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Olas de Covid-19 en Bolivia: No hay «cuartas» sin «quintas carnavaleras»

Según datos oficiales, la primera ola de coronavirus fue la de mayor mortalidad en Bolivia, la segunda tuvo el pico de fallecidos y la cuarta (de octubre de 2021 a febrero de 2022) fue la de mayor morbilidad.

José Rafael Vilar

Analista y consultor político

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Cuando el pasado jueves 24 revisaba los Reportes Epidemiológicos del Ministerio de Salud y los Servicios Departamentales de Salud (Sedes) de ese día, me golpeó el correlativo de los Reportes del Ministerio: 710 desde el inicio de la pandemia, un poco menos que los 716 días transcurridos desde que se anunciaron los dos primeros casos -en Santa Cruz y Oruro- de contagio importado (“contagio foráneo” es el término adecuado); 12 días después se decretó la cuarentena rígida.

A pocos días, una semana a partir de esta lectura, de cumplirse el primer bienio -y ojalá el último, al menos como la conocemos- del arribo de la pandemia a Bolivia, los nuevos contagios diagnosticados para la variante Ómicron (B.1.1.529) se han reducido al 4,8% -calculando sobre los confirmados en los días entre semana cuando se realizan más pruebas diagnóstico – de los 14.461 nuevos casos detectados el 14 de enero, pico de la pandemia y de la cuarta ola.

Pero pronto volveremos a este momento. Hagamos un poco de memoria.

Casi dos años de Covid-19

El “virus chino”, como se nominó al SARS-CoV-2 en la jerga trumpiana,  había llegado ya en febrero de 2020 a Latinoamérica: el 25 a Brasil, el 27 a México y el 29 a Ecuador. En la Región, Bolivia fue el duodécimo país donde “aterrizó”, un símil no muy desubicado porque, lógicamente, “aterrizó” en vuelos extrahemisféricos con las personas que lo portaban y el 28 de ese mes -18 días después- se produjeron los primeros tres decesos por el contagio; ese día había 80 casos en el país y aún faltaban cinco días para que un primer paciente fuera declarado como recuperado.

Fue un brutal e imprevisto parón para un país de por sí muy convulsionado desde el 20 de octubre del año anterior, con una economía en caída permanente desde que en 2014 acabó el ciclo extraordinario de súper precios por nuestros commodities y con un sistema de salud pública paupérrimo, ambos éstos herencia de la mala gestión y despilfarro populista del anterior gobierno masista. (¿Recuerda quién era llamado el “Mago de la Economía”…? Aunque mejor sería llamarlo el Mago del Desastre).

En ese panorama pandémico, similar al que se vivía desde el Río Grande -podría extender el borde al océano Ártico- hasta el Cabo de Hornos, Bolivia estaba en el pelotón de los más desprotegidos en sanidad pública y comprometidos en sus economías: un pelotón para el Cuarto Mundo.

En ese panorama, cualquier solución sanitaria en nuestro país era un parche, una bandita, para la crisis. Recordemos que, al igual que con el VIH en los años 80, en todo el mundo  se desconocía el tratamiento efectivo, no había vacunas y la morbilidad y mortalidad para la enfermedad transmitida por el virus 2019-nCoV -“bautizo” provisional para el SARS-CoV-2 nuestro de cada día- detectado en China y expandido antes de que se reconocieran variantes, agudizadas por las carencias mencionadas, que tendrían en jaque al mundo y en colapso a los servicios de salud.

¿Fue adecuada la cuarentena rígida? Bolivia vivía una crisis institucional y una económica que venía de años atrás. Basta ver cualquier análisis publicado sobre la caída del PIB, crecimiento de la deuda pública, reducción progresiva de las RIN, sobredimensionamiento de la burocracia y la definitiva preeminencia del empleo informal para entender que, más allá de las posibles transferencias (bonos) que se hicieran, la cuarentena rígida iba a ser un golpe grave para la economía formal y, peor, para la informal.

Pero en casi todos los países  del mundo -con mejores o peores condiciones que nosotros- se  decretó la cuarentena, incluso con más rigor (como fue en Argentina, por sólo recordar un ejemplo). El propósito de esa primera estrategia de “contención de contagios”, elaborada bajo la gestión del entonces ministro Aníbal Cruz Senzano, era el de “aplanar la curva”;  es decir, reducir al máximo posible la propagación del virus y evitar el colapso de los servicios de salud.

A pesar de todos los factores en contra, con esa estrategia en cierta medida se pudo reducir ese colapso sanitario y la larga primera ola (de marzo a octubre de 2020) terminó siendo la segunda de las cuatro olas con menos casos detectados (morbilidad), aunque sí fue la de mayor letalidad de la enfermedad (6,2% en promedio versus 2,7%, 2,5% y 0,7% las siguientes). No hay que confundir   letalidad con mortalidad, cuyo porcentaje se mide contra la población y no contra los contagiados.

Aquí, coincido con el profesor  Andrés Uzin en que las cifras acusan un subregistro aún no determinado totalmente, a pesar de que han sido paulatinamente sinceradas según se confirmaban ex post. (En el Gráfico Nuevos decesos detectados por Ola faltan actualizaciones de la primera y la segunda olas que, si bien aumentan ambas cifras, no alteran la proporcionalidad.)

(Ver también Gráfico Nuevos contagios detectados por Ola y Gráfico Nuevos decesos detectados por Ola).

El final de la primera ola coincidió con el cambio de Gobierno nacional y el inicio de un período de baja latencia entre la primera ola y la segunda, que transcurrió desde octubre a diciembre de 2020  y que permitió al estrenado ministro Edgar Pozo anunciar la nueva estrategia basada en dos vectores: “detectar”, es decir masificar las pruebas de detección para poder orientar eficientemente los recursos sanitarios; y “prevenir”, que consistía en aplicar la vacunación masiva, apoyada en la aprobación por la OMS de las primeras vacunas y en la creación del Fondo de Acceso Global para Vacunas Covid-19 (conocido por COVAX por sus siglas en inglés).

Las cuatro olas

Una revisión del Gráfico Nuevos contagios detectados por Ola nos permite entender que la pandemia en Bolivia ha tenido cuatro olas y un período de baja morbilidad (contagios) entre la primera y segunda olas.

Una rápida lectura del Cuadro Olas nos permite llegar a varias conclusiones: la primera y la segunda olas fueron las más dilatadas, lo que es entendible porque en la primera (de marzo a octubre de 2020) no había experiencia y en la segunda (diciembre de 2020 a agosto 2021) aún eran muy escasas las inmunizaciones.

La segunda ola, a pesar de tener menos letalidad, tuvo una alta morbilidad -la segunda ola tuvo un pico de morbilidad mayor que la primera (2.036 nuevos contagios detectados el 18 de julio de 2020 versus 3.839 el 9 de junio de 2021 la segunda), consecuencia de las menores restricciones al eliminarse (necesaria y urgentemente) la cuarentena rígida, aunque su morbilidad fue menor que en la cuarta ola (14.461 nuevos casos detectados el 14 de enero de 2021)- y fue la de mayor mortalidad (con pico absoluto de 124 fallecidos el 15 de junio de 2021, más que el de 102 decesos registrados el 2 de septiembre de 2020 en la primera ola y 86 de la cuarta ola, el 18 de enero de 2021).

En resumen, la primera ola fue la de mayor mortalidad, la segunda tuvo el pico de fallecidos y la cuarta (octubre de 2021 a febrero de 2022) fue la de mayor morbilidad. En contraposición, la tercera ola (agosto a octubre de 2021) no presentó picos significativos y el período intermedio entre la primera y la segunda olas (octubre a diciembre de 2020, que pudiera ser distribuido entre ambas) tuvo escasos nuevos contagios detectados -aunque pudieron ser más porque las pruebas de detección eran aún muy escasas- y decesos.

En otros de mis artículos he resaltado lo virtuoso de la nueva estrategia “detectar” y “prevenir”, que fue posible por las nuevas condiciones (disponibilidad relativamente creciente de pruebas y vacunas) y la experiencia de otros países en implementarla. También en esos artículos he criticado el cariz ideológico en la adquisición de vacunas -que complicó el proceso de vacunación ante los incumplimientos del proveedor ruso- y el maniqueo discurso “antimperialista” de nuestras autoridades -terminando los “imperialistas” por ser nuestros mayores donadores.

No obstante eso y las consecuentes demoras que hubo, el proceso de inmunización con pauta completa (dos dosis o la unidosis) se ha implementado para toda la población a partir de los cinco años y se ha avanzado en una tercera dosis de refuerzo después de un periodo determinado para los que han recibido la pauta completa.

El 23 de febrero pasado, del total de la población mayor de cinco años (10.655.356 según las proyecciones del INE para 2022) quienes recibirán la inmunización con pauta completa al final del proceso de inmunización, según el Reporte Epidemiológico N° 710 del Ministerio de Salud, el 55,4% (5.901.852) había recibido la primera dosis, el 52,2% (5.561.874) la segunda dosis o la unidosis Janssen y el 9,6% (1.027.433) había sido inoculado con la dosis de refuerzo (recordemos que hay un período de seis meses tras la segunda dosis o la unidosis para la administración del refuerzo, por lo que el único percentil posible de recibirla hasta la fecha es el 18 años en adelante). (Ver Gráfico Estado de la vacunación al 23/02).

Por percentiles, como puede comprobarse en el Gráfico Estado de la vacunación al 23/02, para el grupo de 5 a 11 años -que inició el proceso de inoculación el 9 de diciembre pasado, siendo el último en ser incorporado- el 38,3% (631.181) había recibido la primera dosis y el 21,5% (354.650) la segunda dosis. En el percentil de 12 a 17 años -iniciado un mes antes, el 9 de noviembre de 2021- habían recibido su primera dosis el 51,7% (719.740) y su segunda el 36,9% (513.541), mientras que en el percentil de 18 años en adelante -iniciado el 29 de enero de 2021 con el personal médico que trabaja en emergencias y Unidades de Terapia Intensiva-, ya recibieron su primera dosis el 59,7% (4.550.931), la segunda dosis o la unidosis -es al único grupo al que se le aplicó masivamente la vacuna Janssen- el 61,6% (4.693.683) y el refuerzo el 13,5% (1.027.433).

Sin embargo, el ritmo de vacunación no es igual en todos los departamentos. (Ver Gráfico Porcentaje de inmunizados con pauta completa desde 5 años en adelante al 23/02).

Mientras que los departamentos de Tarija (60,7%), Cochabamba (57,0%), Santa Cruz (55,3%), Oruro (54,5%), Chuquisaca (54,2%) y La Paz (49,6%) estaban el 23 pasado con alrededor del 50% de inmunizados con pauta completa o lo superaban; los departamentos de Potosí (39,5%), Beni (39,2%) y Pando (37,4%) no llegaban al 40%, rezagando la inmunización del país a cargo de sus Sedes, conllevando que Bolivia ocupe uno de los últimos lugares con inmunización completa en Latinoamérica, muy lejos de los punteros Chile -que ya aplica una cuarta dosis a grupos de alto riesgo- y Cuba.

Este atraso en parte fue motivado por las demoras en provisión de las vacunas, pero al 23 pasado alcanzaban ya las 23.815.500 dosis (primeras, segundas, unidosis y refuerzos) recibidas en el país. Mucho influyó que una decisión muy acertada del Ministerio de Salud  -la obligatoriedad de portar el carnet de vacunación anunciada en diciembre de 2021 para entrar en vigor desde enero de 2022- fuera anulada a escasas dos semanas de ser implementada por la presión de violentos grupos antivacunas, en su mayoría seguidores del MAS que en 2020 habían sido adoctrinados contra la pandemia -“invento de la derecha”- o fundamentalistas religiosos.

Esta pésima decisión, puramente populista e interesada, conllevó que de un promedio diario de más de 100 mil dosis (de cualquier parte del ciclo) inoculadas los primeros días de enero antes de la suspensión temporal y luego definitiva, se cayera a menos de 30.000 después de su suspensión “mientras dure la declaratoria de emergencia sanitaria” (ministro Auza), lo que quiere decir: “cuando ya no sea necesario el control”.

Afortunadamente, los niños y jóvenes entre cinco y 17 años y sus padres han sido los más motivados para acceder a la vacunación con la expectativa del regreso a clases presenciales.

Números grandes

Según los Reportes Epidemiológicos del Ministerio de Salud, hasta el 23 de febrero pasado en Bolivia habían sido reportados 891.851 nuevos casos detectados -los Sedes reportan cerca de 2.000 más- y 21.406 decesos, cifras que deben considerarse en parte subdimensionadas: los casos nuevos por las pocas pruebas de detección realizadas, con escasos períodos de excepción, y los fallecidos aplicando el criterio de Uzin de subregistro, sobre todo en áreas rurales apartadas.

Con la cuarta ola, la de más morbilidad, ya en franco declive y con todas de las restricciones aligeradas o suspendidas, el estar ya inmunizados con pauta completa y con tan bajo número de contagios pudiera parecernos la oportunidad de respirar tranquilos y convivir con el coronavirus… pero ¿tal cosa es posible?

¿Quinta ola?

Esta semana se celebraron las fiestas del Carnaval en todo el país, promovidas por las autoridades locales “para recuperar la economía” y con la risible recomendación de “mantener las medidas de bioseguridad”.

Considerando que ya en cercanías de estas fiestas han bajado más los niveles de inoculación -sobre todo en los de 18 años en adelante, principales sujetos de las fiestas- y que en las actividades festivas previas a los días de Carnaval el cumplimiento y el control del adecuado seguimiento de las medidas de bioseguridad han brillado por amplia ausencia, las posibilidades de una quinta ola no son una utopía enfermiza.

Por lo pronto, ya el Institute for Health Metrics and Evaluation de la University of Washington (Seattle) -institución científica académica vinculada estrechamente con la OMS y cuyos anteriores pronósticos se han cumplido en Bolivia- en sus Daily infections and testing de  Covid-19 Projections auguraba el 23 de febrero que el 31 de marzo se iniciará un nuevo repunte de casos de Covid-19 en Bolivia.

Esperaremos que no se cumpla.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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José Rafael Vilar

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