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La moralidad y el mercado en Smith

Gabriela Calderón de Burgos comenta las figuras menos célebres en la obra de Adam Smith, la del "espectador imparcial" y aquella de la sociedad humana como un gran tablero de ajedrez en el que cada pieza tiene un principio motriz propio.

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Por Gabriela Calderón de Burgos

Estudiando el periodo de las independencias en Hispanoamérica para mi libro En busca de la libertad: Vida y obra de los próceres liberales de Iberoamérica (Planeta, 2025) descubrí que en los próceres de esta tendencia en nuestra región abundó la influencia de Adam Smith, pero el Smith de La riqueza de las naciones. Múltiples traducciones al español circularon en los entonces reinos de ultramar del Imperio Español, siendo uno de los principales difusores en el Río de la Plata Juan Hipólito Vieytes, uno de los personajes retratados en mi libro.

Desde ese entonces hasta la fecha, en América Latina Smith suele ser conocido como el padre de la economía de libre mercado, cuando no del “capitalismo salvaje”. Poco se ha conocido en nuestra parte del mundo acerca de lo que el profesor de filosofía moral de la Universidad de Glasgow consideró su principal obra: La teoría de los sentimientos morales (TSM). Tan poco, que la primera traducción al español completa de esta obra fue publicada en 2013.

La semana pasada tuve el placer de conversar en nuestro podcast, ElCato Podcast, con el traductor de la obra, el profesor Carlos Rodríguez Braun. En su introducción a la traducción de TSM, Rodríguez Braun destaca dos figuras presentes en la obra de Smith que, en mi opinión superan con creces a la famosa figura de la “mano invisible”.

Rodríguez Braun explicó en el podcast que Smith reconocía que las personas podemos ser egoístas, pero también naturalmente sociables y preocupadas por el bienestar de los demás. Rodríguez Braun dice que basta con leer la primera página de la TSM para refutar toda esta idea de que el liberalismo tiene que ver con el egoísmo:

“Por más egoísta que se pueda suponer el hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de otros, y hacen que la felicidad de éstos le resulte necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de contemplarla”.

Por ende, nuestros sentimientos morales son moderados e influidos por la sociedad y la justicia es posible porque llevamos dentro un “espectador imparcial” imaginario que nos lleva a preguntarnos cada vez que actuamos “¿cómo me juzgaría un espectador imparcial si supiese todo lo que yo sé de mí?”

Reconocer que el ser humano tiene capacidad para hacer el bien porque se interesa naturalmente por los demás y por ser agradable, pero que también está sujeto a su interés propio—tanto cuando este redunda en el bienestar de los demás, como cuando los perjudica—lleva a Adam Smith a dudar del “hombre de sistema” que “se imagina que puede organizar a los diferentes miembros de una gran sociedad con la misma desenvoltura con que dispone de las piezas en un tablero de ajedrez. No percibe que las piezas de ajedrez carecen de ningún otro principio motriz salvo el que les imprime la mano, y que en el vasto tablero de la sociedad humana cada pieza posee un principio motriz propio, totalmente independiente del que la legislación arbitrariamente elija imponerle”.

Adam Smith, según Rodríguez Braun, no era un dogmático del laissez faire, pero sin duda era un liberal. Precisamente porque creía en igualdad ante la ley para todos, tenía una sana duda del poder de la razón humana y una sabia desconfianza del poder político.


*es Fellow en Estudios Latinoamericanos, editora de ElCato.org, y columnista de El Universo (Ecuador). 

*Artículo publicado en elcato.org el 25 de junio de 2025

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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