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La economía boliviana atraviesa un cuadro crítico. Si fuera un paciente en un hospital, llegaría con signos alarmantes: fiebre alta (inflación de 12%), insuficiencia respiratoria (reservas internacionales al mínimo) y una presión arterial descontrolada (brecha cambiaria de 60%).
Debemos enfrentar de una vez la realidad, porque hasta el momento se ha optado por medidas de contención que recuerdan a los médicos que solo tratan los síntomas sin atender la causa de la enfermedad, en lugar de aplicar un protocolo basado en evidencia.
Varios países que han enfrentado situaciones similares nos ofrecen una lección importante: aplicar medidas paliativas sin abordar la enfermedad de fondo solo agrava la condición.
Por ejemplo, en Venezuela, el uso excesivo del control de precios y de cambios generó escasez y una espiral inflacionaria incontrolable. O, en Argentina, la falta de credibilidad en las políticas económicas ha llevado a crisis recurrentes y dolorosas.
Primero requerimos un buen diagnóstico y que sea hecho con la premura del caso. Como advierte Dani Rodrik (de Harvard), aplicar tratamientos genéricos sin diagnosticar bien el problema es un error. Para ello necesitamos un enfoque técnico, objetivo e independiente.
Luego, un plan de estabilización económica efectivo debe asemejarse a un tratamiento médico integral. Primero, estabilizar los signos vitales como corregir el mercado cambiario para reducir las distorsiones en la toma de decisiones. Luego, mejorar el sistema inmunológico de la economía, disminuyendo el déficit fiscal y promoviendo la inversión privada para reactivar el crecimiento. Dei igual forma, se debe fortalecer al paciente: sin una base productiva sólida, la economía seguirá dependiendo de transfusiones externas (endeudamiento) que, a largo plazo, solo agravan la debilidad estructural.
Sin embargo, como advierte la literatura sobre economía y medicina, los tratamientos agresivos pueden generar efectos adversos si no se aplican con cuidado. Un plan de ajuste sin medidas de protección para los sectores más vulnerables puede generar una crisis social de gran magnitud. Por ello, cualquier ajuste debe acompañarse de amortiguadores como transferencias directas, financiamiento accesible para pequeñas empresas y programas de empleo.
Aquí es donde la economía debe aprender de la medicina. La experiencia recopilada por los economistas Pierre Agénor, Alejandro Izquierdo y Hening Jensen muestra que los programas de ajuste exitosos combinan medidas estructurales con mecanismos de protección social.
Sin éstos el ajuste se dejaría de aplicar, lo que se conoce como “riesgo de reversión” en la nomenclatura de la economía política, la rama de la economía que se dedica a ver cómo implementar medidas correctas sin socavar el apoyo político.
La historia económica ofrece un mensaje contundente: los países que han superado crisis similares lo han hecho cuando sus líderes han tenido la voluntad de enfrentar la realidad con tratamientos adecuados. En Perú, a inicios de los 90, la hiperinflación y la falta de reservas se resolvieron con un plan de estabilización firme y creíble. En Ecuador, la dolarización ayudó a contener la inflación y restaurar la confianza. Bolivia aún tiene opciones, pero el tiempo juega en su contra.
En nuestro país, esto significa corregir el tipo de cambio sin provocar una crisis de liquidez, reducir el déficit fiscal sin asfixiar el ingreso de los más vulnerables y fortalecer la inversión sin desalentar el crédito.
El país está en la sala de emergencias económicas. Puede optar por una cirugía controlada con ajustes firmes y medidas de protección social, o puede ignorar la crisis hasta que la situación se vuelva incontrolable y el colapso sea inevitable. No es una cuestión de si habrá ajuste, sino de cómo y cuándo se hará.
Un tratamiento a tiempo salvará al paciente; postergarlo lo condenará a una larga agonía económica. El inicio del tratamiento puede tornar la angustia de 2025 en celebración y esperanza.