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La ruptura entre el presidente Luis Arce y Evo Morales no es un montaje teatral, como algunos suponen, sino una pugna muy fuerte y real de cara a las elecciones del 2025, donde el primero apuesta a ser reelegido y el segundo a retomar el sillón presidencial, que equivocadamente pensó que Arce le devolvería con rapidez.
Quien todavía quiera creer en la teoría del sainete, debería recordar que ni siquiera en el gobierno de transición se había visto a un ministro mostrando un mapa del narcotráfico donde se observa al 80 o 90% de las fábricas de cocaína ubicadas en El Chapare. Y esto no supone disculpar a ese funcionario por su papel lamentable en la represión política.
Uno de los ejes de la batalla se libra en el terreno judicial, donde el Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) tendrá que expedirse sobre un artículo de la Constitución, que establece una sola reelección de manera continua y que, de leerse de manera tajante, sin posibilidades de reelección no consecutiva, podría dejar a Morales fuera de la carrera electoral.
Para esto, la manipulación de la justicia que Evo implementó durante sus 14 años de gobierno ahora parece volverse en su contra, con jueces que siguen instructivas de los nuevos gobernantes de turno.
El caído más reciente en esa batalla interna es el ex procurador general del Estado, Wilfredo Chávez, ex abogado de Evo, cuya salida del escenario institucional sólo puede ser una buena noticia para la república.
Otra de las dimensiones de la pugna se desarrolla en el campo de las relaciones internacionales, donde el arcismo ha hecho todas las concesiones posibles a las potencias extra-regionales (China, Rusia e Irán) para que lo prefieran al evismo.
De esa manera, el Movimiento Al Socialismo (MAS) parece encaminarse, de ser una fuerza personalista y caudillista centrada en Morales, a algo más parecido al viejo PRI mexicano, procurando la eternización del partido pero cambiando periódicamente al titular del Ejecutivo. Ya se habla de que, tras el eventual segundo período de Arce en el 2025-2030, se buscaría aupar a la presidencia al ministro de gobierno, Eduardo del Castillo, para el 2030-2035.
Mientras tanto, la oposición democrática no llega a definir una estrategia de aprovechamiento de este nuevo escenario, pendulando entre el “los dos son lo mismo (Arce y Evo)” y movimientos reactivos siguiendo a una u otra facción en el Parlamento.
Tratar a un partido hegemonista distinguiendo entre sus corrientes heterogéneas, en vez de tomarlo como un todo monolítico, es el consejo inteligente que varios disidentes fogueados en la resistencia anti-autoritaria dan desde varios países. Esto, junto a la capacidad propositiva y la disciplina no violenta, configura la línea de más largo aliento.