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El sol en lo más alto de la cordillera anunciaba que sería un día épico. El Gobierno de Litiolandia daría los primeros pasos rumbo a la ansiada industrialización del litio. Este proyecto había sido cultivado con los mejores mimos de la propaganda y con los discursos más fervorosos. Era el tótem del proceso de cambio, en este país mediterráneo que había descubierto que tenía un mar interior del metal.
Como ya era costumbre, el líder del país bendecido por los dioses de los recursos naturales había convocado la reunión de gabinete a las cinco de la mañana. El carismático jerarca pensaba que al levantarse de madrugada podría ver vacas en camisones, lo que agudizaba la mística revolucionaria.
La sala de reuniones del gabinete todavía estaba en penumbras cuando, poco a poco, los ministros de diferentes carteras, el líder de la empresa estatal de litio y una decena de técnicos, comenzaron a llegar. En sus andares cansinos, en sus gestos corporales se sentían que hoy harían historia. Para resaltar el momento, en el patio del palacio se había hervido una gacela y los brujos ancestrales bendijeron el día. Un grupo de nativos soplaba frondosas zampoñas, un coro de vírgenes cantaban en do mayor y cada cierto tiempo se elevaban pututus al viento para resaltar la gloriosa jornada.
El presidente del país, finalmente, inauguró la magna reunión flanqueado, a la derecha, por el vicepresidente de la nación, y a su izquierdo, por el jefe del equipo económico. Ambos tenían un aire solemne, pero no perdían la ternura en la mirada. Tal vez por los inciensos del ritual se sentía la presencia del Che.
El secretario del gabinete, con voz grave, anunció que la reunión tocaría un estratégico tema: La industrialización del litio. Como primer número, pidió que todos los ministros y asistentes se pusieran de pie y anunció el himno nacional, coro general. Todos, como gatos de adorno de chifa levantaron el puño izquierdo y con pundonor y fervor comenzaron a entonar las sagradas notas del canto nacional. Dos, tres… La madrugada retumbó. Las voces estuvieron a la altura de la revolución que se iniciaba.
Como segundo número, el vicepresidente tomó la palabra y lanzó una emocionada perorata sobre cómo las fuerzas productivas dialécticas se están aliando para abrir el horizonte del cambio irreversible. Como si estuviera en una obra teatral, se infló como sapo en charco ajeno y dijo: el litio en manos del Estado revolucionario daría un primer paso pequeño, pero que era un salto cuántico en la cosmovisión andina que propulsaría la industrialización de este recurso natural. Nadie entendió nada. Cuando todos se preparaban para alocución florida y se veía que el vicepresidente entraría en aguas turbulentas de la sociología y el alma nacional, con una mirada cansada y aburrida, el líder le pidió que sea breve. Quería entrar en materia porque tenía un partido de fútbol al medio día.
A seguir, el hermano y compañero ministro de Minería presentó el proyecto de industrialización en un primoroso Power Point cargado de una retórica marxista leninista que impresionó a los colegas de gabinete por el primor de las citas de los grandes del ring de la Revolución mundial. Y sin decir “Jesús”, terminó su presentación con una cifra mágica. El Estado debería financiar con 1.000 millones de dólares la industrialización litio.
Todos en éxtasis ideológico y casi levitando, tomaron la palabra y resaltaron la fecha histórica, el momento único, el divisor de aguas estructural y por supuesto, elogiaron al paladín de la industrialización: El hermano presidente. Fue un apogeo de la vanidad, un Woodstock de los elogios. Un par de ministros hicieron algunas preguntas generales, que el grueso del gabinete creyó que cortaba el clima de euforia y sonaba a una actitud pequeño burguesa.
De la sombra de una segunda fila, apareció un técnico que muy tímidamente y con voz de pito comenzó a hacer interrogantes incomodas. Pidió el estudio de prefactibilidad, indagó sobre evaluación geológica, el análisis de mercado, la viabilidad técnica, los pros y contras de las alternativas tecnológicas que había en el mundo. También preguntó por el estudio de impacto ambiental y social y el mapa de riegos. Asimismo, requirió el plan de ingeniería y diseño, la planificación de la logística, el tiempo de adquisición de las máquinas y el diseño y la construcción de la infraestructura. Preguntó sobre las diversas pruebas de ingeniería y tal vez lo más importante, preguntó por el sistema de monitoreo y mejora continua, quiso saber sobre las auditorías regulares y el proceso de gestión y capacitación de personal.
El anónimo técnico fue mirado con desdén por este aquelarre de sabios de la política y, poco a poco, con indiferencia estudiada, sepultaron sus preguntas. Inclusive alguien murmuró que se trataba de un saboteador y contrarrevolucionario porque se atrevía a indagar temas obvios. Su intervención quedó arrinconada y fue inmediatamente olvidada porque había entrado un ejército de garzones con sendos platos de brazuelo de cordero acompañados de papas y ocas. Inclusive antes que terminase su alocución el metiche, el gabinete en pleno le había indicado el diente al delicioso plato.
Después de una comida pantagruélica, el presidente se levantó pidió que todos se dieran la mano. Gritó un sonoro jallalla y ordenó qué se viabilice técnica y financieramente la deseada industrialización del litio. El líder del equipo económico y responsable por la autorización del préstamo de los 1.000 millones de dólares estuvo mudo como un coco casi toda la reunión, pero acompañó la decisión con vivas y aplausos. Pero cuando finalmente también habló se deshizo en elogios sobre proyecto de industrialización.
Esa noche en cadena nacional, el líder de Litiolandia anunció que el país había entrado de lleno al siglo 21, que habíamos hecho un salto tecnológico único en el planeta y que los estantes y habitantes no debían preocuparse, el futuro estaba garantizado por la gloriosa industrialización del litio. Solemne dijo: Pueblo de Litiolandia: ¡Paren de sufrir!, vamos rumbo al arco iris de la revolución. Les informó que el gabinete en pleno, con la brillante participación del vicepresidente, aprobó la industrialización.
Pero ahora, después de 12 de años de este día memorable, se descubre que invirtieron una fortuna en una empresa sin insumos, en un proyecto que es una colección de errores técnicos y de actos de corrupción. El técnico que había intentado alertar y sugerir acciones más científicas, se encontraba preso. Resulta que los hermanos y compañeros, que habían vivido el glorioso día de la aprobación de la industrialización, ahora se hacían a los tribilines, a los angelitos que no sabían nada. Se había consumado la estafa del siglo en Litiolandia. Y el glorioso gabinete de años atrás, ahora, entonaba la vieja canción: “Yo no fui, fue teté, pégale, pégale que ella fue”.
Aclaración: esto es una pieza de ficción política. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia o, por supuesto, intriga de los opinadores del pantano neoliberal.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo