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Mi columna de hace un par de semanas analizó la propuesta de “capitalismo boliviano” que Samuel Doria Medina presentó al país en el aniversario de su partido. La columna argumentaba que hablar de capitalismo era un gran avance, pero que escudarlo con el adjetivo de “boliviano” confesaba, en realidad, el temor y la desconfianza que el término, solito y a secas, le produce a Unidad Nacional. Después de ver los detalles de la propuesta, concluía que el “capitalismo boliviano” dejaba a Doria Medina a medio camino y sin realmente proponer algo fundamentalmente diferente a lo que propone el MAS.
Pese a sus virtudes, que las tiene, Unidad Nacional es un partido ambivalente y timorato (Samuel prefiere una palabra más elegante: “ecléctico”) que no se define y anda a salto de mata entre el estatismo de izquierda y el capitalismo liberal. En mi columna argumento que esa indefinición, “ni chicha ni limonada,” ha significado un lastre político para esa agrupación y su líder.
Mi columna provocó la respuesta de Doria Medina (Página Siete, 23/12/2022) y empiezo agradeciendo sinceramente su tiempo y consideración. Los debates públicos sobre ideas son tan importantes como necesarios así que encantado de continuar la conversa.
La respuesta de Doria Medina tiene tres temas principales. El primero, y al cual Doria Medina le dedica más espacio, es la defensa de su posición ambivalente. Uno hubiera esperado un rechazo a la acusación de ser “ni chicha ni limonada,” pero Doria Medina la abraza y prefiere explicar que esa es, en realidad, una virtud. El segundo es un ataque ad hominem que descarta mi crítica por estar supuestamente basada en teoría o ingenuidad académica y no en la realidad “de carne y hueso.” El tercero es la acusación de que yo quiero volver al “neoliberalismo” de los 90 que él condena porque “ya sabemos a dónde nos llevó.”
Empecemos con la posición ambivalente o “ecléctica.” Doria Medina no rechaza el estar a medio camino, sino que abraza entusiasta esa posición y trata de justificarla. Pero es difícil justificar medias tintas sin rayar en el populismo. Samuel empieza diciendo que su interés no es “satisfacer ideologías, sino resolver problemas reales,” y remata diciendo que “(sus) ideas no responden a ningún dogma social.” Frases clásicas del manual populista. No comprometerse con una línea de pensamiento es la regla de oro del que quiere quedar bien con Dios y con el diablo.
Lo primero que Samuel debe hacer es separar ideología de dogma. No son lo mismo. La ideología es importantísima porque proporciona un norte, un estudio, una idea, una visión, una propuesta sistemática de qué queremos para la sociedad, que orienta nuestras acciones. La ideología liberal, por ejemplo, propone que la libertad individual, expresada en el capitalismo, no solo es el instrumento más efectivo para el desarrollo de un país, sino también, y fundamentalmente, un objetivo moral sin el cual es imposible florecer como seres humanos. Pero tener un norte ideológico no significa ser dogmático. El dogmático va hacia ese norte en línea recta sin importarle que esa línea pase por despeñaderos o montañas imposibles. Tener una ideología o una visión de país no significa renunciar a tener cintura o utilizar estrategias. Uno puede decidir dar un paso atrás o al costado en determinadas circunstancias si esa estrategia nos mueve hacia nuestra visión de forma más efectiva. Nadie le pide a Unidad Nacional ser dogmático, lo que se le pide es una idea, un norte, una visión clara de país. No tenerla y escudarse en “nosotros resolvemos problemas reales” lo hace ambivalente, “ecléctico,” o una veleta que se mueve sin más razón que agradar a los votantes.
El artículo de Samuel trae un ejemplo muy claro. Doria Medina rechaza privatizar las empresas “estratégicas” porque teme la “(in)sostenibilidad política y social” de esa medida y porque “no queremos despidos…” ¿Se da cuenta? Eso pasa cuando no se tiene un norte o una visión clara de país. Las empresas estatales, “estratégicas” o no, han sido siempre un derroche de ineficiencia sin importar el gobierno de turno. Si Doria Medina creyera verdaderamente en el capitalismo sabría que esa situación no puede sostenerse, entendería que el gobierno es un mal administrador por definición y sabría que esos recursos serán siempre mejor utilizados en el sector privado. No se le pide ser dogmático, hay formas imaginativas y graduales de mover esas empresas hacia el sector privado, pero cerrarse a esa necesidad por miedo a la reacción social es simplemente populista. Y es el colmo, por supuesto, rechazar la privatización porque no se quieren despidos. ¿Desde cuándo debe el gobierno mantener empleados, aunque eso genere un mal uso de recursos? En esto, queda claro, Unidad Nacional y el MAS son indistinguibles.
Otro ejemplo es su crítica sarcástica a mi “tecnocracia” que le recuerda la “genialidad” del FMI de sugerir eliminar el subsidio a los carburantes. Y otra vez su posición está guiada por el temor a la convulsión social que eso generaría. Lo que es no tener el norte claro. ¿Deberemos entonces mantener el subsidio como un grifo permanentemente abierto por donde se nos van las reservas internacionales? ¿Deberemos seguir viviendo en una burbuja en la que los precios son una fantasía que no reflejan la real escasez de las cosas? Otra vez, nadie le pide dogma. Se han propuesto ya varios métodos creativos con programas de compensación que se pueden ensayar. Lo cierto es que no podemos seguir gastando más de $us 1.000 millones al año en subsidios. No querer tocarlos es populista y tremendamente irresponsable.
Veamos ahora su ataque ad hominem que descarta mi crítica por estar supuestamente basada en teoría o ingenuidad académica y no en la realidad “de carne y hueso.” Este es el típico recurso facilón de atacar el origen de la idea y no la idea en sí misma. Eso de que mis ideas “funcionan en las pizarras de las universidades estadounidenses” o “son fórmulas generadas en un laboratorio” que no “tienen asidero en la Bolivia de carne y hueso” es, francamente, una tontera. ¿Qué seriedad tiene atacar una idea atacando el lugar donde trabaja la persona que propone la idea? Establezcamos además que el capitalismo o la libertad económica o la filosofía liberal no se crearon en pizarras o laboratorios. Son el resultado de siglos de evolución y evidencia empírica que demuestran que la libertad individual, allá donde ha sido garantizada, ha sacado a millones de la pobreza. Y basta con eso de creer que los bolivianos “de carne y hueso” somos tan especiales o extraterrestres que los principios básicos que han desarrollado a decenas de países desde EEUU hasta Vietnam, pasando por Chile, Botsuana o Singapur, no podrían funcionar aquí.
Finalmente, veamos eso de que yo quiero volver al “neoliberalismo” de los 90 que Doria Medina condena porque “ya sabemos a dónde nos llevó.” Lo primero que debo aconsejarle a Samuel es investigar el origen de esa etiqueta. El término “neoliberalismo” fue acuñado por el sociólogo alemán Alexander Rustow con la idea de encontrar una vía intermedia entre el fascismo, el comunismo y el liberalismo (que él consideraba había fracasado). En otras palabras, Rustow usó la palabra “neoliberalismo” para referirse, nada más ni nada menos que a la economía social de mercado. Samuel es, entonces, en estricto sentido histórico, el neoliberal. Yo siempre rechacé esa etiqueta y si debo usar una elegiría la de “liberal clásico.”
Pero vayamos a los 90, como él sugiere. ¿Es cierto que fracasaron las reformas que empezaron con la Nueva Política Económica de 1985? Aquí hay que hilar fino. Por un lado, la estabilidad macroeconómica que el país mantiene hasta el día de hoy es fruto de mucho de lo que el Consenso de Washington sugirió. En esto habría que ser un poco más agradecido al “neoliberalismo.” Es cierto, sin embargo, que las reformas no lograron generar desarrollo y crecimiento de largo plazo. Pero eso no se debió a que las privatizaciones (o capitalizaciones) o reformas fiscales no funcionaron, sino a que no se generó una institucionalidad o reglas de juego eficientes que respeten la propiedad privada (seguridad jurídica) y generen incentivos productivos. Una manera fácil de comprobarlo es siguiendo el Índice de Libertad Económica para Bolivia del Fraser Institute y observar cómo los subíndices que tienen que ver con las reglas de juego (rule of law) fueron los que menos progresaron durante los 90. La creciente informalidad de nuestra economía es otra muestra de ese déficit institucional. Esa es la tarea que sigue pendiente para liberar la iniciativa individual, no la vuelta al estatismo con un gobierno empresario, contratador, redistribuidor y planificador del desarrollo.