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Se puede tener muchas cosas materiales, poseer todo lo imaginable, pero nada de eso adquiere valor si no se cuenta con amigos, con gente que esté al lado de uno, en las buenas y en las malas. En el trayecto de la vida los amigos son una suerte de nueva familia, conforman la familia ampliada, por ellos conocemos la solidaridad, la palabra de consejo, el aliento cuando desmayamos; a ellos les brindamos nuestro calor y reconocimiento. Unas veces los amigos están cerca, en otros casos, en especial para los que hemos vivido el exilio, los tenemos lejos, en otras latitudes, en otros países, pero igual siguen siendo un referente para nuestras vidas.
Los primeros amigos deberían ser los hijos, la familia más cercana y, en especial, la pareja. Si ellos lo son, si ellos son amigos, la vida se abre mucho más fácilmente para todos nosotros, pues al dato familiar se le agrega el elemento cualitativo de la amistad; pero todos sabemos que convertir a los hijos y a la pareja en amigos es una tarea difícil; si es lograda, nos da mucha paz interior.
Es necesario dar calor para recibir cariño, es preciso abrirse desde adentro para ser comprendido por el otro, no basta esperar la voz del otro, es necesario hacer oír la nuestra a los amigos. Es importante pensar en el amigo a quien le va bien, no para envidiarlo, sino para emularlo, para ser feliz con su triunfo, desterrando mezquindades que achican la estatura moral. Pero es doblemente necesario estar al lado de aquellos a quienes les va mal, de quienes tropiezan en la vida; muchas veces no necesitan ayuda material, sólo requieren cariño, calor y escuchar una voz amiga.
¿Cuántas veces en la hora mala, en los momentos de tristeza, de depresión, hemos necesitado una llamada, una palabra que nos dé sosiego, un gesto de amistad que nos dé esperanza? Por suerte la hemos tenido. ¿Cuántas veces hemos salido adelante sólo por la voz y palabra amiga de nuestros seres queridos, de la familia y de los amigos? En realidad, los verdaderos amigos se alegran con nuestros triunfos y sufren con nosotros en nuestros fracasos o problemas. Son ellos quienes tienen incluso capacidad de dar consejo a nuestros hijos y ser escuchados a veces más que nosotros mismos.
La amistad hay que practicarla, hay que darle tiempo y lugar en nuestras vidas. Hay amigos de toda la vida que, aun pasando años, siempre están ahí como un referente nuestro. Uno los quiere mucho, piensa en ellos, pero no se contacta con la frecuencia que nos gustaría para reavivar esa amistad. Pero, en los momentos de la mala hora, aparecen otros, muchos en los cuales uno no reparaba, para darte el abrazo y la palabra cálida que cura las heridas. Cada día aprendemos algo, cada día se suma un aprendizaje. Hay que estar abiertos a aprender, a mirar en derredor nuestro para darnos cuenta que hay mucha vida, mucho por aprender; se aprende de todos, de los mayores, de los hijos, de los niños, de los unos y de los otros. Y en ese mirar, en ese aprender, en ese intento de entender a los otros, también se forja amistad.
La amistad no hay que dejarla para que caiga en el silencio, más bien es preciso decir lo que callamos, hay que abrir el corazón y expresar sin sonrojo todos los afectos. A veces, lamentablemente, la vida y el tiempo se llevan a quienes hubiéramos querido decirles algo. Podemos quedarnos con un nudo en la garganta teniendo la certeza de que debimos decir algo, pero que no lo hicimos. A veces callamos esperando un mejor momento para hablar, pero el momento óptimo hay que crearlo. La amistad es uno de los bienes de mayor valor en nuestras vidas.