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La unidad está en el voto, no en el bloque

Hernan Terrazas

Periodista

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El MAS vivió no solo de sus aciertos, sino de la increíble cantidad de errores en los que incurrieron sus adversarios. Las cosas pueden remontarse incluso a los tiempos en los que comenzó la erradicación forzosa de la coca en el Chapare, cuando los gobiernos de entonces creían que debían hacer buena letra con Estados Unidos, para no figurar en la lista de los descertificados.

Fue una de las primeras polarizaciones que se planteó, al menos desde la mirada de los sindicados del trópico de Cochabamba, hábilmente asesorados por la dirigencia de izquierda que en algún momento de la historia estuvo vinculada a la federación de mineros.

La mayoría de los cocaleros no eran originarios de la zona, sino que habían llegado relocalizados desde las alturas en busca de oportunidades. Era gente que había descubierto en la comercialización de la hoja de coca la oportunidad que no había encontrado en las ciudades y que, al menos en ese momento, no iban a tener en las minas.

En tiempos de una izquierda en repliegue, golpeada por la caída del Muro, el fin de la Unión Soviética y su hegemonía sobre el este europeo, y el predominio aparente de Estados Unidos como la potencia sobreviviente a los tiempos de la Guerra Fría, el Chapare fue un laboratorio de “soberanía”. Allí se fraguó una consigna, que sobrevive, desorejada, hasta hoy: la “lucha contra el imperio” y sus defensores locales.

Aunque hubo un gobierno, el de Jaime Paz, que apostó por la reivindicación de la hoja de coca y un esfuerzo, no exento de polémica y supuestas complicidades, concentrado en la interdicción y la captura de las aparentes cabezas del narcotráfico, en el trópico siguió madurando una historia diferente.

De ahí en más, la erradicación se convirtió en la guerra de los poderosos contra el eslabón más débil de la cadena de un delito. Los éxitos en este proceso, la disminución lenta o acelerada de la hoja de coca, no tenía un efecto favorable en lo interno para ninguno de los gobiernos. Es más, no había respaldo social, por más que se trató de promover la relación obvia entre narcotráfico y consumo interno.

El caso más destacable es el del expresidente Hugo Banzer, quien a pesar de casi haber hecho desaparecer la coca en esa región, dejó su gobierno con una bajísima aprobación.

Los “débiles” sacaron siempre más provecho de la situación. En todas las escaramuzas, la víctima era el campesino y el héroe el dirigente que salía en su defensa a riesgo aparente de su libertad y su vida. Evo Morales fue el resultado de todo esto. ¿Pudo ser otro? Difícil saberlo, pero lo cierto es que, bajo la conducción del expresidente el Chapare se convirtió no solo en la trinchera de resistencia de los cocaleros, sino en el espacio de sobrevivencia de la izquierda.

De la primera polarización, erradicación/Estados Unidos versus resistencia/soberanía, nació un movimiento y se consolidó un liderazgo: el MAS y Evo Morales. No pasó mucho tiempo antes de que esta fórmula consiguiera llegar al poder, esta vez luego de una batalla que se trasladó de los cocales al escenario de los votos, precisamente ante quien fue su mayor enemigo: el expresidente, Jorge Tuto Quiroga.

La estrategia electoral de Quiroga fue polarizar con Evo Morales, no solo con la esperanza de borrar al resto de los candidatos en las elecciones de 2005, sino con la creencia, no del todo respaldada en encuestas o estudios de diverso tipo, de que, en el uno a uno, la sociedad boliviana iba a inclinarse por un líder experimentado, con formación académica, liberal, blanco, con excelentes relaciones con Estados Unidos y probadamente antisocialista.

El resultado fue el que se conoce. La victoria histórica de Morales, con más del 50% de los votos, por primera vez en la historia democrática contemporánea del país.

Las cosas no cambiaron en elecciones posteriores, porque el desempeño económico y la estabilidad social fueron siempre una de las fortalezas del gobierno de Morales y porque, del otro lado, se mantuvo la narrativa antichavista y anticubana, sin considerar que la situación económica de Bolivia era completamente distinta a la de las empobrecidas Venezuela y Cuba. No era comparable.

El momento de ruptura de la polarización que, por primera vez en una década, resultó favorable para los colectivos de oposición –no los partidos políticos– fue el referéndum del 21 de febrero de 2016. No fue un plebiscito para saber si el gobierno hacía bien o mal las cosas, sino para frenar la visión antidemocrática de alguien que se creía predestinado a mantenerse en el poder indefinidamente.

Por primera vez los débiles eran los luchadores democráticos, acosados por un gobierno represivo, y los poderosos aquellos que, tras 10 años de gobierno, buscaban “legalizar” la dictadura.

Morales perdió el referéndum y los colectivos sociales victoriosos se transformaron en la semilla que tres años después llevaría a la proyección de Comunidad Ciudadana, como la agrupación política, de base social ancha, no de derecha, que estaba en condiciones de derrotar a Morales y recuperar la institucionalidad democrática amenazada.

El fraude, la fragilidad de un gobierno golpeado internamente por la corrupción de algunos y por el devastador efecto económico de la pandemia, determinaron que, al cabo de un año, la gente buscara nuevamente la seguridad de una conducción conocida.

La oposición y sus líderes, todos, había quedado contaminada por los males de una gestión errática y con ambiciones de continuidad, y los movimientos ciudadanos frustrados por lo que pudo ser y dolorosamente no fue.

Lo que no se alcanzó a entender, al cabo de cuatro años de gobierno de Luis Arce, en medio de la peor crisis económica de la historia y con un Movimiento al Socialismo carcomido por la división y la feroz disputa interna, es que una de las aspiraciones más claras de la gente era la renovación de los liderazgos, la búsqueda de nuevos protagonistas capaces de “refrescar” la política y marcar un nuevo rumbo para el país.

No era solo la necesidad de un “salvador” técnico con capacidad de reconstruir la estabilidad, sino de un protagonista político de recambio con posibilidades de recoger e interpretar las nuevas demandas de una nueva generación, pero sobre todo de romper “las polarizaciones”, con un discurso más orientado hacia un “centro” de reconciliación y nuevos consensos.

Incluso el MAS, aturdido por el descalabro económico y el desmoronamiento de sus mitos políticos, alcanzó a darse cuenta de que solo a través de la renovación podía aspirar a mantenerse con posibilidades en un escenario preelectoral. La consolidación de Andrónico Rodríguez como líder no ya de un partido en proceso de desaparición, sino del bloque popular, es el maquillaje elegido –no es nada más que eso– para evitar la primera y posiblemente definitiva derrota en 20 años.

El gran problema de la oposición unida no fue solamente apelar a antiguas figuras políticas, sino sobre todo no poder marcar una diferencia en la narrativa “ideológica” de sus líderes.

En una primera etapa, la conformación del bloque pareció obedecer exclusivamente a la necesidad de derrocar al MAS y el argumento que prevaleció – aunque no del todo compartido – apuntó a reconstruir la vieja polarización izquierda/derecha, que posiblemente sirvió en la Argentina del frenético Milei, pero que en Bolivia no tiene, por ahora, ninguna viabilidad.

Tal vez por eso y ante la constatación de que “unidad” no significa hacer las cosas igual, una parte del bloque, la de Samuel Doria Medina, se abrió a la participación de personalidades y organizaciones de la izquierda democrática con el propósito de afirmar una posición de centro, mientras que la otra, la de Jorge Quiroga, reiteró la antigua historia de fortalecer la siempre frágil trinchera de una derecha tan irracional o más que la izquierda más radical.

Era obvio que, en esas condiciones, la tensión interna del bloque iba a ser cada vez mayor y que los simpatizantes de una y otra facción iban a mostrar sus fuerzas diferenciadas en las encuestas, el mecanismo elegido para definir al candidato único.

La historia nos lleva a un nuevo momento crítico para las fuerzas que se oponen al MAS, al MAS de siempre y al maquillado por un toque aparente de juventud, pero con las viejas ideas aun vigentes.

La ruptura del bloque parece inminente y un nuevo acercamiento entre sus principales actores poco menos que imposible, luego del desgastante intercambio de adjetivos y acusaciones en el que se vieron involucrados.

Jorge Quiroga adujo que las encuestas no eran legales a partir del momento en el que comenzó a ejecutarse el calendario electoral, pero las propias autoridades electorales aseguraron que los partidos pueden hacer estudios sin fines de divulgación, incluso para llegar a algún tipo de determinación interna que pueda hacerse pública.

Aparentemente, el proceso de selección del candidato único en ese bloque continúa y la selección se daría a más tardar el próximo 10 de abril. No debe olvidarse que, más allá de la relevancia política de cada quien, el grupo está conformado además por Luis Fernando Camacho, Carlos Mesa y las organizaciones que se han sumado en el camino.

Para entonces, seguramente Quiroga habrá seguido el camino de una campaña desprendida del resto, con escasas posibilidades de lograr un respaldo significativo, pero con un impacto tremendamente negativo sobre las posibilidades de crear una opción alternativa a la del bloque popular.

En todo caso y más allá de que las cosas vayan por donde se dijo originalmente, las controversias han deteriorado la imagen de la unidad, posiblemente mucho más en el caso de Quiroga que en el de Samuel Doria Medina, quien todavía mantiene una línea de coherencia y apego a los compromisos asumidos, además, como lo corroboran las encuestas, mayor intención de voto.

Lo más grave es que mientras los opositores, incluidos Reyes Villa y Chi, se debaten en una tensión interna desgastante, Andrónico Rodríguez sigue su marcha sin muchos contratiempos, ni críticas. Una vez más, a pocos meses de las elecciones, un MAS desportillado, pero con retoques, aprovecha las vacilaciones y desacuerdos opositores para seguir vigente y con opciones.

Por ello, lo que corresponde a una sociedad comprometida con la necesidad de un cambio urgente, para luchar contra la crisis y fortalecer la democracia, es cerrar filas, porque en última instancia la unidad está en el voto y no en los bloques.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Hernan Terrazas

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