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Los mejores y los más brillantes

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En 1972, el periodista David Halberstam publicó el libro en inglés que lleva el título de esta columna. Su intención fue irónica. El texto retrata el equipo del presidente John F. Kennedy, lleno de diplomas de las mejores universidades de Estados Unidos, de linajes de la élite “liberal” de la Costa Este y de estrellas como Robert McNamara, uno de los “cerebros” del globo. Traían consigo estudios, técnicas y racionalismo, además de su carisma generacional.

Por la semejanza de sus perfiles sociales, académicos y políticos, ellos pavimentaron la ruta a la catástrofe en Vietnam. Voces de segunda línea en las Fuerzas Armadas o en la burocracia (como el subsecretario de Estado George Ball, a quien le tenían un cierto desdén por comportarse como un “teólogo” moralista) alertaban del calvario de los franceses en Indochina o de los riesgos de pisar los callos del nacionalismo vietnamita. Pero nada arredraba a aquella generación de ilustrados con clase, ímpetu y cinismo práctico.

Empero, les faltaban instrumentos para sortear el desastre: intuición política, diversidad de experiencias, disenso interno que respetar y sabiduría, en vez del amor a su inteligencia y a las frases chispeantes. Por ejemplo, despreciaban a los “blandos”. Esos que, en lugar de definir la política bilateral por si un país era comunista, preferían indagar si su gobierno respondía a algún sentimiento representativo de su población.

Kennedy había probado el fracaso en Bahía de Cochinos. Y por el maltrato de Kruschev en Viena, quería dar una señal de firmeza al oso soviético. Las barbaridades de los soviéticos en Europa oriental justificaban así la política asiática de Estados Unidos. Pero Vietnam no era Hungría. Dibujando a los personajes del régimen de Camelot, Halberstam dice que su “estándar era mostrar cuán determinados y duros eran”. El descalabro francés en Diên Biên Phu en 1954 fue para ellos apenas una muestra más del declive de una potencia colonial, no un semáforo en rojo.

Estos “mejores y más brillantes” son un clásico ejemplo de lo que los anglos llaman pensamiento de grupo (groupthink). Wikipedia lo define como “un fenómeno psicológico que ocurre dentro de un grupo de personas en el que el deseo de armonía o conformidad en el grupo da como resultado un resultado irracional o disfuncional en la toma de decisiones”.

Esta corta reseña viene a cuento del desierto que cruzaremos, sobre todo desde noviembre, si hay elecciones en agosto (nada es seguro y eso es lo seguro). Un ajuste económico luce inevitable; Luis Arce no tomará ninguna medida de fondo. Como mandatario saliente, no tiene la fuerza. Además, como Cristina Fernández en Argentina, Arce prefiere su deslucido pedigrí de izquierda. Su lealtad a ese santoral puede más que su oficio.

Por su parte, la oposición alista herramientas, números, gráficos, un buen portafolio de cuadros tecnocráticos y la experiencia de los años 80, 90 e inicios de los 2000. Además, las lecciones platenses de qué no hacer (Macri) y a qué aventurarse (Milei). Mejor ir por todo; el precio político será el mismo por la parte. Los ternos remplazan gentilmente a los ponchos; es una emergencia nacional. Igual enrolan a alguna distinguida pollera porque -oyen- los tiempos han cambiado. Los justifica la circunstancia: prevenir el colapso, del que solo hemos probado las primeras cucharillas.

Pero no pude dejar de discurrir acerca de “los mejores y más brillantes” de David Halberstam. A la oposición le sobran buenas cabezas de la economía. Sin embargo, no se ven por ningún lado las intangibles virtudes de la política, la palabra y la legitimidad ampliada. Los currículos de sus estados mayores refuerzan las cualidades e insuficiencias del pelotón.

Las rústicas ideas económicas de García Linera ahondarían la penuria nacional, pero sería más grave que un intento de salvataje naufrague por una rebelión social. Que el retorno de las corbatas sea visto no como un distintivo técnico-racional, sino como una restauración del viejo orden étnico. Las fantasías revolucionarias o racionalistas no son peligrosas solo cuando las enarbola la izquierda.


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