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El paro de Santa Cruz tiene la virtud de generar un efecto contagio sobre el resto del país. La rebeldía frente a cualquier tipo de imposición es una actitud que se activa esporádicamente, pero cuando se da es muy difícil para el gobierno contrarrestarla.
La oposición social, porque la partidaria es incipiente o de plano no existe, encuentra canales para expresar su posición y asumir protagonismo en la lucha por determinadas causas.
Si bien el deterioro democrático se expresa en la acelerada pérdida de credibilidad de todas las instituciones, incluidas la Iglesia y los medios de comunicación, en cuya mediación la gente confía cada vez menos, parecería que la fortaleza radica en la capacidad ciudadana para ir más allá de la institucionalidad tradicional. De ahí el regreso a formas de decisión colectiva de efecto inmediato como son los cabildos y la elección del paro, una medida pacífica, para conseguir un objetivo.
Un gobierno que copó todas las instituciones y anuló la independencia de poderes, queda paradójicamente inerme y vulnerable cuando la colectividad encuentra formas de protesta que no pueden ser combatidas. Muy parecido a lo que sucedió hace 19 años atrás, cuando se conformó la coalición de partidos más grande de la historia democrática para despedir al presidente de entonces en su partida a un exilio que, a estas alturas, parece definitivo.
No hay represión posible, ni institucional, ni para-policial que tenga éxito contra el paro y eso se observa todos los días en Santa Cruz. El MAS juega a la violencia y expone a la gente a situaciones extremas en busca de víctimas que puedan ser utilizadas para descalificar a dirigentes y ciudadanos que, de manera voluntaria, salen a las calles a hacer respetar una decisión que se ve mayoritaria.
Hoy es el Censo, pero mañana puede ser cualquier otro tema el que articule a una fuerza, la de la clase media, que algunos desahucian de antemano, pero que en Bolivia ha jugado un papel clave en los últimos años.
Y ojo, no es una clase media a la que pueda meterse en el casillero político de la derecha o cualquier otra tendencia. Simplemente se trata de una corriente que se vuelca a las calles o que genera climas de presión cuando se hace necesario frenar arbitrariedades o injusticias que, de otra manera, permanecerían sin cambios o quedarían impunes.
El MAS se enfrenta a los límites del poder ante una sociedad que, de vez en cuando, entiende que el ejercicio de las libertades democráticas no tiene que ver solo con emitir el voto, sino con valores que deben hacerse respetar y arbitrariedades que no pueden dejarse pasar sino es a riesgo de exponer la libertad.
Lastimosamente, el gobierno del presidente Arce parece haber elegido el camino más difícil. Sin argumentos contundentes insiste en no modificar el decreto supremo que llevó el Censo al 2024 y juega, peligrosamente, a tentar con dinero –inmediata distribución de recursos a partir de los resultados de la consulta nacional -, pero ignora deliberadamente la importancia que tienen los cambios en la representación a partir de los nuevos datos sobre el número de habitantes del país y las regiones.
No es tiempo de héroes individuales, ni de candidaturas políticas y mucho menos de campañas. Es el momento de la gente y de sus reivindicaciones.
Cuando las autoridades dicen que las transnacionales están detrás de las movilizaciones o que se gesta un golpe contra el presidente, en realidad dejan al descubierto el concepto que tienen de democracia, un concepto que no contempla el derecho que tiene el ciudadano a expresar su discrepancia, ni a exigir ser tomado en cuenta en las decisiones que lo involucran.
Mientras el gobierno se aferre al “aquí mando yo”, que se utilizó en el pasado para desconocer un referéndum y el resultado de una elección, será difícil que en las negociaciones con las organizaciones representativas de la cruceñidad y de la mayor parte de las regiones del país que están hoy en campaña por el Censo 2023, prevalezca la confianza como base para lograr acuerdos.
El presidente conspira contra sí mismo y se aleja, al parecer irreversiblemente, de la posibilidad de perfilar un nuevo rumo para el proyecto político que heredó del personaje autoritario, que hoy es más que una sombra detrás del trono.
Más allá del curso que tome el debate sobre la fecha del Censo, lo que dejan estos días es la certeza de que las batallas democráticas volvieron a sus orígenes callejeros. Esa es una lección que el gobierno debería asimilar.