La verdad de plastilina
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Una escena espeluznante. La esposa despierta, a mitad de la noche, cuando el marido llega después de cenar con el líder máximo y los demás ministros. Sacude la cabeza y con ella el sueño. Toma la libretita reportera con el lápiz entretejido en los resortes sujetadores. La tiene siempre en la mesa de noche, a la mano, para registrar pronto los disgustos y gustos nuevos del gran dictador. Rápido, antes que la memoria del marido falle, anota las “verdades” recién inventadas. Un nuevo paquete de reglas que, al antojo del número uno, podrán ser cambiadas mañana. No recordarlas y cumplirlas, mientras estén vigentes -para él- cuesta la vida o la libertad ante una denuncia de traición.
Y así, casi cada noche. Viviendo siempre al día ante el peligro de la sospecha y la paranoia del poderoso. No hay amigos, todos mentirán sin dudarlo, fingirán demencia, antes de contradecir al mando superior o al mando del mando. La verdad se modela a capricho. Todos caminan sobre hielo. Y así, como cascada, pasa igual a todos los niveles, hasta llegar al ciudadano, que vigila si lo vigilan, revisa lo que dice o escribe. No importa si es un texto científico o técnico, todo tiene ribetes políticos.
La buena noticia es que esa escena es de una película, una sátira, “La muerte de Stalin”. Un poquito exagerada, dirán quienes aún no han visto gobiernos como los del socialismo del Siglo XXI. Lejana para aquellos que miran al movimiento bolivariano desde una verdad maleable y flexible a las necesidades del poder. Una verdad de plastilina.
Ver esa película a la luz de los hechos en Nicaragua y el recuerdo de algunos pasajes en Ecuador y en Bolivia, especialmente, con el tema de la pedofilia vestida de amor por su majestad, seguro nos generará una hondísima preocupación.
Y para aumentar el estrés, solo basta cambiar de plataforma de streaming, buscar la miniserie Chernobyl y darse una maratón. Así se entenderá cómo todo, incluso el átomo, se convierte en un material maleable. Lo que la ciencia no consiente la política sí.
Es una cuestión de narrativa, de etiquetas y falsos silogismos. Si el mando superior ordena que se piense de una manera, su cortejo hila palabras, frases y razones para que esa manera de pensar sea ley.
Solo pensar en la palabra traición, por ejemplo, saliendo de los labios de Rosario Murillo, vicepresidenta de Nicaragua y esposa del presidente, es pensar en dagas apuntadas a quien ose disentir. Tras las rejas, hablan muchos sobre su poder y capacidad de cambiar la realidad desde un manto religioso, ideológico o de disciplina partidaria. O una mezcla de todo eso. Ella crea verdades y el régimen las disemina. Otro día vuelve a hacerlo y todo el paquete de reglas cambia de nuevo. Y así como en una espiral en la que la verdad y la libertad se extinguen casi imperceptiblemente. La felicidad que el régimen promete llegará o nos dice que ya estamos sintiendo y no valoramos, marca la línea de lo que puede o no pensarse y en qué creer además de en los líderes supremos.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo