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Por Gabriela Calderón de Burgos1
Tomar dinero de la Reserva Internacional (RI) si bien no arriesga la dolarización, si pone en riesgo la estabilidad del sistema financiero y su capacidad para expandir el crédito. Lo preocupante detrás de la propuesta de ambos candidatos es una aparente confusión acerca del origen de la riqueza. Su propuesta se basa en la idea de que, al gastar dinero de otros, que aparentemente está “parqueado”, se enriquecerá la mayoría. Pero la historia del progreso humano es un poco menos mágica.
La humanidad logró con mucho esfuerzo y sacrificio, luego de siglos de vivir casi en la misma miseria que sus antepasados, sobreponerse a las fuerzas de la naturaleza y llegar a un nivel de bienestar inconcebible hasta hace apenas dos siglos. Un sinnúmero de individuos, mediante su ingenio, descubrieron nuevas formas de hacer más con menos. Inventaron tecnologías que hicieron posible la Revolución Industrial, como James Watt que mejoró el diseño del motor a vapor. También lograron avances en la medicina que han llevado la esperanza de vida a niveles inconcebibles en el pasado reciente, como la primera vacuna desarrollada por Edward Jenner.
Cada uno de estos individuos gozó de libertad para experimentar y capital propio o ajeno para hacerlo. Ese capital acumulado –“parqueado” dirían algunos—provino del esfuerzo y trabajo previo de otros. No es pura coincidencia que estos hitos en el progreso del mundo casi todos se dieron en Occidente, donde hubo más libertad para explorar y acumular capital en ese entonces.
Uno de los padres fundadores de Estados Unidos (admirado por muchos de los próceres de las futuras repúblicas latinoamericanas)—Benjamin Franklin—hablaba de las virtudes para el éxito personal, entre las cuales se encontraban la frugalidad y la diligencia. Esto es, el ahorro y el trabajo arduo.
Franklin era un fiel creyente en el poder del interés compuesto. Al morir, dejó en su testamento 1.000 libras esterlinas (aproximadamente $4.400 en ese entonces) tanto a Boston como a Filadelfia, calculando cuidadosamente cuánto rendirían esos fondos en más de 200 años a un interés de un 5 por ciento y puso como condición que se utilizaran solo para ayudar a arrancar con sus negocios a artesanos jóvenes. Al final de los dos siglos, las dos donaciones originales de Franklin llegaron a $6.500.000.
Cuando vemos riqueza no hay que confundir el orden de los hechos. Primero, hubo trabajo, sacrificio y ahorro. Luego, muchos se arriesgaron y, después de múltiples pruebas y errores, acertaron, se enriquecieron y beneficiaron al resto de la humanidad con un nuevo nivel de prosperidad.
Una persona no se enriquece consumiendo. La base del capitalismo moderno, usualmente acusado de consumismo y/o materialismo, realmente es el ahorro y el trabajo duro. Los socialistas de todos los partidos y tiempos, en cambio, son los que promueven la solución mágica y contraria al sentido común: “seremos ricos destruyendo el capital acumulado”.
Donde sea que eso se ha ensayado, lo que sucede es que los dueños del capital huyen protegiendo su patrimonio a destinos más amigables a la creación de riqueza y a la acumulación de capital. Los afectados no son los más ricos, sino los de ingresos más bajos que tienen escasos recursos para protegerse del expolio de la clase política.
1es editora de ElCato.org, investigadora del Cato Institute y columnista de El Universo (Ecuador).
*Este artículo fue publicado en ElCato.org el 22 de septiembre de 2023