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La semana pasada conmemoramos el grito libertario del 24 de septiembre de 1810. Entre los homenajes a nuestra tierra destaco las ediciones especiales impresas.
En orden alfabético por autor: “Santa Cruz soporta la carga y le gana a las trabas” (Asuntos Centrales) “Aquí el futuro” (El Deber), “Santa Cruz, bastión del desarrollo económico boliviano” (IBCE), y “Santa Cruz, ¿a dónde vas?” (Maggy Talavera).
En general todas destacan: i) el paso de Santa Cruz de un poblado periférico a la ciudad más grande del país, ii) la transición de una economía casi de subsistencia al principal aportante de recursos al país, iii) las ansias de mayor autonomía y federalismo, y, iv) la preocupación por el actual estado del departamento.
Respecto a los desafíos, se concentran principalmente en cómo convertir al conglomerado urbano en la principal metrópolis del país (con incidencia en Sudamérica) y en la necesidad de tener mayor protagonismo político y liderazgo nacional.
Las diferencias están en que, a pesar de un sueño en general compartido, se perciben discrepancias, que van desde la nomenclatura (Metro Santa Cruz a Gran Santa Cruz, por ejemplo) hasta los patrones de desarrollo que se plantean (libertario a social de mercado).
Percibo con fuerza un dilema que, curiosamente, es estándar en la aventura del crecimiento económico: la disyuntiva entre modernidad con la pérdida de identidad propia.
En diversos libros actuales sobre prospectiva mundial destaca este rasgo, puesto que el mundo (y Santa Cruz) transitarán hacia una globalización más absorbente, pero por eso mismo, a una que creará más ansias identitarias.
Me inquietan algunas ausencias que creo son determinantes para la concreción de esas visiones.
Por ejemplo, se habla con justa razón de la necesidad de tener un sistema de transporte oportuno, cómodo e integral. Pero creo que no se está tomando en cuenta que este sistema requerirá de cruceños que tengan la capacidad de pagarlo.
Si suponemos que este sistema tiene un costo similar al de Bogotá o Lima, implicaría que el ingreso por habitante en la región metropolitana cruceña debiese ser por lo menos el doble del actual.
Para eso y tomando el crecimiento del PIB per cápita en lo que va de este siglo como referencia, se requerirían casi 20 años para que se pueda alcanzar ese estándar.
En otras palabras, si las tendencias siguen igual, Santa Cruz podría cubrir un buen sistema de transporte en 2042, puesto que antes no tendría los recursos para que el ciudadano promedio lo pueda costear. Si sumamos buenas viviendas y servicios sociales, nos encontraremos que se requerirá un ingreso aún más alto.
Por otra parte, las investigaciones más serias sobre crecimiento económico apuntan a buenas instituciones como la clave del desarrollo. La historia cruceña, sobre todo del siglo XX, muestra que la institucionalidad ha sido clave para el éxito de la región.
Pero las condiciones del pasado no necesariamente son a las que nos enfrentamos en esta época. Hay más actores involucrados e intereses diversos e incluso contrapuestos. Dos muestras al respecto son la discusión reciente por las losetas y la que hubo por los puentes hacia el Urubó unos años atrás.
Por tanto, se requiere o crear o adaptar instituciones para el desarrollo en una época caracterizada por cambio continuo, para que pueda brindar esa “inteligencia colectiva”. Y también crear las capacidades de administración de conflictos, de gestión pública especializada y moderna y más herramientas para la creación de oportunidades.
Finalmente, Santa Cruz tiene dos ventajas geográficas: tierra fértil y ubicación privilegiada. Pero éstas serán cada vez menos relevantes en un mundo que cambia constantemente sus patrones de consumo y donde la focalización geopolítica apunta más bien a centros de gravedad ponderados demográfica y comercialmente como, por ejemplo, Panamá o Bogotá.
En resumen, plasmar la visión cruceña de futuro requiere de renovados esfuerzos productivos, mejores instituciones y muchísima estrategia.