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Por Roberto Cachanosky1
Durante todo el 2020 el kirchnerismo se ufanaba de mostrar como la fuerte emisión monetaria que estaba llevando a cabo el Gobierno para financiar el gasto público, dada la caída de la recaudación impositiva por la eterna cuarentena, no generaba inflación. Por el contrario, la tasa de inflación mensual mostraba una tasa de inflación descendente ubicándose alrededor del 1,5% mensual mientras la emisión monetaria volaba.
Lo que no entendieron es que la cuarentena impedía que la gente pudiera gastar esos pesos que se imprimían porque estaba encerrada en sus casas y, a lo sumo, gastaba en el supermercado y en remedios. Pero ni bien comenzó a flexibilizarse la cuarentena, la demanda por moneda cayó abruptamente y empezó a dispararse la inflación en 2020 hasta llegar a niveles cercanos al 4% hacia fines de 2020.
Luego de levantar el pie del acelerador unos pocos meses de 2021, el gobierno empezó nuevamente con el plan platita para tratar de ganar las elecciones de medio término y, al igual que en 2020, en 2021 la emisión monetaria volvió a ser el principal ingreso del tesoro. Esa expansión monetaria continuó hasta enero de este año y ahora el torrente de pesos emitidos está haciendo impacto en la economía. La inflación de ahora es consecuencia de la emisión monetaria de 2020 y 2021.
Cabe destacar que la tasa de inflación que estamos viendo tampoco refleja exactamente la realidad. Es que desde que el kirchnerismo volvió al poder, se incluyen en el IPC cada vez más precios cuidados.
En efecto, en noviembre de 2019 precios cuidados representaban el 0,6% del total de precios relevados en el IPC del Gran Buenos Aires. A partir de 2020, su incidencia empezó a aumentar constantemente hasta llegar a un pico del 13,1% en noviembre del año pasado y bajar hasta el 7,8% en febrero.
A esta mayor incidencia de precios cuidados hay que agregarle que todavía no se hicieron los ajustes de las tarifas de los servicios públicos ni del tipo de cambio oficial, el que recordemos que en los últimos 12 meses aumentó solo el 18% frente a una inflación sustancialmente mayor.
Hacia adelante se presenta un panorama poco alentador porque una fuerte restricción monetaria sin ajuste a la baja del gasto público, significará un fuerte ajuste del sector privado, ya sea vía una mayor carga tributaria sobre el sector formal de la economía, ya sea con más endeudamiento del sector público, desplazando al sector privado del escaso crédito que aún queda, y el torrente de emisión monetaria dejó inundado el mercado de pesos, con lo cual aún va a haber presiones inflacionarias por caída en la demanda de moneda.
Mientras tanto, el ministro Martín Guzmán piensa en impulsar un nuevo impuesto a las ganancias inesperadas. Justamente, cuando por cualquier razón aumentan los precios de un producto, crece la rentabilidad que es la señal que tiene el mercado para asignar los recursos productivos atrayendo inversiones hacia los sectores que más rentabilidad ofrecen, con lo cual se incrementa la oferta y baja el precio, eliminando la rentabilidad extraordinaria o, como la llama Guzmán, ganancias inesperadas. En economía, cuando suben los precios de unos productos y bajan otros, se llama cambio de precios relativos, sea por causas endógenas o exógenas el mercado. Lo que pretende Guzmán es anular esa señal del mercado y agregar un ingrediente más al coctel anti-inversión que viene preparando el kirchnerismo.
En síntesis, nada nuevo bajo el sol. Ante el recrudecimiento de la pérdida en el poder adquisitivo de la moneda, el Gobierno sigue actuando sobre las consecuencias en vez de actuar sobre las causas de la inflación.
1es Profesor titular de Economía Aplicada en el Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica en el Master de Economía y Administración de CEYCE, y Columnista de temas económicos en el diario La Nación (Argentina).
Este artículo fue publicado originalmente en elcato.org el 14 de abril de 2022.