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Los datos de crecimiento del PIB del 2004, que hace poco publicó el INE, son desalentadores. No sólo que se tuvo una modestísima tasa de 0,7% sino que desde el 2015, con la excepción del 2021, tenemos caídas en hidrocarburos, que supuestamente era nuestro buque bandera. El desplome del último año fue de 13,4%. En lo que va de este año 2025, la situación no parece mejorar.
En términos de PIB per cápita (medida en dólares de 2021, corregidos por paridad de poder de compra) el del 2024 estaba todavía por debajo del de 2019, un año antes de la pandemia del COVID-19.
Un tema, un poco lateral pero no por eso irrelevante, es el del año base para el cálculo del PIB a precios constantes. Los precios de 1980, que se los emplea hasta ahora, están completamente desactualizados. Hay estudios en el INE muy avanzados para un cambio de base al 2017.
Por el lado del gasto, el 2024 la inversión cae también estrepitosamente, en 8,5%. La inversión privada y, sobre todo, la pública se vieron afectadas por la escasez de dólares y de carburantes. La inestabilidad política, con los frecuentes paros y bloqueos tuvo también altos costos, no sólo los tangibles y cuantificables, sino que también desanimó los “espíritus animales,” como decía Keynes, de los inversionistas privados.
Alentada por los altos precios internacionales para los metales, la minería pareció haberse recuperada, con una tasa de crecimiento de 4,7%. Se hubiese esperado todavía mayor producción con el precio espectacular del oro. No ha sucedido así, entre exportaciones y ventas al BCB se ha llegado a 24,5 toneladas. El estaño ha estado también con muy buenos precios, que según la revista inglesa The Economist (03-04-2025) ha tenido un desempeño aún más destacable que el del oro. El precio promedio de 2024 fue de USD 30.059 por Tonelada Métrica (TM) o sea USD 13,6 por libra. En lo que va de 2025 los precios han estado bordeando USD 33.000 por TM. El monopolio de la fundición y comercialización de ENAF ha cohibido el mayor aprovechamiento de ese mineral.
Se puede atribuir una gran parte de la caída de la producción de hidrocarburos a la nacionalización del 2006. Ex post facto, se constata que no se reunían las condiciones para que ella fuera exitosa.
Desde por lo menos el 2010, se veía venir la competencia argentina de Vaca Muerta y la brasileña del Presal. Nuestro mercado externo se limitaba a esos dos socios comerciales y a sus gasoductos. Perdimos la oportunidad de diversificar los países de destino de nuestras exportaciones con Gas Natural Licuado, después de la llamada guerra del gas.
Desde la nacionalización, no hubo hallazgos significativos de yacimientos rentables y en lo que ya se tenía no se siguió reglas de agotamiento óptimo. En realidad, se los sobreexplotó. Llegamos el 2022 a que nuestra balanza comercial de hidrocarburos se tornara negativa.
Mientras tanto se seguía encandilando a la población con el discurso de que gracias a la nacionalización habíamos mejorado nuestro bienestar, el que duró del 2008 al último trimestre de 2014. La cándida población creyó el discurso.
Luego de la caída de los precios del petróleo, por ende, del gas natural y de la constatación de que nuestro gas natural se estaba agotando rápidamente, el gobierno en vez de tomar las medidas correctivas decidió expandir el gasto y el programa de inversiones públicas, con el resultado de que desde el 2015 cada año se tenía un déficit fiscal, con la excepción del 2021 por el rebote después de la pandemia COVID-19. Las reservas internacionales se fueron agotando rápidamente al punto que el 2023 nos quedamos casi sin nada. En el primer cuatrimestre de este año, la situación parece haber mejorado en algo, por razones un poco misteriosas.
Queda, después de lo que nos ha pasado, que hay que repensar nuestra inserción en el comercio internacional y en abrirnos a la inversión extranjera. Claramente el nacionalismo extremo de recursos naturales tiene límites. No podemos continuar con el simplismo de creer que podemos hacer todo, ignorando al resto del mundo y además solitos.