva decididamente la industria del turismo en Bolivia, bajo la construcción de una marca país que englobe a todas las otras marcas regionales muy propias y distintivas por sus fuertes rasgos identitarios como nación.
Bajo esta mirada el proyecto de Una Gran Nación – liderado por Martín Vargas, director general y Alejandro Berrendo director de marca del proyecto – sea un pivote real para que el sector privado y público aúnen esfuerzos con miras a construir y consolidar una marca país en el cortísimo plazo.
Desde el potenciamiento del tenedor boliviano – con su riquísima y diversa gastronomía – como un nuevo factor de captación de experiencias en el país, hasta su maravillosa industria vitivinícola, cafetalera, de biodiversidad; que rescate aquella diversidad cultural, musical, de colores, de pisos ecológicos de valles, de amazonía, de cordilleras.
Es preciso recalcar que una marca país no es solo un logotipo; representa la esencia, la diversidad y la energía de una nación reflejadas en sus paisajes, historias, tradiciones y el ingenio de su gente y que invitan a descubrir, confiar e invertir en una nación.
Debemos estar convencidos que una marca país conecta con la ciudadanía y trasciende al ámbito mundial y se convierte en un verdadero motor de transformación social, cultural y económica. Su capacidad de atraer turismo, inversiones y oportunidades que benefician a toda la sociedad, son brutales. Deberíamos unir esfuerzos, cerrar alianzas y construir puentes para tener una marca país por lo menos mientras queda algo de oxígeno del bicentenario.
Y es, en medio de todo este zafarrancho políticos, en un año cargado de tensiones y noticias desalentadoras, irrumpe un proyecto denominado Que Se Sepa y que se ubica como un recordatorio colectivo de todo lo que Bolivia tiene para sentirse orgullosa. Se trata de un mensaje contundente: 200 años no solo se celebran… se reescriben.
Lo que comenzó como una colaboración con generadores de contenido en los nueve departamentos se convirtió en una cruzada nacional que cambió la conversación en redes y en la calle. Durante días, el país dejó de hablar de política para hablar de paisajes, gastronomía, cultura, historias de vida y el talento de su gente. Fue un movimiento ciudadano, impulsado por Una Gran Nación, que unió a creadores, artistas, empresarios, deportistas y ciudadanos bajo un mismo propósito: hacer visible la Bolivia que el mundo merece conocer y que nosotros debemos reconocer.
Sus resultados logrados, hasta el momento, son una luz que nos grita que es posible. A semanas de su lanzamiento, el proyecto logró “contagiar” a más de 300 colaboradores de manera directa creando contenidos originales, más de 10,5 millones de visualizaciones conjuntas en plataformas e influencers, alcanzando un total estimado de seis millones de personas, con casi 600 mil interacciones
Pero el impacto más importante fue intangible: Se instaló un nuevo tipo de conversación integral y de manera orgánica. Bolivia dejó de hablar de crisis y empezó a hablar de orgullo, de oportunidades, de convicciones, de sueños y de aquello que nos une: nuestra identidad como marca país.